Letras

El alma y la vergöenza

Rafael Sánchez Ferlosio

13 febrero, 2000 01:00

Destino. Barcelona, 1999. 489 páginas, 2.900 pesetas

Ganaría Ferlosio si abandonara esa tendencia a ponerse estupendo, pero ello no rebaja el mérito de sus ensayos y artículos que buscan convertirse en revulsivos de la pereza mental y lo suelen conseguir

Me pregunto qué diría el profesor a un alumno que escribiera lo siguiente: "Con lo que quiero decir que lo que pienso que pudo pasar es algo semejante a lo que más arriba he supuesto que" podría haber pasado. El estudiante recibiría una reprimenda por su holgazanería al repertir tantas veces el nexo "que". Esta frase no la tomo de un ejercicio escolar sino de un artículo de Rafael Sánchez Ferlosio recogido en El alma y la vergöenza, y, como no cabe achacarle ese pecadillo, a otra causa se deberá tal construcción sintáctica: el autor de El Jarama lleva muchos años metido en la tarea de formular una prosa ensayística adecuada a una exposición estrictamente argumentativa. A un enfoque muy discursivo como el suyo, dado a puntualizaciones y digresiones, no le viene mal una sintaxis que encadena subordinadas con regusto y hasta ostentación.

Esa frase y otros períodos largos que encantan a Ferlosio forman parte de su peculiar estilo en esta clase de escritos. Es más, uno sospecha que cambiaría el bíblico plato de lentejas por una de esas oraciones complejas que visten un discurso feliz por sus andanzas en los vericuetos de la lógica. Esta apoteosis del estilo no oscurece el interés de los asuntos analizados por Ferlosio ni merma el valor de sus belicosas posturas. Un "antinominalista radical", según se autodefine, no pasa a la ligera por la superficie de la realidad y sus páginas, que dejan al desnudo el entramado del pensamiento, están llenas de ideas, tendentes a la polémica y siempre curiosas. Aunque alguna vez sus opiniones se hallen a un solo paso de la ocurrencia, su capacidad de provocación justifica un empeño desmitificador volcado en una prosa culta, pero salpicada de frases hechas, y en ocasiones laberíntica.

No desdeña Ferlosio las cuestiones de actualidad, que aquí no puedo ni siquiera citar. Sobre ellas opina con muy libres posturas y razonados argumentos, un poco sofísticos en algún caso. En toda su escritura hay un fondo moral muy llamativo en tiempos como los actuales de profundo relativismo, frente al cual se alzan los pronunciamientos valientes de este Ferlosio último, que es un severo moralista. No en vano, aunque irónicamente, se declara un par de veces anclado en el Ancien Régime.

Otros asuntos resultan más singulares. Es obligatorio mencionar los relativos a cuestiones gramaticales y lingöísticas porque tienen directa relación con otro pilar del conjunto de estos escritos, la búsqueda de la propiedad semántica. El uso de la lengua y su significado son piedra de toque de la verdad argumental y de ahí la importancia concedida a la gramática. Estos estudios constituyen una casi obsesión personal del autor y en ellos logra finos matices, aunque no falte alguna posición pintoresca: así el tener por "más castellano" la forma "veinticincoavo aniversario" como si un ordinal pudiera sustituirse a capricho por un partitivo.

Un rasgo de estos textos es su despectivo puntillismo que ignora aquello de la viga en el ojo propio. Ferlosio arremete en un sitio contra la manía clasificatoria en el estudio del saber, pero en otro hace una clasificación porque, dice, "es ya un paso de la reflexión": lo que no vale para los "garciadelaconchas" tampoco debiera valer para los ferlosios. Tan perseguidor él de la precisión semántica, no observa, sin embargo, su incongruencia al dar por supuesto que el nombre monje "indica encapuchado y con el rostro en sombra". Y tan amigo de buscarle las cosquillas a los demás, le adjudica a Juan de Mairena algo que éste exactamente no dijo. En fin, una buena prosa tolera mal que en 15 líneas de un sólo párrafo (pág. 439-440) se acumulen estas asonancias: deprimente, realmente, presidente (2 veces), componentes, latentes, igualmente, enteramente.

Ganaría Ferlosio si abandonara esa tendencia a ponerse estupendo, pero ello no rebaja el mérito de sus ensayos y artículos que buscan convertirse en revulsivos de la pereza mental y lo suelen conseguir. Con ello encarna una noble misión del intelectual, tan olvidada como oportuna hoy, en esta sociedad nuestra conformista, de pensamiento único y amenazada por la corrección política.