Image: La abundancia

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Letras

La abundancia

Derek Walcott

13 marzo, 2002 01:00

Traducción de Jenaro Talens y Vicente Forés. Visor. Madrid, 2002. 171 páginas, 8’5 euros

La escritura última de Walcott es poesía de género, y en ello está su mérito y su limitación. Algunos de estos poemas instauran una lengua casi augural en la que el Caribe parece una transparencia del Egeo

No es la primera vez que Talens traduce a Walcott. De la misma forma que los poetas eligen a sus lectores, cada obra elige a su traductor. Talens ha sido traductor de muchos, pero de modo muy especial de Beckett y de Walcott, con los que tiene una afinidad que se convierte en correspondencia. Esta versión de La abundancia, hecha con el anglista Vicente Forés, lo confirma: en ella el texto mantiene su estructura lingöística en una serie de secuencias fónicas en las que el ritmo cumple la misma función que la rima en el original. "La abundancia" -título tanto del libro como del poema que lo abre- es una elegía clásica muy consciente de serlo y en constante diálogo no sólo con la persona muerta e invocada -la madre del poeta- sino con todos los referentes, símbolos y signos que condensan las singularidades del tiempo y del lugar.

Escritos en tercetos más o menos encadenados -de ahí la alusión a Dante- y en "un metro universal" que sabe que procede del latín y de Ovidio, las siete partes que lo componen se mueven dentro de lo que Walcott llama "the standard elegiac": elegía casi renacentista con toques postmodernos y con enumeraciones y catálogos, más de flora que de fauna, en los que aparece la fantasmagoría botánica de lo más intimamente personal. Walcott -que no renuncia al empleo de símiles homéricos- pedalea "los himnos" y demuestra una conciencia y consciencia de los géneros en cuyos tópicos y esquemas se va a expresar. Logra así un tipo de poema culturalista y metapoético en el que lo que nos deslumbra es también lo que nos emociona, y en el que la cultura no es una serie de conocimientos sino un sistema de comunicación y solidaridad. En ello reside su grandeza y también su humanidad: "así las hormigas con largas líneas de palabras vuelven a enseñarme/mi oficio y mi deber". "Dos" -título del segundo movimiento- supone un intento de poe-sía historicista, parecido al que la pintura narrativa hizo. La poesía his-
toricista de Walcott nunca deja de ser lírica, y ése es su mérito mayor.

En el primer poema de la serie intenta recordar una ciudad de Normandía o de Bretaña ("Yo vivía en una postal"). Una acuarela le sirve para una meditación plástica sobre el ser del tiempo y la elusión del mismo en el arte ("Cada color y cada pincelada han eludido el tiempo") a diferencia de lo que sucede en nuestra vida y nuestra realidad. Este contraste entre la contingencia del yo y la seguridad de la naturaleza infunde al poema una dialéctica sentida como tensión y que, en el siguiente poema, es presentada como un inventario de estampas por las que pasa el humo del siglo XIX recogido en las novelas de Balzac: "la ficción de Europa que se hace teatro". Polonia y Amsterdam son vistas como si fueran masas de Pissarro, y Walcott no duda en introducir en su mirada el componente de la religión. Como un Ulises moderno, recorre el tiempo de un mismo lugar al que se vuelve y del que no se ha ido, mientras teoriza sobre cuál es su verdadera lengua. La lengua es objeto de reflexión aquí, donde se convierte no tanto en un modo de representación como en una forma de existencia. El poema 13 así lo indica en un interesante desarrollo en el que lo geográfico y lo lingöístico se unen a lo social y casi a lo ideológico, que Walcott siempre roza. La muerte le parece "una llama apagada en una linterna oscurecida". España es descrita de manera folclórica; Granada, en clave trágica. "Leyendo a Machado" es un poema menor. En cambio, el 19 posee la fuerza de la frase gnómica. Lo mismo puede decirse del 20 con la brillante imagen que lo inicia y su crítico-escéptico final: "como si, tras la noción de la historia/cada objeto que nombramos no fuese el sustantivo correcto".

El mejor momento de este libro de estilo muy unitario lo representa "Six Fictions": un conjunto en el que, como en Góngora, se plantea la posiblidad de que todo relato siente y de que cada uno no deja de ser una ficción. Con intertextos claros que remiten a Baudelaire, a Yeats, a Maupassant, a Rimbaud y a Rilke, y alusiones directas a la negritud y la otredad, algunas de sus partes -como no pocos de los poemas que las siguen- instauran una lengua casi augural en la que el Caribe parece una transparencia del Egeo. Podría decirse que este último Walcott es un Saint-John Perse en inglés. No hay ironía en ello, ni tampoco parodia: hay una interreferencialidad, común a ambos, que los aproxima y unifica en su modo y forma de ver y de decir. "églogas italianas" es un homenaje a Brodsky y supone un cambio en la sintaxis y también en el tono y en la intensidad, porque funciona sobre la alocución directa. No elude las imágenes plásticas y la sinestesia como en "el campo blanco que cruza un cuervo con su grito negro", que combina con referencias a Quasimodo y a Montale, y al destierro de Ovidio, menos un motivo que un motor. La escritura última de Walcott es poesía de género, y en ello está su mérito y su limitación.