Image: Razones para querer a Wittgenstein

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Letras

Razones para querer a Wittgenstein

25 abril, 2001 02:00

Apunte de Grau Santos

Siete pensadores de talla como José Antonio Marina, José Antonio Rodríguez Tous, Javier Sádaba, Luis Arenas, Adela Cortina, Manuel Barrios y Patxi Lanceros reflexionan sobre el legado y los logros que el filósofo legó a la posteridad.

Pasión por la verdad

Admiro a Wittgenstein, su rigor, su generosidad, su valor para sobreponerse. Pero admiro menos su obra, cuya influencia me parece exagerada. Y menos aún a los wittgenstenianos beatos que repiten algunos eslóganes del maestro como los hindúes repiten los mantras. Es raro que al mencionar a Wittgenstein no se lo relacione con frases como "los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro pensamiento", o "los significados son parecidos de familia". Ambas afirmaciones me parecen falsas y así he intentado mostrarlo en alguno de mis libros. En cambio, me parece muy sugestiva su idea de religión, y necesaria su pasión por la verdad.

José Antonio Marina


Cómo vivió

Durante décadas, la obra de Wittgenstein ha estado sometida por sus continuadores a una especie de bienintencionada censura. Existía un Wittgenstein oficial (el padre del positivismo lógico y de la filosofía analítica), y otro extraoficial o semiclandestino. Se trataba de impedir que los excesos de genialidad del segundo comprometieran el aura de coherencia y de rigor científico del primero. El Wittgenstein que hoy nos importa es, precisamente, el filósofo cuya vida y obra no admiten estas componendas. No lo leemos sólo por lo que escribió, sino por cómo vivió, hasta el punto que no sabríamos ya separar una cosa de otra. Por ejemplo: no interesa hoy tanto decidir si sigue siendo válida su teoría de los juegos de lenguaje, como penetrar en el fondo oscuro de su ética o intuir el sentido que tuvieron para él palabras como "felicidad" o "límite". Wittgenstein es más contemporáneo nuestro que lo fue nunca de sus coetáneos. Es difícil imaginar a un Carnap o un Ayer procurando entender qué significa "vive eternamente quien vive en el presente" (Tractatus, 6.4311). Nosotros, que quizá no lleguemos a comprender ésta y otras muchas frases de Wittgenstein, al menos lo procuramos, como quien dice, con toda el alma.

José Antonio Rodríguez Tous


Riguroso y cotidiano

A Wittgenstein lo amo porque no es convencional. Porque no es unidimensional. Porque vive lo que dice. Porque es inquietante en su mirar. Porque su filosofía no tiene cuento. Porque su filosofía es rigurosa y cotidiana. Porque quiso a sus discípulos como amigos. Porque espolea el pensamiento. Porque detrás de su retorcida intensidad intelectual aflora un mar de afectos. Porque estuvo a punto de volverse loco de tanto darle vueltas a lo que es normal. Porque por mucho que viaje hasta los límites de la realidad siempre aparece, una y otra vez, el hombre desnudo. A Wittgenstein le odiaron muchos, pero los que le amaron lo hicieron con pasión. Lo que es original, cercano y lejano al mismo tiempo, va de divino y es humano, demasiado humano es un don extraño. De ahí que si uno ha gozado de dicho don, no lo abandona jamás. Y lo sigue queriendo.

Javier Sádaba


Ser un hombre mejor

Lo imagino en una fría noche del invierno de 1917. En las trincheras del Frente Oriental, un soldado austriaco trata de apartar de su cabeza el frío insoportable que recorre sus huesos desde hace horas. Agotado y hambriento intenta no pensar en el infecto hedor que desprende. Escribe. De cuando en cuando levanta la cabeza de sus notas y mira a sus compañeros de barracón. Vuelve a sus pensamientos tratando de esquivar el rostro desencajado del soldado que hoy ha matado por primera vez. Anota sus ideas con un lápiz de punta roma. Despacio. Él aún no lo sabe, pero de esas notas saldrán las apenas 20.000 palabras que lograrán romper en dos el curso de la filosofía del siglo XX. Se detiene. Guarda cuidadosamente sus notas en la mochila que mañana lo acompañará en el frente. Sólo entonces se permite un instante de descanso antes de dormir y anota en su diario íntimo un pensamiento: "Desearía ser un hombre mejor y tener una mente mejor. En realidad estas cosas son una y la misma". Hace cincuenta años que murió Wittgenstein. De cáncer.

Luis Arenas


Cambiar de tercio

Hace algún tiempo, un estudio sobre las capacidades de los ejecutivos excelentes mostró que los mejores son, no los que no se equivocan, sino los que toman conciencia de su equivocación y rectifican. De esta pasta fue Wittgenstein. Tras aquella primera época miope del Tractatus, en que lenguajes como el de la moral, la religión y la estética quedaban en el terreno de lo muy importante, pero irracional, tuvo la gallardía de cambiar de tercio y reconocer en las Investigaciones Filosóficas que las cuestiones del significado dependen de juegos del lenguaje, enraizados en las experiencias vitales de los jugadores hasta tal punto que quienes no se implican en ellos no comprenden nada. Sólo que no implicarse en ellos -hay que añadir a renglón seguido- supone renunciar a la humanidad.

Adela Cortina


Juegos de lenguajes

Tras publicar el Tractatus, Wittgenstein diseñó para su hermana una casa de fría arquitectura racionalista, cuya fachada habría podido suscribir Adolf Loos. La apariencia de su primera filosofía también despistó a los pensadores del Círculo vienés, quienes creyeron que su intención había sido la de edificar una fortificación lógica para desalojar toda sombra metafísica de la casa del lenguaje. Pero Wittgenstein sabía que esa casa estaba habitada por espectros: los enigmas del sujeto, de la voluntad o de los límites del mundo. Así que abandonó la falsa seguridad de un hogar-lenguaje ideal y salió a pasear por las callejuelas de una ciudad poblada de juegos de lenguajes que, como nuestras formas de vida, son plurales y aguantan el envite de la extrañeza sin renunciar por ello al deseo de habitar con cierta dosis de sensatez y felicidad. Es ese Wittgenstein el que hoy merece la pena releer.

Manuel Barrios


Pensar Amando

¿Se necesitan razones para amar?¿Se necesitan pasiones para pensar? Seguramente sí. Seguramente pensamos y amamos, convalidamos nuestras razones y nuestras pasiones, en formas de vida que nos conciernen y nos instruyen. Formas de vida: lenguajes. Wittgenstein nos enseñó a amar la forma lógica de la proposición, nos inculcó la precisa devoción del límite -ese límite que se ha engrandecido en la actual filosofía hispana- el límite del pensamiento, el límite del lenguaje, el límite del mundo. Wittgenstein desplazó la lógica hasta hacerla capaz de limitar con lo místico: y de proteger a la una y a lo otro de una mutua invasión. Wittgenstein -mil razones y mil pasiones- nos enseñó a pensar, amando.Y viceversa.

Patxi Lanceros