Image: Francisco Umbral

Image: Francisco Umbral

Letras

Francisco Umbral

"Si el Ministerio de Cultura desapareciera no pasaría nada"

13 diciembre, 2000 01:00

Francisco Umbral. M.R.

Umbral, premio Cervantes. Al fin. Y con incertidumbre incluida además, que hasta el último minuto no se ha hecho oficial el rumor más extendido en los últimos tiempos en el planeta literario: que el Cervantes ganaba este año a Paco Umbral.

Anda estos días Umbral medio malo, griposo "o gripal" dice él, así que el escritor, de suyo muy aprensivo, se presenta en el rincón favorito de su casa, donde además trabaja, con varias capas de ropa y blanco albornoz, una estufa bien fuerte y "Loewe", la gata siamesa, a los pies. Sus libros, sus cuadros, su vida le amparan porque las paredes de su dacha rezuman eso, literatura y vida y amistad. Tras los cristales, la piscina a la que sigue arrojando los libros malos, "aunque dejen cerco". Se arrebuja un poco, con gesto coqueto, y le pide a España, su mujer, que retire la vieja Olivetti 45 que está sobre la mesa. Acaba de enviar el artículo del día, porque "ahora salgo menos, pero trabajo igual", y remata los últimos tramos de Un ser de lejanías, un diario intimísimo del que EL CULTURAL ofrece unas páginas, y que le tiene atrapado en el hoy más inmediato, en los éxitos y fracasos del día. Pero Umbral no falla. Especialmente a la hora de levantar polémicas, de agitar la mansurrona vida literaria, de provocar...

Impertinente y libre. Incorregible. Afortunadamente. Su última provocación ha sido pasar revista en Madrid, tribu urbana al exilio literario español. ¿Cabe algo peor?
-Parece ser que lo más ruidoso que se dijo en la presentación fue lo del exilio, que no lo dije yo sino Rosa Regás, pero los periódicos lo han tomado mal. La frase que Rosa leyó es: "El exilio no nos aportó nada nuevo". Porque los enteradillos leíamos a todos los escritores del exilio. Pero quitaron el nuevo, dejaron "el exilio no nos aportó nada" y ya la frase era una bomba. Se ve que nadie se ha molestado en leer el libro sino que han seguido buscando eso, el titular de ruido.

-Sin duda, pero en el libro, por ejemplo, sí retrata con ironía a muchos de esos autores. Y escribe "que la historia les hizo un favor irónico al darles una dimensión simbólica que luego no sostenían"...
-Es que yo los entrevisté uno a uno. La prueba de que aquí los ignoraban es que conocían a Rafael Alberti, pero a nadie más. Porque iban llegando y el único que les hacía entrevistas era yo. No sabían quién era Francisco Ayala, no sabían quién era nadie. Conocían a Lorca, pero Lorca no estaba exiliado, estaba muerto... Entonces yo los traté y los conocí mucho, a los buenos y a los malos, porque a todos los había leído, a las mujeres, a Rosa Chacel, a Zambrano, a Ernestina de Champourcín. Y junto a ese núcleo del 27 vino un montón de gente que eran simples aficionados de las letras, gentes que se creían que en el barullo de la vuelta del exilio todos eran buenos, y como además habían convivido con los grandes suponían que aquí no distinguíamos y que ellos iban a ser también grandes. Pero como aquí distinguíamos muy bien, yo lo escribí. También que se habían colado señores que no nos interesaban nada, y eso me costó incluso la amenaza de uno de ellos en el café Gijón. Era gente muy respetable, que lo había pasado muy mal, porque eso de estar cuarenta años fuera del pueblo de uno es muy malo.

-Sobre todo cuando se regresa al pueblo y no se parece en nada al que se dejó. Usted, por ejemplo, recuerda cómo le decepcionó a Zamacois comprobar que el Rastro ya no olía mal y cómo usted le había replicado que "no íbamos a estar soplando la mierda cincuenta años para que usted la encontrase fresca". Porque el Madrid que les acogió no tenía nada que ver con sus recuerdos y su nostalgia.

Una decepción inversa

-Sí, ése es otro aspecto de la cuestión. Los grandes, o los que habían sido grandes, porque Zamacois no significa nada aunque antes de la guerra había sido muy popular, a mí no me gusta nada, pues lo mismo. Es decir, yo creo que sufrieron una decepción muy humana, muy lógica. Es como cuando vuelves a tu pueblo y ves que tu pueblo es una mierda. Pero esto fue a la inversa. Ellos habían dejado un Madrid pequeño, provinciano, bombardeado, y al volver y encontrarse un Madrid con escalextris y rascacielos y muchos coches, pues debieron pensar, "coño, estos no han parado, han estado haciendo cosas todo el rato, a pesar de Franco". A mí Alberti llegó a decirme: "éste no es Madrid, mi Madrid, esta ciudad no la conozco, yo me vuelvo a Roma". Y entonces había entre ellos una actitud general como de decepción inversa, no porque todo estuviera muy mal sino porque estaba bastante bien en comparación con lo que habían dejado. Un hombre como Alejandro Casona, que parecía que iba a ser tan subversivo, se convirtió en el preferido de las señoras de abrigo de visón y en eso se quedó, porque tras los primeros éxitos su teatro duraba muchos meses en escena. Y se convirtió en el autor de la derecha...

-Me gustaría que se detuviera en algunos de los principales autores retornados del exilio, como Francisco Ayala.
-Pues recuerdo que lo traté varias veces. Cuando Alfaguara era de Cela creó una colección de novela corta y ahí empecé yo con un libro que se titulaba Balada de gamberros [de 1965] y enseguida salió Paco Ayala, y nos preguntábamos "quién es este Ayala". Luego vino y era un hombre de una gran cultura, de una gran sabiduría. Recuerdo que me contó que había sido profesor en una universidad de Chicago, que le pagaban muy bien, en dólares, y que era el profesor mejor pagado de los profesores del exilio. Luego empezaron a salir bastantes libros suyos y leí mucho su Sociología, pero me parecía antigua, muy antigua.

-No sólo eso, porque en Madrid... lo tilda de novelista aburrido.
-Bueno, su prosa para mí es una prosa aburrida, a mí me aburre, reconozco que no tengo paciencia o no tengo buen oído.

Una vieja bruja de Valladolid

-Tampoco lo tiene, al parecer, para Ramón J. Sender, otra bestia sagrada para los estudiosos.
-No me gustaba, no me gustó nunca. Como digo en el libro, era un escritor para becarias americanas poco exigentes.

-Un comentario cruel, aunque no tanto como los que le dedica a Rosa Chacel, a la que retrata como "una vieja bruja de Valladolid"...
-Las experiencias que yo tengo de relaciones con ella son muy negativas, pero no sólo las personales, las colectivas también. Un día Ioanna Zlotescu, la rumana especialista en Gómez de la Serna, organizó creo que en el Círculo de Bellas Artes un acto de homenaje a Ramón, al que no conocía nadie, y el número fuerte era Chacel. Y Rosa Chacel se presentó ante aquel público que la esperaba a ella y dijo: "Yo a Ramón en Buenos Aires no le traté nada, en Madrid antes de la guerra tampoco, porque no iba al Café Pombo, y no lo he leído. Además, hoy es mi santo y voy a casa de unas amigas a celebrarlo, tengo mucha prisa porque me están esperando". Le habían preparado un ramo de flores, lo cogió como si fuera una lechuga y se fue. Estuvo cinco minutos. Lo peor es que hace poco un periodista que había venido con reproches por lo del exilio, al contarle esto mismo, me respondió: "¿Y Ramón que dijo?...". Venía a defender el exilio y no sabía que Ramón, el primer exiliado, había muerto en 1963.

-¿Y Corpus Bargas, tío de Ramón, qué le pasó con él?
-Estuve años escribiéndome con Corpus Bargas, años. Empezó él con una carta en la que decía que leía mis artículos sobre España y que le gustaban mucho. Eran cartas muy largas, con tinta morada. Vino muy viejo, enfermo de enfisema. Me llamaba y paseábamos por Lista, él en zapatillas, pero comenzaron a conocerle, entre otras cosas por mis artículos, le hacían entrevistas, y dejó de citarme. No volvió a citarme jamás cuando le preguntaban por jóvenes escritores, no sé por qué.

-Quizá le recordaba épocas más tristes.
-No, yo creo que alguien le habló mal de mí.

-Nunca falta un amigo. La verdad es que son muchos los autores del exilio que pueblan el libro, pero no aparece Bergamín, otro mito de la izquierda. ¿Es que no lo trató?
-Sí, lo traté bastante. Era ingenioso, inteligente, divertido, muy sabio, pero su escritura nunca me ha acabado de fascinar; cambia las frases a ver qué resulta, pero eso Unamuno lo hizo mucho mejor. Parecía un Unamuno que se hubiera vuelto loco. Tiene una escritura entre unamuniana y gongorina completamen-
te ilegible, con hallazgos en frases sueltas.

Un pueblo fanático

-La verdad es que el libro ha levantado ampollas porque sus juicios son política y culturalmente incorrectos. Después de todo, como escribió Anson en su artículo sobre la política cultural de la transición, los exiliados fueron la apuesta de Suárez para ganarse a la izquierda.
-Bueno, había que traerlos, claro, si querían venir.

-Sí, pero ¿por qué molesta tanto que se cuestione a los malos, por qué no puede decirse que algunos son infumables?
-Porque no los han leído, porque no saben nada de ellos.

-En el fondo, quizá el problema sea que su libro cuestiona el canon de la literatura española del siglo XX que quieren imponer. ¿A qué cree que se deben las reticencias de los mil Valls que pululan por ahí, por qué Umbral es tan incómodo?
-Es que somos un pueblo fanático, que está lleno de fanatismos también en lo literario y entonces la gente piensa que hay que creer en los escritores como los católicos en los santos, y así hay gente que cree que Azorín es intocable, que Bécquer es intocable, los clásicos y es mentira. Esto de los fetiches y santones literarios intocables es ridículo. ¿Por qué tiene que haberlos, si es el único espacio de libertad absoluta que nos queda y a nadie le llevan a la cárcel por decir que no le gusta Baroja, si no pasa nada? La gente se escandaliza pero a mí no me importa que digan que soy muy bruto, que no me entero, que no me gusta éste o el otro, lo que me molestan son esos arrebatos fanáticos, como si yo hubiera profanado algo, como si hubiese blasfemado. Bueno, pues yo no vivo así la literatura, yo la vivo en libertad.

-Hablando de cánones, ¿qué le parece el de Guadalajara?
-A mí no me parece nada. Como yo estoy en la lista del Ministerio, no tengo por qué protestar, sería injusto que lo hiciera.

-Sí, pero ¿por qué la derecha actúa con fe de converso en lo cultural cuando llega al poder?
-Yo creo que, como ya ha dicho mucha gente, el Ministerio de Cultura podría ser innecesario. Lo importante es la educación, y esta ministra, que es lista, se ha volcado en eso, se ha dado cuenta de que es lo importante, lo urgente y necesario. Y yo, que no soy ministra ni ministro, creo que el Ministerio de Cultura podría desaparecer perfecta mente y no pasaría nada.

El PRI fue absorbiendo a Paz

-A pesar de todo, ¿por qué no nos adelanta su propio canon de la prosa española del siglo?
-Del 98, como prosa, como escritura, a Valle, con enorme diferencia con los demás; luego está la generación de Ortega. Los del 27 son poetas; luego está lo que se ha llamado los prosistas de la Falange, con obra corta pero muy buena. Después de la guerra, como escritura, como prosa y como renovación de la novela, Cela sin duda alguna. Delibes. De la segunda generación de posguerra, Ignacio Aldecoa. Luego, la de los 70, que a lo mejor es la mía aunque creo que yo no tengo generación, y en la que destacaría, como prosistas, a Caballero Bonald, Grosso, y algunos otros narradores andaluces, a García Baena, a Paco Nieva, que es un prosista espléndido que sabe cosas muy raras. De los jóvenes sé poco, aunque encontré una novela de Belén Gopegui sobre el dinero que era estupenda, porque parece que los jóvenes sólo saben contar su vida o historias de amor. Lo que pasa es que la de Gopegui era original y se vendió poco, porque hay que hablar de drogas y sexo para vender.

-Se habla también de un nuevo "boom" hispanoamericano, mejor dicho, de un "babyboom". ¿Lee a jóvenes como Volpi, Padilla, Roberto Bolaño...?
-Yo conocí mucho a la primera generación, a los anteriores al llamado "boom", a Alejo Carpentier, que era un enorme escritor, muy superior a todos ellos juntos, aunque no se hable de él porque era castrista o algo así. Me interesaron mucho algunos poetas como Vicente Huidobro, como Pablo Neruda, y algunos prosistas de vanguardia como Macedonio Fernández, como Oliverio Girondo, y luego, de estos del "boom", a García Márquez, aunque creo que es autor de obra corta y que se repite. Me gusta mucho Borges pero no por los cuentos necesariamente, me gusta más el ensayista, el crítico literario, el poeta.

-¿Y Octavio Paz?
-Octavio Paz es un magnífico ensayista que había leído mucho a Ortega. Alguna vez lo he definido como un Ortega con poncho, pero no me gusta como poeta. El problema es que Paz fue siendo absorbido por el PRI y en los últimos tiempos intentó justificar lo de Chiapas.

-¿Hay muchos falsos prestigios?
-Todos los prestigios son falsos hasta que uno se muere.

Los plagios de Prada

-Pero mientras, se va aprendiendo. Y uno de los medios parece ser el plagio. Hace tiempo escribió usted que "sólo robando de otro se aprende a escribir y por eso la literatura está entre los delitos comunes". ¿Quiénes fueron sus víctimas?
-Muchos, yo he plagiado mucho, a escritores españoles y extranjeros, de adolescente, pero mucho más a poetas que a prosistas, excepto Valle, Cela, Ramón. En realidad, se plagia a quien se lee.

-¿Y le plagian?
-Sí. Todos los días noto quién me plagia, quién me roba una palabra, un adjetivo, un giro sintáctico, que no me molesta en absoluto...

-Menos mal, porque es terrible cuando se enfada. ¿Qué le pasó de verdad con Prada?
-No me pasó nada. Me interesó su primer libro, Coños, porque me recordaba Senos de Gómez de la Serna y me parecía insólito leer a un joven ramoniano. Luego me dijo que estaba preparando una novela y empezó a traerme folios. Era verano. El problema es que me parecía que lo que me traía no era original, que estaba tomado de escritores anteriores, de González-Ruano, de Cansinos, de Baroja, que en sus memorias hablaron de ese 98 de segundo orden de los Villaespesa, los Gálvez, el 98 de los pobres que aparecen en los libros de memorias porque eran tipos humanamente muy literarios aunque fueran muy malos escritores. Y como todos los que han hecho memorias han hablado de ellos, de ahí había nacido el libro de Prada, que no era justo porque no dejaba entrever de dónde estaba tomado esto y aquello. La cosa es que luego lo comentaba con gente y ésta celebraba su originalidad. Por ejemplo, una noche me dijeron que lo que sí estaba bien era el retrato de José Antonio Primo de Rivera. Le di la razón. Claro que está bien, porque es de Agustín de Foxá, es el José Antonio de Madrid, de corte a checa. Pero se negaban a aceptarlo. El libro de Prada se vendió muy bien porque la gente decía: "Este chico tan joven, qué imaginación tiene, que historias, qué bonito". Nadie tenía ni puta idea de dónde estaba tomado todo aquello, y menos que nadie y eso fue lo más doloroso, los críticos, que no habían leído los textos anteriores, a Baroja, a Ruano o a Cansinos o se les habían olvidado. Porque además lo que más celebraban era la imaginación creadora de unos textos viejos y pasados como estos libros de memorias. Yo tenía que presentar el libro con Anson y puse un telegrama al sitio con una excusa, ahora no recuerdo cuál, y ahí se acabó la historia y la amistad, pero es que yo no iba a ir a cargarme el libro, pero tampoco a decir que era maravilloso cuando no lo creo.

-También era la primera novela de un joven escritor. Porque hoy la juventud es en un valor literario.
-No la juventud, la novedad. El hombre siempre ha perseguido la novedad en todo, en moda, en el amor y en la literatura, nos cansamos porque todo empieza a repetirse, en la cultura y en la vida, y es cuando apetece descubrir novedades. Esto ha ocurrido siempre, pero no es por joven sino por nuevo. Pero si lo que trae nuevo es un plagio, pues mal vamos.

La crítica como pieza literaria

-Además de la juventud, también se dice que existe una discriminación positiva hacia las mujeres novelistas, o sea, que si se es joven y mujer se tiene mucho ganado. (Por favor, intente no azuzar a las feministas, no sea que vuelvan a manifestarse ante su casa).
-No fue aquí, fue en la casa anterior. En literatura nunca hago diferencias. Creo que se puede saber si una novela está escrita por una mujer o no, pero me da igual, no me añade nada.

-Hace un instante, al hablar de Prada, dijo que lo peor de todo había sido la ignorancia de la crítica. ¿Realmente es tan inepta?
-A mí me parece que la crítica debe ser en sí una pieza literaria. La entiendo como Baudelaire, como una pieza de creación. También creo, como Roland Barthes, que "el crítico es un escritor aplazado", lo que no es negativo porque se lo aplicaba a sí mismo. En todo crítico veo siempre a un escritor o el germen de un escritor, y eso me interesa más que el que me ponga bien o me ponga mal.

-Después de más de 35 años publicando libros, de más de 40 colaborando en Prensa, ¿qué es lo que más ha cambiado, el articulismo?
-Sí, porque ha pasado a manos de los que éramos jóvenes en la Transición, llamando jóvenes a Vázquez Montalbán, a Vicent y a unos cuantos entre los que me incluyo.

-Supongo que es de justicia, porque también escribió: "Nosotros, los chicos [de la posguerra], como teníamos poco dinero para libros, leíamos muchos periódicos, muchos artículos, y así, por razones económicas, nos hicimos articulistas".
-Es verdad. Me compraba Abc o el Arriba, que costaban cuarenta céntimos, porque eran los que traían más literatura y me pasaba la tarde del domingo entera con un periódico, me daba igual la ideología, con 12 años qué me iba a importar, y me lo leía todo, hasta las crónicas de música porque estaban bien escritas. Ahí nació mi verdadera vocación por el articulismo, que es creación literaria y verdadera literatura.

Intimísimo ser de lejanías

-Al menos queda literatura en algún lado, porque tal vez no abunde en esos 61.000 libros editados en España el año pasado.
-Es una locura. En España se editan muchísimos libros, se venden bastantes y no se lee ninguno. La gente compra pero no lee. Me recuerda una frase de Warhol que leí en sus memorias. Un día fue a comprar ropa interior con un amigo y le dijo que entendía que la gente no usara, pero no que no disfrutara del placer de comprarla. Aquí pasa lo mismo, se compran libros por el mero placer de consumir, como un coche o un móvil. Leer es otra cosa.

Como otra cosa, muy distinta, va a ser el próximo libro de Francisco Umbral, Un ser de lejanías, aunque antes verá la luz Los alucinados, serie que el lector de EL CULTURAL ya conoce.

-¿Qué es Un ser de lejanías?
-Un diario íntimo. Yo he escrito muchos diarios y memorias, pero eran memorias públicas, de la España de la Transición como Madrid, tribu urbana, por ejemplo, y esto es distinto. Un ser de lejanías es el diario de mi vida privada, de mis sufrimientos, de mis fracasos. Es intimísimo.

-¿Lo ha leído alguien ya?
-Sí, ya lo han leído lectores de dos editoriales y están muy interesadas en el libro, que es como Mortal y rosa. Aunque no sea una obra de gran comercialidad quieren sacarlo a toda costa.

-¿Por qué ha decidido desnudarse de esa manera a estas alturas? Porque Mortal y rosa surgió de una experiencia tan terrible como la muerte de su hijo.
-Aquello había que contarlo porque era una manera de librarme de dolor y ahora el muerto soy yo. Me parece que esta clase de memorialismo es muy de madurez, muy de mirarse a uno mismo. De ahí no salgo. Hay poquísima vida social, poquísima política. Estoy yo.

-¿Y se remonta mucho en el tiempo?
-Para nada. Hablo del presente, del presente absoluto. Hay miradas al pasado, recuerdos, miradas también al futuro, pero es un afán por fijar el presente, por no dejarlo escapar, agarrar el día a día por la cola y así todos.
Mientras también él nos agarra a todos, vayan unos versos de Mingote, de 1997, que se esconden en una de sus estanterías: "¿El idioma de Cervantes?/ Eso era antes/ porque en el momento actual/ según miles de opinantes/ es el idioma de Umbral" Claro que también dice "nuestra vida literaria/es asaz estrafalaria". Pues eso.

Un ser de lejanías

La parra roja de otros años, esa torre de sangre, la prima donna de todos los otoños, esa ópera de sangre improvisada en el jardín, que sube hasta los cielos, entre pavo real rojo y María Callas.

Pero yo voy y vengo, descienden sobre mí algunos de los más grandes premios del país, hay como una dulce conspiración a favor, y hablo del barroco con palabras barrocas, ha llegado un momento en que cualquier palabra mía se vuelve de oro, pero esto no puede ser verdad, un formidable equívoco me lleva, noches fuera de casa, viajes a la Castilla de sol y desmemoria, el reloj parado de los campos, los suburbios vináceos de la luz, y el Madrid de media tarde, los hoteles guirantes en mi fiesta, pero qué fiesta digo, mi desnudo de hoy en los periódicos, el éxito es un vértigo, arracimadas criaturas de la gloria, con cualquiera de estas muchachas pasaría una vida, pero luego me retiro a mis palacios de invierno con una yogurina choricilla que se ha venido, hombre, sin preservativo. La vida se acelera a cierta edad, o eso me parece, ¿será la gloria esta velocidad?, alcoholes y poetas de hace treinta años, también encuentro las palabras, donde voy yo va la electricidad, el carmín de una muchacha doliéndome toda la noche como una cicatriz, qué confusión de rostros y monedas, Madrid se multiplica para mí, ah la orgía de octubre, pasan noches urgentes, luminosas, como trenes felices, como pacíficos hogares en llamas, estoy mecanografiando sobre un papel escrito a mano por alguien, ¿cuándo escribo mi columna, se me ha olvidado la columna?, todo es columna, de cualquier cosa me nace una columna, recuerdo el rostro agudo y nocturno de la Siruelita, a la que siempre he deseado, pero cuando vuelvo a casa hay una torre roja, torreones de sangre de la parra, con sol del nuevo día. El otoño emborracha sin que pruebes el vino, he mirado la parra esta mañana, más sereno, bruñida por un sol de medio mes, y sus rojos se exaltan hasta el teatro, es un color muy fresco, una sangre monumental y edificada, ... ... la parra otoñece cada octubre, octubrece todos los años, y uno quisiera, como ella, crecer en soledad, tener una apoteosis anual que nadie mira y volver luego a la paz, el silencio de los vientos, la minuciosa vida de los pájaros, mientras el vino de la herida se va cayendo en hojas, decolorando en llamas, empalideciendo como la vieja prima donna, ahora en su verde desnudo, después de una semana de representaciones. Luego asoma la osatura del árbol, el ramaje del tiempo, el esqueleto de la diva muerta, y sólo quedan unas hojas malheridas, como encendidas aves suspirantes, en el agua de un azul acérrimo.
Se acelera la vida para morir como se enciende la parra para deshojar, como se incendia la Callas del jardín para cantar por última vez. Ya me habría precipitado en el abismo, ya estaría del otro lado de mi yo, perdido irremediablemente, agónico de éxito, si no mirase la parra todas las mañanas, todas las tardes, con templanza y amor, con serenidad y aprendizaje ante su violenta túnica.

La gloria es cosa de un otoño, el otoño de la parra son tres días, el lujo de la sangre es una noche, y luego te vas muriendo en los espejos, o te retiran los camareros del hotel, los ujieres del triunfo, como van retirando las consolas de verdad, no las de uso, hasta otro año. Triunfar en todas las direcciones, de pronto, es peligroso, es fatal y mortal. Hay que levantarse temprano y, antes de sentarse a escribir, mirar la altísima parra, su hermoso cuerpo, ver cómo se le desprende el color en hojas, cómo le asoma ya la carcavera. Cualquier coche viene luego a recogerme, otra vez la interminable luz de las bandejas, donde me veo feo, nada católico y poco sentimental. El éxito está lleno de bandejas de plata de donde, de pronto, se cae tu imagen, con estruendo de gong, se le cae a un camarero de las manos, y te retiran como a los borrachos. Cómo miro la parra, metáfora involuntaria de una vida, brevísima temporada de recitales rojos, eso es el triunfo, el haber llegado, me lo pregunta una vieja bohemia de gorro negro y cuello que tiembla angustioso ¿qué es la gloria, Umbral, qué se siente?, nada, mujer, el éxito está vacío.