La música que llevaba Cernuda
Con un término musical, el “acorde”, quiso expresar Cernuda lo más alto de su experiencia poética y existencial: la intemporalidad, la desaparición de la otredad y la fusión con el mundo, el éxtasis. Lo explica en el texto final de Ocnos, “El acorde”, de 1958. Pero la experiencia allí analizada se encuentra vivida en muchos de los versos de su autobiografía poética La realidad y el deseo, como una constante de su búsqueda de la esencia de las cosas y de sí mismo, siguiendo el pensamiento de Fichte de hallar la idea divina del mundo que yace al fondo de la apariencia.
Cernuda persiguió la hermosura oculta para alcanzar esa armonía superior que, a través del sexo, el corazón y la mente, le proporcionaría ese acorde de unidad de sentimiento y consciencia. En este camino de perfección, la Música supuso para él un estímulo, o complicidad, de primera magnitud. Cernuda descubrió la Música siendo aún niño, en la soledad de su casa, cuando al atardecer se abría el salón y el sonido del piano vecino le hacía entrever una realidad diferente. Aún no podía entender su profundo significado, pero ya intuía ese mágico poder que tanto consuelo y gozo habría de depararle. La experiencia ya se daba en soledad y por la noche, y esas circunstancias se acentuarán con el paso del tiempo: una guitarra que suena en la madrugada; la música de Bach y Mozart oída en los atardeceres de invierno en el coliseo sevillano; el mirlo que canta en los anocheceres de marzo; las voces en falsete de los músicos rústicos por la carretera de México; clarines, oboes y flauta bajo la mágica luna de Parasceve en el recreado tiempo sin tiempo del niño.
El acorde, “el acorde total”, ya aparecía en el poema V de Perfil del Aire, aquello que daba “al universo calma”, pero como apuntó Ruiz Silva en 1978 , aunque el libro primerizo posea instinto rítmico y fino oído, las referencias musicales son escasas y no pasan de ser un elemento decorativo. Algo parecido a lo que ocurre en égloga, Elegía, Oda, a pesar de cierto platonismo neoclasicista. Mayor interés ofrece Un río, un Amor, donde irrumpen los aires de jazz con el célebre fox-trot “Quisiera estar solo en el sur”. El poema se impregna de esos aires jazzísticos que provocaban el entusiasmo de la juventud europea. También en este libro figura “La canción del Oeste”, en el que entre imágenes oníricas se escucha en lejanía una canción que hace olvidar un desolado amor.
Poco a poco la Música en Cernuda se va interiorizando. La estrofa fina de “La gloria del poeta”, de Invocaciones, donde el poeta pide a su Demonio que hunda el puñal en su pecho, es un significativo paso en la apropiación del mundo musical como expresión de sus anhelos poéticos. Le habían precedido a estos versos otros tan ligados a lo musical como los de “Déjame esta voz” y “Como leve sonido” de Los placeres prohibidos, y los de “El viento de Septiembre entre los chopos”, de Invocaciones, en el que expresa su deseo de anegarse, anticipando otras funciones más totalizadoras.
La estancia en Londres fue decisiva para su formación. Allí tuvo ocasión de escuchar la producción camerística de Mozart, y ese enriquecimiento auditivo se tradujo en numerosos textos de Las Nubes, en los que la Música alcanza ya una dimensión poco frecuente en nuestra lírica. Poemas como “Scherzo para un elfo” o “La fuente” son valiosas muestras de cómo lo musical se va transformando en sustancia poética. El agua, el aire, los pájaros, la Naturaleza toda se va volviendo musical. Es la musa de los números, “Urania”, la que en Como alguien espera el Alba, preside el “concierto celeste” que nace del bosque de plátanos y el agua bordeada de violetas. La Naturaleza como un conjunto de instrumentos musicales; o uno, como en el caso de “El arpa”, que es Naturaleza encarcelada. Al igual que suenan “Otros aires” entre los árboles aquellos de Vivir sin estar viviendo, cuya existencia como la del poeta se escucha “en música escondida y revelada”. Tanta es la creciente relación entre Música y Poesía, que en dos canciones de Con las horas contadas, palabras y notas y melodía y amor son una misma e indivisible esencia.
El proceso de apropiación e identificación con lo musical culmina en Desolación de la Quimera. Aquí Mozart “Es la música misma”, el máximo exponente de la gloria humana, el redentor que nos salva de un mundo informe. Y por las páginas de ese libro testamentario brotan como de incontenible manantial los versos de “Las sirenas”; de “Música cautiva”, formulación “A dos voces” de su problemática vital; el caudaloso río de “Luis de Baviera escucha Lohengrin”; y el nocturno sevillano de “Luna llena en Semana Santa”. Mucho más podría decirse de aquél para quien la Música fue, sin quizá alguno, la preferida de las artes después de la Poesía. No hay aquí espacio para ello; pero al menos recordemos que Cernuda dedicó algunas páginas de su prosa narrativa a comentar los efectos producidos por la Música; buen ejemplo, El Sarao, donde se analizan las reacciones de los oyentes y de la intérprete ante el aria “Non mi dir” del Don Giovanni mozartiano. También en su prosa crítica se sirvió de las comparaciones musicales para verter juicios sobre los escritores: la frase poética de Bécquer como la melódica de Chopin. Y más que en ninguna otra prosa, la mejor, en sus Variaciones sobre tema mexicano, musical desde el título hasta su estructura compositiva.
ésta fue la Música de Luis Cernuda, que no necesitó de conocimientos técnicos ni de práctica instrumental para llegar a su quintaesencia, a la “música callada”, a la “soledad sonora”, en expresiones de su admirado San Juan. Música del amor y la belleza, de la verdad y el dolor, de la soledad y el gozo. Esa era la música del poeta, la música que llevaba.