Image: Al límite de la fe

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Letras

Al límite de la fe

V. S. Naipaul

29 mayo, 2002 02:00

V. S. Naipaul, por Gusi Bejer

Traducción de Flora Casas. Debate. Madrid, 2002. 571 páginas, 21 euros

Al límite de la fe evita el análisis y prefiere "la exploración cultural", entendida como una vivencia de lo otro a partir de sus protagonistas. Su mérito es enseñarnos lo otro en su historia, hacérnoslo ver en su diversidad

Concebido como continuación de Entre creyentes, publicado hace diecisiete años, este nuevo libro de Naipaul es bastante más que su prolongación: supone un conjunto de relatos de viaje por cuatro países musulmanes no árabes (Indonesia, Irán, Pakistán y Malaisia) en los que su autor objetiva y recoge diversas versiones del Islam. Lo que hace Naipaul es ofrecer el mapa de un tema, barajar distintos testimonios, optar más por reflejar las opiniones escuchadas que por su propia posición, y eludir todo lo que pueda considerarse conclusiones.

Al límite de la fe evita el análisis y prefiere "la exploración cultural", entendida como una vivencia de lo otro a partir de sus protagonistas. En el caso de Indonesia, éstos son, sobre todo, dos: Imadudin, profesor de ingeniería eléctrica en el Instituto de Tecnología de Bandung y predicador islámico; y Wahid, representante de una visión religiosa absolutamente contrapuesta. La alternancia de diálogo, pensamiento y narración confiere carácter simultáneo a este ensayo-relato o relato-ensayo, que parece más próximo al libro de viaje que a la literatura llamada de ficción. Naipaul focaliza puntos que son instantes, y expresiones que, puestos en boca de quienes las pronuncian, recuerdan menos técnicas de un novelista que recursos de un historiador. Reproduce así lo que ha oído sobre Fazel-ur-Rehman y su convencimiento "de que los musulmanes de lengua malaya dirigirán la renovación del Islam en el siglo XXI"; expone, de manera muy clara, ejemplos de cómo el Islam -una religión árabe- supera el marco de un sistema de creencias para convertirse en una exigencia de índole imperial; hace ver cómo su lengua sagrada es el árabe, y cómo sus lugares sagrados lo son también, lo que produce en los conversos -en los musulmanes no árabes- una crisis de identidad.

Para algunos de ellos, el Corán se presenta como una solución de todos los problemas y, por tanto, como una mezcla de fe y de política; para otros, en cambio, hay que mantener separadas la política y la religión. Esa dualidad se manifiesta en su concepto de la educación y de la escuela y permite entender las diferencias históricas y sociales que han determinado dos conductas político-religiosas tan distintas como las de Sumatra y Java, que Naipaul logra reconstruir aquí. Esas dos conductas -que explican su comportamiento durante la II Guerra Mundial, con los holandeses, primero, y con los japoneses, después- siguen todavía vigentes y, por eso, los educados en los pesantem son más liberales y cosmopolitas que los educados en Sumatra, que son partidarios de la guerra santa. Estos creen que "todos nacemos musulmanes" y que el Islam significa sometimiento y obediencia a Dios. De ahí que quienes están fuera del Islam les parezcan no sólo seres equivocados sino irreales. El Corán para ellos "es un sistema de valores" absoluto y total.

Los musulmanes de Sumatra creen que "los holandeses pudieron conquistar Java con cierta facilidad, pero no pudieron conquistar Acen ni Sulamesi porque sus gentes eran muy religiosas". Naipaul describe con lirismo las altiplanicies de Minangkaban, que fueron el escenario de las guerras fundamentalistas de los uahabíes en el primer tercio del XIX; habla de las llanuras de arroz como de "una especie de narración pictórica simultánea" y se demora en los "viveros de un verde delicado y brillante"; recuerda algunas de las apreciaciones visuales que Harlitt hizo a los paisajes de Poussin; y, con ojos muy occidentales, ve Pariyangan. Según él, "en los países convertidos al Islam [...] el furor fundamentalista" se dirige "contra el pasado, contra la historia", al tiempo que "la verdadera fe" parece surgir "de un vacío espiritual". El Irán de 1979 le hace sospechar "los tristes comienzos de una clase media", y la situación de Pakistán le lleva a pensar el siguiente símil: "Es como si -cambiando de continente- los indígenas de México y Perú se hubieran puesto de parte de Cortés, Pizarro y los españoles por ser los portadores de una nueva fe". Más interesante resulta su estampa de Kuala Lumpur y su conversación con Chafi, para quien la autopista construida por el gobierno "era un error" porque "significaba abrir el país al vicio", y "la lengua oficial del país debía ser el árabe".

Naipaul opera mediante viñetas que son tanto situaciones como instancias y articula su libro sobre un contexto en torno al que realiza algo así como una antropología cultural. Con un estilo rápido, exacto y brillante ofrece un conjunto de imágenes que constituyen un mosaico narrativo centrado en la parte más desconocida del Islam: los conversos, cuya geografía es tan poco uniforme como su realidad. Y ese es su mérito: enseñarnos lo otro en su historia, hacérnoslo ver en su diversidad. La traducción no puede ser mejor: sobre todo, en los puntos en que la literariedad se hace más lírica. El ritmo de la prosa se disfruta y el lector asiste al placer del texto y a su imantante legilibilidad. Impresiones e ideas van de la mano, sin que, a veces, se las pueda distinguir.