Letras

"El diccionario no nos ha dejado vivir"

Manuel Seco, autor del libro del año

26 diciembre, 1999 01:00

Ha tardado treinta años en culminar la obra de su vida, este Diccionario del español actual (Aguilar) del que en dos meses se han vendido 40.000 ejemplares y que es para los críticos de EL CULTURAL el libro del 99. Treinta años intensos en los que no ha descansado ni en vacaciones. Tampoco ha aprendido a navegar en internet "por su culpa". Al cabo, dice, "el diccionario no nos ha dejado vivir". Distendido y cordial, apunta lo que no le gusta de los suplementos literarios, "la tendencia a obedecer la consigna del momento", en este caso los monográficos navideños dedicados a la literatura infantil. "A mí me deprime mucho eso porque da la sensación de que sólo leen los niños". Su diccionario demuestra lo contrario. Mientras charlamos, las fotografías de sus nietos le cubren las espaldas.

Está satisfecho del éxito, pero lo analiza con la misma distancia con que juzga las páginas literarias de los periódicos:

-Algunos suplementos se erigen en portavoz de determinados intereses editoriales. Ya no me los tomo en serio porque veo qué libros reseñan y quiénes son los que reseñan determinados libros. Y si hay algún palo, sé a quién se lo van a dirigir.

Deshonra de la Academia

-Antes de empezar a hablar sobre el diccionario, hay una pregunta que debo hacerle. Es el primer académico que me encuentro después de lo de Caballero Bonald. ¿Qué pasó?
-Yo, que soy muy amigo de Pepe Caballero, no pude estar porque ese día pronunciaba la conferencia de clausura de un foro de la Universidad de Málaga, y así se lo dije 15 días antes. él me agradeció el voto y me dijo que creía que no habría ninguna dificultad, y posiblemente esa misma seguridad fue el problema. Caballero tiene talla suficiente para que la mayoría de la Academia esté a su favor, pero el voto de los seis que lo hicimos por correo sólo valió para la primera ronda. Ha sido lamentable. Me llevé un disgusto por el buen escritor que es Caballero Bonald y por la deshonra que supone para la Academia que ocurra esto. Ha habido ocasiones en que la Academia podía haberse lucido no votando a determinadas personas, y no voy a dar nombres. Es vergonzoso.

-Vayamos con el Diccionario. ¿Cuándo y por qué decidió embarcarse en un proyecto tan ambicioso?
-En 1969 estaba convencido de que era una necesidad renovar la lexicografía española e introducir una metodología nueva para que no se quedase enredada en una tradición demasiado conservadora. Esa tradición era una fidelidad demasiado estrecha con el Diccionario de la Academia, que es en conjunto un buen diccionario, a pesar de que más de una vez he señalado algunos defectos y más de una vez no se me ha hecho caso. Ahora, en cambio, se me está haciendo mucho. El de la Academia es bueno para la Literatura, especialmente para la lectura de los clásicos, pero su captación de la lengua contemporánea, en la época en que yo concebí mi diccionario, era desigual, sencillamente porque el procedimiento de recogida de materiales no era riguroso. También recogía muchos términos de épocas pasadas sin advertir que lo eran. Esto pude comprobarlo comparando algunas páginas del Diccionario de la Academia con las correspondientes del Diccionario Histórico que la misma Academia estaba publicando. El resultado es que salía un porcentaje relativamente alto de palabras que la Academia no marcaba como anticuadas y que de hecho el Diccionario Histórico demostraba que hacía siglos que habían dejado de usarse, y por otra parte algunas palabras que la Academia daba como anticuadas o poco usadas, el Histórico demostraba que estaban en uso vivo en nuestro tiempo. Esa realidad me impulsó a crear un nuevo diccionario, planteado sobre nuevas bases.

Autoridad en entredicho

-¿Cuáles fueron esas bases?
-La necesidad de que el Diccionario estuviese construido sobre una documentación del uso real. Como, por otra parte la documentación del uso real era demasiado complicada si queríamos extenderla a todas las épocas del idioma, pues ése era el cometido del Diccionario Histórico, yo pensaba que lo más urgente era aplicar ese método a la época contemporánea. Naturalmente me planteé la necesidad de que esta obra se hiciese entre varias personas. Me busqué dos colaboradores. Yo sería el director del trabajo, Olimpia Andrés la principal responsable de la redacción, y Gabino Ramos, de la documentación.

-¿Cuáles fueron las principales dificultades del proyecto?
-La principal es que hacer una obra como ésta exigía tiempo y dinero. El tiempo, optimistamente, lo cifraba en seis o siete años, y el dinero, no era cuestión de cifrarlo sino de tenerlo. Me puse en contacto con mi editor, Aguilar, que ya me había publicado la Gramática y mi Diccionario de dudas y le pareció de perlas el proyecto. Con el equipo formado, teníamos la limitación de que los tres debíamos trabajar en otra cosa porque teníamos que vivir. Sólo disponíamos de media jornada para dedicarla al diccionario y esto ocurrió a lo largo de todo el tiempo en que se mantuvo la redacción. Cuando pasó el plazo previsto comprobamos que faltaba una parte sustancial. Así, hasta los años 90, en que dimos por terminada la redacción. La editorial Aguilar había sido comprada por Santillana, pero afortunadamente encontramos una comprensión muy grande de la calidad del libro que proponíamos y nos proporcionaron la ayuda que era necesaria para concluir y tener listo para la imprenta el libro. Nos proporcionaron un equipo de tres colaboradores que se encargarían de pasar a soporte informático todo el Diccionario que nos habíamos visto obligados a hacer en papel. A pesar de que la obra estaba terminada a comienzos del 94, sólo la tarea de pasar a disco informático todo el texto y maquetarlo, de manera que pasase el disco directamente a la imprenta llevó cinco años y medio. La encuadernación también llevó más tiempo del que pensábamos. Al fin vio la luz en octubre y dos días después de la presentación ya no quedaban ejemplares. Hubo que hacer una segunda tirada, surgieron dificultades materiales para que esa segunda tirada apareciese en las librerías, y fue a finales de noviembre cuando reapareció el libro, después de un eclipse de varias semanas.

-¿Por qué cree usted que tienen tanto éxito obras como la suya, o como El dardo en la palabra, de Fernando Lázaro Carreter?
-La gente percibe la necesidad de dominar su propia expresión y tiene conciencia de que no todo es fácil a la hora de expresarse, sobre todo a la hora de hacerlo por escrito. Las dudas a la hora de escribir son enormes, sobre todo en los que tienen una cierta cultura. Los que tienen poca cultura, o no se atreven a escribir o escriben de la única manera que saben, pero un profesional, un abogado, un notario, un escritor, todos se plantean la necesidad de mejorar su escritura. El que la gente muestre un interés creciente por este tipo de publicaciones se debe a una deficiencia en la enseñanza que no es culpa de los profesores, sino del disparatado sistema errático de enseñanza que estamos padeciendo desde el año 70. Una de las cosas que más ha sufrido ha sido la disciplina en los centros. El hecho de que la autoridad intelectual y humana del profesor se haya puesto en entredicho y en este momento esté sometida al criterio de los padres de alumnos, que en muchísimos casos no tienen preparación para juzgar a un profesor, los desmoraliza y redunda en la calidad de la enseñanza. Y el hecho de que a un maestro le pongan muy difícil suspender a quien lo merece es de las cosas que más daño hace a los buenos resultados de un curso. Compadezco sinceramente a los profesores actuales de bachillerato que en una gran mayoría están sufriendo por su trabajo.

-4.600 páginas, 75.000 términos, 141.000 acepciones. Su Diccionario mueve al asombro...
-Nos ha exigido mucha dedicación y mucho sacrificio, sin días de descanso, sin vacaciones. No nos ha dejado vivir. Porque un trabajo como éste no se hace con un horario de oficina, teníamos que poner toda la carne en el asador.

El espejo del idioma

-La Prensa ha sido en un 70 por ciento fuente documental de la obra. ¿Acaso no somos los medios de comunicación los responsables del mal uso del idioma?
-ése, el de que destrozan el idioma, es un tópico aceptado por muchos periodistas. Yo creo que es un mito. Los periodistas son el espejo del idioma. Yo no creo que sean tan malvados que se planteen "voy a escribir mal para fastidiar al idioma". Ahora, es verdad también lo de la mala formación de los periodistas. Las facultades de periodismo no le prestan al aprendizaje del idioma el tiempo, la atención ni el enfoque necesarios.

-¿Cuáles han sido los criterios?
-Nuestro trabajo partía de un principio fundamental, y es que tenía que basarse en la realidad del uso, y no en lo que transmitían otros diccionarios. Lo primero era, una vez ordenado alfabéticamente todo el léxico, desplegar sobre la mesa todo el material recogido sobre la palabra y tratar de clasificarlo con arreglo a los sentidos que se descubrían en esos textos. Si el resultado en un determinado sentido no tenía más que un texto representante, lo dejábamos aparte. Lo que hemos registrado no es el fruto de una documentación única sobre un determinado sentido, sino que estaba en más de un testimonio. Y cuando esa documentación era escasa le hemos puesto la etiqueta de "rara", pero al menos da señales de vida.

-¿Y la distribución de acepciones?
-La hemos hecho atendiendo ante todo a lo que, por la frecuencia de los datos obtenidos, resultaba que era más vivo y atendiendo también a si pertenecía a la lengua general o otros niveles de lengua. ése ha sido uno de los quebraderos de cabeza más grandes, porque es difícil determinar cuál es el nivel apropiado de determinados usos. La lengua es tan vivaz, tan móvil, tan corretona que en muchos casos es imposible decir de una palabra si es de nivel popular, coloquial, juvenil, jergal. Hay muchas palabras en que todo eso es posible, y se trata de determinar en cuál de todas esas casillas es más oportuno decirlo. Hemos prestado una gran atención al nivel coloquial pero no hemos abandonado de ningún modo el jergal, porque sabemos que es una de las fuentes que nutre la lengua juvenil y la lengua coloquial. Y la lengua coloquial acaba nutriendo a la lengua culta. En fin, es una verdadera telaraña la de los sentidos de las palabras. Es muy entretenido, y muy trabajoso.

-¿Por qué su trabajo no ha contado con el amparo de la Real Academia?
-La Academia ahora se interesa mucho por nuestro Diccionario, pero yo no le pedí ayuda porque el trabajo estaba concebido al margen de la Academia, que tiene su propio Diccionario. Yo había escrito varios artículos relacionados con lo que yo entendía que debía ser un diccionario. La Academia no prestó ninguna atención a mis trabajos, lo que no considero ninguna ofensa, y tenía en marcha un buen diccionario, que era el Histórico, que dirigía mi maestro Rafael Lapesa. Yo lo único que deseaba era que se hiciese en un plazo razonable. Ahí, Lapesa y yo llamamos la atención de la Academia y de los poderes públicos, para acelerar la producción de ese diccionario. No encontramos eco, y es cuando yo me decidí a hacer una obra al margen de la Academia. Era absurdo que yo le propusiese a la Academia una cosa que era una especie de solución de emergencia para lo que no se podía hacer de otra manera.