Letras

"Cada cual responde de sus palabras"

Miguel Artola

14 marzo, 1999 01:00

Asegura que en cada nuevo libro crea conceptos para las realidades que trata de analizar y, sin embargo, le tiene miedo a las palabras. Tanto que elude pronunciarse sobre el nacionalismo, los planes de estudio, el fin de las Humanidades o a qué llamamos España. Miguel Artola (San Sebastián, 1923), que acaba de reeditar, treinta años después, La España de Fernando VII (Espasa) y que lanza en abril La Monarquía de España (Alianza), posa como un consumado modelo, y, aunque confiesa su pudor en algún momento, sólo hace una petición, muy de acuerdo con el cariz de esta conversación: "Por favor, no me pongan en ningún compromiso". No es necesario.

-Treinta años después de su publicación como tomo XXXII de la Historia de España de Menéndez Pidal, recupera La España de Fernando VII ¿ha modificado su análisis o no ha sido necesario? ¿es el libro que escribiría ahora?
-El contenido es el mismo, pero tiene un formato distinto y también un público distinto, nuevo, porque el tiempo pasado hace que muchos lectores no lo conociesen.
-Parece que los libros de Historia son los mejores "best sellers".
-Sí, y es muy grato para los historiadores. En el fondo es un problema de saber cómo funcionaba el pasado para explicar la historia.
-¿Y para anticipar el futuro?
-Yo he dicho en alguna ocasión que al hacer prospecciones sobre el futuro sólo extrapolamos el presente, nos lo imaginamos más rápido, más complicado, pero no creo que un historiador pueda aventurar el porvenir.
-Identifica en su libro el comienzo de la edad contemporánea en España con el reinado de Fernando VII. ¿Qué condiciones se dan en España y en Europa para que esto ocurra? ¿Por qué su reinado es decisivo en la historia de España?
-Porque el nacimiento de la modernidad arranca de las Cortes de Cádiz. Supone el paso de la monarquía absoluta y la sociedad estamental de privilegios a los que se accede no por el trabajo sino por la actividad (Iglesia) o privilegios (nobleza) a una monarquía parlamentaria políticamente tan avanzada como la actual. Esa situación de monarquía absoluta hace crisis de forma radical y violenta en Francia en 1789 y en España en 1808, y da lugar a un sistema político avanzado y radical, con cambios sociales inmediatos, como la libertad de imprenta, la abolición de los señoríos y privilegios, la igualdad de derechos y deberes o la desamortización, mientras que en el resto de Europa el proceso es más lento, a lo largo de todo el XIX. Además, mientras en Inglaterra va a continuar, en España y Francia fracasa y sólo reaparece pasados muchos años como sistema político.

Tiempo sin historia
-La revolución francesa parte del impulso de la burguesía. En cambio, el gran protagonista de 1808 es el pueblo, que se comporta, al decir de Napoleón, "como un hombre de honor".
-La revolución siempre la agitan grupos minoritarios. Cuando se analizan los supuestos movimientos populares se encuentra gente ocupada en movilizarlos. El protagonista de mi libro no es Fernando VII sino los sucesos que protagonizan los españoles durante su ausencia, que es decisiva porque permite que la revolución triunfe, se elabore una constitución y se lleven a cabo una serie de reformas fundamentales.
-No hay un único Fernando VII. ¿Cómo explica su transformación a lo largo de su reinado, sus vacilaciones...?
-Esa es la imagen que de él se ha dado, muy negativa, porque fue muy limitado; mostró una gran resistencia a la revolución pero ni siquiera satisfizo a los enemigos de la misma. El reinado de Fenando VII es un tiempo sin historia; estaba paralizado por miedo a las consecuencias, a que hubiese una nueva revolución o a que se sublevase el ejército. Su política era de supervivencia, de Estado al mínimo, así que no resolvió problema alguno, ni económico, ni político, ni social.
-Al final de su reinado buscó un tercer camino entre Españas irreconciliables. ¿Por qué fracasó?
-En realidad, se encontró atrapado por un gravísimo problema sucesorio: tenía una heredera a la que dejar el trono, y la única manera de conseguirlo era apoyarse en los progresistas, lo que tuvo que hacer a regañadientes. Eso le alejó de los partidarios de su hermano Don Carlos, que tenían esperanza en un monarca más dinámico y más conservador. Al tiempo, hay que tener en cuenta que los últimos meses de su vida quien gobierna es la reina.
-Está preparando, desde hace años, un volumen que verá la luz el mes que viene sobre la monarquía española desde 1479 a 1808. ¿Puede adelantarnos las claves de su análisis?
-Se titula La Monarquía de España. Todos estamos acostumbrados a hablar de la monarquía inglesa y de la constitución inglesa, siendo así que no hay constitución escrita, pero ya en el siglo pasado había recopilaciones que habían convertido todas las leyes orales en artículos. Mi obra analiza cuál es esa constitución de la monarquía española con los AustriaS y los primeros Borbones estudiando la práctica. Empecé a trabajar en este tema hace quince años. No ha sido mi única ocupación, pero tampoco he dejado de convivir con él, porque es de construcción laboriosa. A diferencia del trabajo habitual de un historiador, que recoge la información en fichas, las clasifica, las divide y así fragmenta su trabajo, empecé a trabajar sin fichas, lo que me ha obligado a reescribir el libro no sé cuántas veces. Cuando creía que ya había acabado y que sólo faltaba releerlo para revisar el estilo, lo que había aprendido mientras tanto me obligaba a reescribir el libro entero. ésta es la enésima versión de un primer original sin valor.
-Publicó su monografía sobre Fernando VII en la Historia de España de Menéndez Pidal. También fue discípulo de Pérez Bustamante. ¿Existen hoy maestros comparables a estas figuras?
-Es un fenómeno muy curioso que he estudiado: en el primer tercio del siglo hay una serie de maestros universitarios reconocidos por la opinión pública, que quizá ignora el contenido de su investigación, pero no la existencia de estos sabios. Son los Ramón y Cajal, Sánchez Albornoz, Menéndez Pidal. Es un fenómeno que se extingue por la crisis de la guerra civil: muchos emigran, otros mueren, y ese acontecimiento excepcional no vuelve a repetirse.
-Fue usted profesor emérito de la Autónoma. ¿Qué diagnóstico hace de la situación de la Universidad?
-Dejé la Universidad hace más de diez años, así que no sé si soy la persona más adecuada para contestar. Bueno, es evidente que ha vivido un proceso de masificación impresionante. Eso ha mejorado el nivel cultural de la gente y también el nivel profesional, pero lo ha hecho con un precio muy elevado, el de recurrir a profesores que han sido promovidos de urgencia y la consecuencia inmediata ha sido la disminución del nivel de enseñanza. Por otra parte, los profesores que se han incorporado a la universidad de esta manera mejorarán. El profesorado que ha sufrido el impacto brutal de la masificación necesita tiempo para recuperar los niveles de calidad. Los efectos, a largo plazo, serán positivos, pero mientras, y como la vida es tan corta, a quien le haya pillado... es como al que le ha tocado vivir una revolución...

El colectivo y la comunidad
-Numerosos intelectuales han denunciado que cada autonomía está reescribiendo su pasado, ¿qué podemos hacer para que exista una historia común, al margen de interpretaciones y manipulaciones?
-No sé. No conozco los manuales de historia de cada comunidad, aunque sospecho que hay una cierta sustitución de los viejos temas de historia del colectivo nacional por los temas concretos de la comunidad.
-¿Y no le parece preocupante que un niño de Cataluña, por ejemplo, no sepa dónde está el Duero, mientras domina los meandros del Ter?
-Hay una voluntad política de que sea así, de enseñar lo inmediato frente a lo universal. Podemos explicar la historia universal, la historia del Estado, o lo que han sido, o lo particular.
-¿No le parece un atraso?
-Bueno, el debate está planteado en estos términos, es cuestión de opiniones. Ahora la gente se identifica con su medio ambiente.
-¿Qué opina de las planes de estudios que sacrifican las Humanidades?
-Me da la impresión de que está bloqueado. Es un nuevo debate. Habrá que ver los términos en que se plantea, quién debe decidir. En otros tiempos parecía muy razonable que contribuyeran personas muy competentes con distintas opiniones...
-¿El nacionalismo es irreconciliable con el liberalismo?
-El liberalismo quiere crear una división de poderes para defender a los ciudadanos y concibe a los ciudadanos iguales en derechos y deberes. El resultado es un Estado unitario. El liberalismo piensa en una nación de ciudadanos que están en la sociedad, mientras que el nacionalismo postula la existencia de una realidad colectiva, natural, no creada, que es la nación. Pero todos los nacionalismos que han dado a luz un Estado soberano han asumido el modelo liberal.
-¿Cree, con Juaristi, que la sociedad vasca es rehén del nacionalismo?
-No lo sé. Cada cual responde de sus propias palabras.
-¿A qué llamamos España?
-Esa pregunta está mal formulada. ¿A qué llamamos nación? Depende. El problema es el valor que le damos al concepto nación. Como ya le he comentado, hay dos conceptos, el liberal, que la entiende como conjunto de ciudadanos iguales en derechos y deberes, y la nación romántica, entendida como una realidad material, con una identidad, voluntad, cultura y un destino. Es un debate abierto.
-¿Tenemos miedo a las palabras?
-Sí, por diferentes razones. Primero, porque tienen diversas acepciones. En mi caso, cuando escribo suelo construir parte del lenguaje que utilizo, quiero establecer los términos de comunicación, para evitar la ambigöedad.