A finales de la Edad del Bronce, hacia el año 1250 a.C., un numeroso grupo de individuos apareció en el valle del río Tollense, en el nordeste de Alemania, y se enzarzó en una batalla campal de dimensiones colosales, la primera en la historia de Europa, con una comunidad local. En total, se calcula que en la lucha participaron unos 4.000 guerreros. Iban pertrechados con hachas de bronce, garrotes de madera con forma de bate de béisbol, arcos y flechas, lanzas y quizá cuchillos o espadas. Y lo que resulta más sorprendente: los atacantes tenían una procedencia meridional, de zonas como Bohemia, en la actual República Checa, a unos 500 kilómetros de distancia del escenario del combate.
El relato de esta batalla no aparece en ninguna inscripción o fuente antigua. Se conoce gracias a la arqueología. El Tollense llevaba décadas escupiendo objetos de la Edad del Bronce, pero no fue hasta 2008 cuando dos investigadores alemanes registraron sistemáticamente la zona y empezaron a descubrir armas, pertrechos varios, estructuras de madera y restos humanos: 12.000 huesos pertenecientes a unos 140 individuos con numerosos traumas perimortem, como flechas de sílex incrustadas, heridas perforantes causadas por puntas de bronce o cráneos partidos.
Fue un hallazgo revolucionario: demostró que en el I milenio a.C., además de razias y duelos singulares, hubo otra modalidad de violencia colectiva, las batallas campales. "Tendemos a imaginarnos el mundo de la prehistoria como una multitud de pequeñas comunidades aisladas y poco conectadas entre sí, excepto por el comercio. Pero Tollense nos habla de un conflicto que hoy llamaríamos internacional, en el que participaron grandes coaliciones y en el que se vio inmerso un territorio no menor al de las guerras del siglo XVI o XVII", escribe Alfredo González Ruibal, arqueólogo en el Instituto de Ciencias del CSIC, en Tierra arrasada (Crítica).
Conflictos, masacres, asedios, fosas comunes, destrucción de ciudades, sacrificios, genocidios, cabezas cortadas y todo tipo de horrores desde el Paleolítico hasta la actual guerra de Ucrania pueblan las páginas de este libro empíricamente terrorífico, cuyo objetivo reside en entender por qué los seres humanos se han masacrado unos a otros durante miles de años. Y lo que ofrece la arqueología es una visión íntima y cotidiana de la violencia, la experiencia humana de los guerreros, como los soldados que murieron en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, y de los civiles, como los rebeldes de Tell Brak, una de las ciudades más antiguas de Oriente Próximo, cuya revuelta contra la élite fue sofocada con sangre hace unos 4.000 años.
"La intimidad que revela la arqueología es también la de la violencia más sórdida: la descripción de una fosa común sirve de antídoto contra cualquier romantización de la guerra, contra los relatos épicos con olor a naftalina que vuelven a estar hoy de moda", sentencia González Ruibal, que se aleja de las teorías extremistas sobre la historia de la violencia —ni salvajismo inmutable ni progresivamente domado por el proceso civilizador, como defiende Steven Pinker—.
Violencia y política
El arqueólogo asegura que la brutalidad extrema existe en los grupos humanos independientemente de su forma de organización social y el periodo histórico, pero resulta excepcional, no es la norma. Hay diversos factores que la azuzan, desde los climáticos a los ideológicos. "Si la violencia extrema o la guerra ilimitada fueran el orden normal de las cosas en todas las sociedades o en las sociedades preestatales, el número de fosas comunes y sitios devastados por la guerra sería constante. Y no es así", defiende.
El ejemplo más antiguo de violencia interpersonal, letal y deliberada conocido hasta el momento se ha hallado en la Sima de los Huesos de Atapuerca: un cráneo de hace 430.000 años con dos lesiones contusas perimortem en la parte frontal. La guerra como tal, recuerda González Ruibal, no empezó hasta el IV milenio a.C., cuando surgió una forma de violencia colectiva que se distinguía por sus ritos, instituciones, tácticas, estrategias y cultura material, como las armas diseñadas específicamente para el combate. Ingredientes que embellecieron y sublimaron el acto de matar.
Antes, en el Neolítico, hubo agresiones, razias y masacres entre distintas comunidades de cazadores-recolectores y agricultores, como la documentada en Jebel Sahaba, en Sudán: más de una veintena de hombres y mujeres de todas las edades enterrados en la necrópolis murieron de forma violenta hace unos 13.400 años. Y sociedades que acabaron colapsando en medio de un baño de sangre, como le sucedió hacia 5000 a.C. a la cultura de la Cerámica de Banda o LBK por sus siglas en inglés, desarrollada en el centro y norte de Europa.
Un fenómeno interesante que se aborda en el ensayo es el momento de la aparición de la violencia extrema. Puede darse a rebufo del colapso de un sistema político, cuando desaparecen los límites sociales impuestos a la guerra o se desatan tensiones que llevaban tiempo reprimidas; o con el nacimiento de nuevos regímenes, sobre todo cuando otorgan al soberano un mayor poder y lo convierten en figura divina. Esto ocurrió, por ejemplo, en el Egipto de la primera dinastía faraónica o en el primer estado chino fundado por Wu Ding, donde se practicó de forma masiva el sacrificio funerario.
La obra de Alfredo González Ruibal, experto en la arqueología de conflicto, sobre todo de la Guerra Civil española —aunque su primera excavación fue en Alesia, el lugar donde Julio César cosechó una de sus victorias más asombrosas y puso fin a la guerra de las Galias—, está plagada de historias estremecedoras de todas las épocas. Podríamos enumerar en este artículo multitud de ellas, pero es mejor leer el libro completo, acompañar al autor por esos episodios repetidos de violencia en los que siempre aparecen otras víctimas: mujeres y niños. "Para mí la arqueología es ante todo un ejercicio de compasión (...) una forma de sentir con el otro, aquel a quien nunca hemos conocido, de quien nos separan décadas, siglos o milenios", confiesa.
Y cierra: "La arqueología de la violencia nos acerca al pasado mucho más que cualquier otra porque no es necesaria traducción alguna". Los arqueólogos hacen hablar a los esqueletos. Tierra arrasada muestra ese trabajo detectivesco y la historia de la humanidad a través de uno de sus principales componentes, la violencia.