Hacia el año 82 a.C., un legionario romano decidió enterrar en un bosque de Livorno una pequeña vasija llena de monedas de plata, casi dos centenares, probablemente los ahorros que había cosechado a lo largo de su servicio militar. No se sabe por qué lo hizo, pero quizá por el contexto de inseguridad generado por la primera guerra civil de la República, que enfrentó en esa década a los partidarios del futuro dictador Lucio Cornelio Sila, los llamados optimates, y a los populares de Cayo Mario.
Lo único seguro es que el soldado nunca recuperó el tesorillo de monedas, que quedó oculto hasta que salió a la luz de forma casual. Durante un paseo por una finca del municipio de Collesalvetti, en la región de Toscana, un integrante del Grupo Arqueológico y Paleontológico de Livorno se topó con el conjunto de acuñaciones en la zona de un bosque que recientemente se había visto afectada por una tala de árboles. Tras avisar a las autoridades de la Superintendencia, se realizó una excavación en las inmediaciones en las que recuperaron varias piezas más.
En total, los arqueólogos han documentado 175 denarios de plata tardorrepublicanos, fechados entre los años 157-156 y 82 a.C. Su estado de conservación es bueno salvo en dos casos, que se encuentran fracturados. El hallazgo se registró en noviembre de 2021, pero no se ha dado a conocer hasta ahora, tras un estudio en profundidad de las piezas, que son protagonistas de una exposición recién inaugurada en el Museo de Historia Natural del Mediterráneo de Livorno.
"Con excepción de los ejemplares más antiguos, datables entre 157-156 y 110 a.C., los grupos más numerosos de monedas arrancan a partir de la década 109-100 a.C. y se duplican en las décadas siguientes", han explicado los investigadores en un comunicado. Sin embargo, la máxima concentración de piezas se registra en los años comprendidos entre el 91 y el 88 a.C., los mismos que duró la llamada guerra social o de los aliados, un conflicto entre Roma y sus descontentos socii itálicos que movilizó gran cantidad de hombres y de medios.
Es posible que el legionario hubiese combatido durante esta contienda y, al regresar a su hogar, decidiese esconder bajo tierra, al lado de un árbol que sería fácil de identificar, por algún motivo desconocido, su dinero en metálico. No obstante, no se descarte que empuñase sus armas en el enfrentamiento posterior entre Sila y los marianos, ya que la última moneda documentada es de 82 a.C., poco tiempo antes de la victoria del futuro dictador. Todas las monedas fueron acuñadas en la ceca principal de Roma salvo una, que se hizo en la de la colonia de Narbona, en la Galia.
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El número de piezas recuperadas coincide casi con la paga anual de un legionario romano, que era de 225 denarios, equivalente a nueve áureos de oro, aumentados a 300 durante el reinado de Domiciano (81-96 d.C.). Los soldados recibían su salario tres veces al año, recuerda el historiador Guy de la Bédoyère en su libro Gladius, una radiografía detallada sobre lo que significó vivir, luchar y morir en el Ejército romano. Estas cifras, no obstante, estaban sometidas a deducciones por comida, vestimenta y equipo.
"Los tesorillos de monedas eran una forma de mantener a salvo el dinero en metálico", explica el historiador. "En el día a día habitual, de un escondite podía sacarse dinero, añadirlo y, en último término, podía eliminarse. Algunos tesorillos se abandonaron, ya fuera porque las monedas habían dejado de tener valor a causa de la inflación o revaluaciones, ya fuera porque sus propietarios habían olvidado el lugar del escondrijo, habían muerto o, por alguna razón, no habían podido recuperar su dinero". Lo que sucedió con el de Livorno seguirá siendo una pregunta sin respuesta.