Image: Plataforma

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Letras

Plataforma

Michel Houellebecq

19 septiembre, 2002 02:00

Michel Houellebecq, por Gusi Bejer

Traducción de Encarna Castejón. Anagrama, 2002. 316 páginas, 16 euros

De esta novela puede decirse cualquier cosa menos que carezca de reciedumbre temática y argumental o que no haya sido concebida para provocar controversias. Houellebecq acredita una innegable capacidad para definir personajes tan sólidos como contradictorios.

El achaque no es privilegio exclusivo de la literatura francesa, pero en ella se viene dando reiteradamente la confesión autocrítica de los excesos a los que irremediablemente nos está llevando la levedad posmoderna. Y así, al tiempo que Le Clézio pone en boca de un personaje de El pez dorado que las novelas actuales son "solo aire", el narrador de Echenoz en Me voy reconoce que "a todo esto le falta nervio". En este contexto debe entenderse, creo yo, la singularidad de la última obra del poeta y novelista Michel Houellebecq, de la que puede decirse cualquier cosa menos que carezca de reciedumbre temática y argumental o que no haya sido concebida para provocar controversias seguidas a distancia por el autor desde su retiro irlandés.

Plataforma comienza en Cherbourg con un crimen pasional, y concluye en Tailandia con un ataque de fundamentalistas islámicos que causa más de cien muertos entre los turistas. Estas dos peripecias dramáticas afectan al protagonista y narrador, pues la primera víctima es su propio padre, y entre las del atentado se encuentra su amante. Aquella pérdida no significa nada para Michel, que así se llama este personaje de compleja caracterización: es una especie de pensador cínico, misántropo, nihilista y sexualmente hiperactivo gracias a la viagra. Por el contrario, Valérie le aportaba la más cierta realización de una inverosímil felicidad que se ve frustrada por el fanatismo religioso. Ello da lugar a que las últimas páginas incluyan una feroz diatriba contra el Islam, lo que con mayor contención y abigarrados argumentos intelectuales no había dejado de aparecer en capítulos previos. Posteriores declaraciones periodísticas del escritor a la revista Lire, donde llega a afirmar que ésta es "la religión la plus con", han dado lugar a un proceso judicial que se sustancia en estos mismos días promovido por varias asociaciones islámicas, al amparo, paradójicamente, de una ley francesa de 1881 en defensa de la libertad de Prensa.

Si la corrección política es deletérea para la literatura, y pueda quizás definirse como la censura posmoderna, el carácter literario de Plataforma quedaría fuera de toda duda. Houellebecq acredita aquí una virtud que tampoco era ajena a sus dos novelas anteriores: una innegable capacidad para definir personajes tan sólidos como contradictorios. Aquí lo son varios -la propia Valérie, su compañero de trabajo Jean-Yves, ejecutivo de una gran agencia de viajes, y otros tantos de menor entidad-, pero la palma se la lleva Michel, que se nos figura a la vez un "hombre sin atributos", consciente de su mediocridad, y un oráculo de lucidez frente al caos de la nueva sociedad emergente en el cambio de milenio. Ningún rasgo del nuevo spleen, de nuestro "mal du siècle", escapa a su escrutinio, desde la adicción a la salud gimnástica hasta la inexorable mediación química de las conductas; desde la alineación televisiva hasta la reificación de los sentimientos y las pasiones. Si Francia es para él un país "totalmente siniestro y burocrático" (página 63), en el paraíso terrenal de Tailandia dos jóvenes turistas ingleses "con el cráneo rapado" le ofrecen "pinta de presos posmodernos" (página 100).

Entre las preferencias literarias de Houellebecq se cuenta Brave New World, y el mundo infeliz que él nos pinta extrema algunas de las más pesimistas entre las profecías de Huxley, así como también la metrópolis de la inseguridad ciudadana, donde los ricos se desplazan exclusivamente en helicóptero y las calles pertenecen a los pobres y a los delicuentes, plasma en Plataforma las ideaciones alucinadas de Fritz Lang. Porque para Michel, la cultura, "una compensación necesaria ligada a la infelicidad de nuestras vidas" (página 280), tiene, no obstante, la virtualidad de devolvernos a nuestra propia nada.Y sin embargo, Plataforma es un best-seller, magistralmente urdido como tal, tan oportunista como cualquier otro, por ejemplo los de Forsyth, Grisham o Balducci que Michel entierra profana y escatológicamente. Entre aquellas dos muertes se nos ofrece un cumplido elenco de situaciones amatorias en clave pornográfica, dos viajes de turismo sexual a Tailandia y uno a Cuba, que no nos ahorran páginas enteras de auténtico baedeker, y una serie de teorías tan ingeniosas como políticamente incorrectas sobre la decadencia de Occidente y la necesidad de reanimar su sexualidad negociándola con los países del tercer mundo, sobre una suerte de neorracismo masoquista, sobre el fracaso del comunismo y sobre la maldad intrínseca del Islam.