Image: El encuentro

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Letras

El encuentro

Nadine Gordimer

5 junio, 2002 02:00

Nadine Gordimer, por Gusi Bejer

Traducción de M. Gurguí y H. Sabaté. Ediciones B. Barcelona, 2002. 284 páginas, 16’50 euros

El encuentro significa un indudable paso adelante en una trayectoria literaria como la de Nadine Gordimer, caracterizada por el análisis sutil y femenino de las complejas relaciones humanas, y la evolución de la mentalidad social de los blancos surafricanos

Los lectores fieles de la Premio Nobel de Literatura surafricana identificarán inmediatamente a uno de los personajes de esta su última novela traducida al español con el verdadero protagonista de la anterior, Un arma en casa. Me refiero a Hamilton Motsamai, que con sus éxitos en el foro consigue situarse en un punto de reconocimiento y consideración sociales antes impensables para un profesional de su raza.

En El encuentro aparece definido ya como "el abogado negro que salvó al hijo de esos grandes amigos de los Summers. [...] Consiguió para él sólo siete años por ese asesinato espantoso de hace unos años" (página 57). La aparición de Motsamai no tiene aquí, sin embargo, la misma relevancia. El abogado ya no se dedica a asuntos penales, sino fundamentalmente financieros, y se ha convertido en una figura imprescindible en el escenario de la alta sociedad de Johannesburgo nacida de lo que la propia Nadine Gordimer calificó, en un sonado artículo de 1995, "la nueva cara de Suráfrica". Pero este trasvase de un texto novelístico a otro nos habla de la voluntad que su autora manifiesta por articular una especie de episodios nacionales de la contemporaneidad surafricana, de ese complejo proceso de transición política desencadenado por las elecciones multirraciales de 1994 que pusieron fin al viejo régimen del apartheid.

En este sentido, El encuentro significa un indudable paso adelante en una trayectoria literaria como la de Gordimer, caracterizada por el análisis sutil y femenino de las complejas relaciones humanas, y la evolución de la mentalidad social de los blancos surafricanos. La escritora se reserva, en primera persona, las dos primeras páginas del texto para advertirnos que nos ofrecerá en las siguientes el desarrollo imaginativo de una "visión" o epifanía, entendida al modo de Joyce como la revelación súbita de algo trascendente a partir de un episodio aparente- mente banal, en este caso la avería mecánica que una joven sufre y que provoca un considerable atasco del tráfico. A partir de aquí la novelista encadena una secuencia impecable de causas y efectos que llevará a la protagonista, Julie Summers, hasta un desenlace imprevisible cuyo sentido último no es otro que el del propio título de su obra, El encuentro. Una de las primeras novelas de Nadine Gordimer, publicada en 1958, define también en su título, A World of Strangers, la realidad social de Suráfrica.

La escritora, solventada, al menos desde el punto de vista constitucional, la problemática del "apartheid" abre un nuevo frente del mismo tenor: el de la inmigración ilegal. En aquella trabada secuencia de peripecias y acontecimientos que se desencadena desde la epifanía inicial la joven protagonista, blanca, anglosajona y burguesa, ve cómo el amor une su destino al de Abdu, un "sin papeles" cuyo nombre es el más común entre los inmigrantes de ascendencia india o malaya.

Pero este "Abdu el don nadie" (página 41), obligado a abandonar el país sin que el mismo Motsamai pueda frenar su deportación, acabará identificándose como Ibrahím ibn Musa, hijo de un misérrimo país árabe, que él mismo define como feudal, al que Julie le acompañará ya como esposa, renunciando a todo, pues les une "la clase de amor que es otro país, ni el tuyo ni el mío" (página 107).

Y allí se producirá el sorprendente desenlace, que no lo es tanto si tenemos en cuenta otras novelas anteriores de Nadine Gordimer, en especial Nadie que me acompañe, novela arquetípica de una determinada visión femenina -más que feminista- del mundo y sus complejidades. El encuentro de Julie Summers lo es con otra sociedad y con otra cultura, la islámica, en la que le costará introducirse en el año que comparte con su marido, viviendo ambos con la abigarrada familia de Ibrahím ibn Musa y descubriendo ella allí sus profundas afinidades con las mujeres de la casa, con las que apenas puede comunicarse en árabe o en inglés. Pero, finalmente, se sobrepondrá a todos los móviles y dificultades el gran mito en el que esta escritora reincide una y otra vez: el de sus protagonistas femeninas que, como la Vera y la Sally de Nadie me acompañe, se erigen, en medio de las turbulencias históricas, en dueñas de su propio destino, dejando en la cuneta, como quien se deshace de un pesado fardo, a los hombres que, como se dice en la novela antes mencionada, se convierten en tiranos por darles a sus mujeres todo el poder sobre ellos mismos.