Image: Vivir para contarla

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Letras

Vivir para contarla

Gabriel García Márquez

10 octubre, 2002 02:00

Gabriel García Márquez, por Gusi Bejer

Mondadori. Barcelona, 2002. 592 páginas, 25’50 euros

Las memorias de Gabriel García Márquez han sido, desde hace años, un libro anunciado y esperado, del que el autor había ofrecido tan sólo un capítulo en Prensa: su fulgurante inicio. Una frase justificativa puede, sin embargo, abrir de nuevo el debate sobre la naturaleza de la autobiografía y sus características: "La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla", asegura su autor. Se introducen, en consecuencia, dos filtros que vienen a entorpecer el aceptado "pacto autobiográfico" que, en su día, estableció Lejeune. Pero tampoco García Márquez se sujeta a los cánones tradicionales: un tiempo cronológicamente sucesivo. Su oficio de novelista, siempre renovador, aunque últimamente destaque como cronista de una realidad dolorosa, le permitirá aplicar en el recuerdo de lo vivido los artificios expresivos que se permitió en la novela. Quizá convenga precisar desde un comienzo que tan extensas memorias constituyen, en parte, el contrapunto o el reverso de su obra maestra, Cien años de soledad. Pues en su creación son menores los elementos "mágicos" que las experiencias autobiográficas, que las historias vividas: una realidad tamizada.

De aquel viaje con su madre para vender la casa de los abuelos en Aracataca con la que se inicia el relato, cuando el autor cuenta 23 años, surgirá, sin duda, La hojarasca, pero también el embrión de una "epopeya" que se irá escribiendo y desechando hasta encontrar la fórmula con la que deslumbró al mundo literario no sólo en castellano. Hasta la página 122 no volverá a aludir a dicho viaje, recreándose en los meandros de la infancia. La clave, como sabíamos, era la recuperación de la imagen de aquella casa abandonada que ahora aparecerá desde otra perspectiva, tras el abandono de la Compañía. Pero asegura el autor que "desde la primera línea tuve por cierto que el nuevo libro debía sustentarse con los recuerdos de un niño de siete años sobreviviente de la matanza pública de 1928 en la zona bananera. Pero lo descarté muy pronto, porque el relato quedaba limitado al punto de vista de un personaje sin bastantes recursos poéticos para contarlo. [...] Pensé en diversificar el monólogo con voces de todo el pueblo, como un coro griego narrador, al modo de Mientras yo agonizo [...] pero me dio la idea de usar sólo las tres voces del abuelo, la madre y el niño, cuyos tonos y destinos tan diferentes podían identificarse por sí solos".

Y a raíz del viaje recobrará el nombre de Macondo, que tantas veces habría leído en su infancia. Estas cuestiones de carpintería técnica o las opiniones sobre la naturaleza de la novela no eran frecuentes en obras anteriores. Llegan, jalonando la historia de la vida del escritor, tan rica en lances pintorescos como en avatares familiares. Desde la primera línea -"Mi madre me pidió que la acompañara a vender la casa"- podemos establecer el paralelismo con el inicio de Cien años de soledad: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota...". En ambos casos el papel del recuerdo es determinante, así como el de la familia. Ahora, sin embargo, la frase resulta de una simplicidad que resalta el tono oral, casi confidencial, que pretende.

Sin embargo, en Vivir para contarla se nos autoriza a adentrarnos en la relativa intimidad de la tan amplia como diversa familia, en la lucha del protagonista por convertirse en escritor, sin enfrentarse al padre que hubiera deseado que finalizara la carrera de Derecho, en las dificultades materiales de la supervivencia, en las lecturas que irán jalonando los descubrimientos de un autodidacta, el papel determinante de los amigos del "grupo de Barranquilla" y del escritor y librero catalán Ramón Vinyes, que ejercerá como guía y maestro. Cobran relevancia las figuras de los abuelos, con los que el autor vivió durante sus primeros años y, en especial, la del abuelo que confeccionaba los pescaditos de oro, piezas de artesanía poco rentables (pág. 103), que advertiremos en Cien años de soledad. Los mecanismos de la composición de la primera parte del relato no disimulan deudas literarias (Rulfo o Faulkner). A lo largo de estas páginas se nos irán revelando las lecturas, las apasionadas revelaciones que llegan hasta las librerías de Cartagena, Barranquilla o Bogotá de las novedades de Losada.

Cualquiera que sea la fuente de inspiración, la amenidad del relato es constante, proceda de una escena sugerida no por la magdalena proustiana, sino por la comida criolla compartida con unos vecinos (pág. 49) o el descubrimiento de un recuerdo inspirado por otro. Tras la aparente facilidad, se esconde la capacidad creadora de un genio del lenguaje. Los ejemplos deberían multiplicarse, pero si el valor de un escritor se comprueba por la adjetivación, nadie superará a García Márquez cuando apunte que la sonrisa de un personaje era "sonrisa de masón" (pág. 41). Y ello es habitual en cada una de las páginas del libro, convertidas en deslumbramiento por un retrato, un tipo, un rasgo histórico, de la aventura de un reportaje descrito ahora desde una veracidad ajustada o no por el recuerdo. Hay costumbrismo y hay, también, análisis histórico y político. Porque el autor ha recurrido a los supervivientes, a los eruditos en su obra, a cuantos podían aportarle precisión a unos años que se pierden entre las brumas de la infancia y juventud, pero que están entreveradas por detalles de actualidad. La figura de la madre sólo puede calificarse de magistral (pág. 9).

El entorno de la familia, sus retratos e historias, conservan el aliento de lo mágico, misterioso, aunque cotidiano. Quizá su autorretrato a los cuatro años puede darnos la clave de su posterior concepción de la literatura (pág. 104). Durante su relación intensa con los abuelos se entiende esta fabulación como "técnicas rudimentarias de narrador en ciernes para hacer la realidad más divertida y comprensible". En la página 98 descubriremos los orígenes de El coronel no tiene quien le escriba. En la 108, aparecerá el tema del "hielo", clave posterior de Cien años de soledad.

La mayor parte de las narraciones, cuentos y temas de su obra aparecen durante estos años de la infancia, sin duda los más atractivos de unas memorias cuyo eje fundamental está formado por la irremediable vocación del escritor en que ha de convertirse. El mundo de Barranquilla le permitirá nuevos descubrimientos literarios (Borges y Cortázar, entre otros), los burdeles y los primeros escarceos en el mundo del periodismo. Son también los años de la pasión por Faulkner, de la muerte de su padre, del papel de la madre, el descubrimiento de El Quijote, sus dificultades con la ortografía, los contactos con el grupo poético "Arena y Cielo", el recuerdo del río Magdalena y su vida fabulosa. Entre las páginas 276 y 279 aparecerá el origen de La mala hora. Sus relaciones con las mujeres no se reducen a las de los prostíbulos, evocados con ternura. Las mantendrá, peligrosas y sorprendentes, con María Alejandrina Cervantes. Pero hay etapas en que sus relaciones con "las bandidas" le alejan, incluso, de la lectura (pág. 280). El papel de la radio y del cine va acompañado por el despertar de su afición a la música.

Durante su estancia en Bogotá, donde se traslada para cursar Derecho, entrará en contacto con Plinio Apuleyo Mendoza, leerá a Sófocles, a Maupassant y vivirá directamente el asesinato de Gaitán que abrirá la inacabable violencia en Colombia. En aquel momento coincidirá con Camilo Torres y Fidel Castro, siendo éste delegado estudiantil. Cuando le conviene revela sus fuentes e intenta, incluso, ofrecer su personal versión de hechos que han encenegado la vida colombiana. Ya en Cartagena de Indias entrará en contacto con otro mundo caribeño. Y con álvaro Mutis, una de las figuras fundamentales en esta etapa. Sus lecturas van de El Conde de Montecristo a V. Woolf. Se inicia en el cuento, sobre el que teorizará en la página 428. Pero hasta el 5 de enero de 1950 no comienza sus "Jirafas", columnas periodísticas, que han de ser su taller de escritura. Sobre la técnica del cuento insistirá de nuevo en la página 442. Y en la 457 dará, de paso, noticia de su "descubrimiento" de Mercedes Barcha, su esposa. El inicio de su relación cerrará con broche de oro, delicadeza y emoción, el final de este primer volumen de memorias. Podremos descubrir en la página 450 los orígenes de la Crónica de una muerte anunciada. Dará cuenta de la evolución de cada uno de los hermanos (pág. 475), su efímera actividad de vendedor de libros, que ha de permitirle descubrir zonas desconocidas de su país, pero Ríoacha, sus orígenes, no lo conocerá hasta 1984. Esta mezcla de tiempos permite cabalgar sobre varios García Márquez a la vez, bien delimitados. Ello provocará algunas reiteraciones, salvadas con inteligencia. Pero su vocación de escritor le llevará desde el artículo imaginativo al ámbito del reportaje, que entroncará con la novela. La historia fantástica de La Sierpe (pág. 419), la vida en Sucre, junto a sus quince hermanos, el retorno a Bogotá, propiciado por Mutis, sus colaboraciones en "El Espectador", su actividad como crítico de cine y la publicación de La hojarasca (pág. 544) acaban cerrando un periplo apasionante, como lo son la historia de los escasos reportajes cuyos avatares relata: el de Chocó y sus manifestantes (pág. 533), o el del marinero náufrago, escrito en primera persona, Alejandro Velasco, que 15 años más tarde sería publicado en España por Tusquets con el título de Relato de un náufrago. También se da noticia (pág. 574) de unas excavaciones que no llegaron a utilizarse, aunque constituyen una pista de El general en su laberinto, su novela sobre Bolívar.

A los lectores de Gabo (Gabito para sus familiares) o Gabriel García Márquez para sus lectores este largo periplo ha de saberles a poco. Es un libro espléndido: unas memorias escritas con técnicas narrativas complejas, de andamiaje aparentemente simple. Con él podemos adentrarnos en un mundo personal y en claves que iluminarán, sin duda, la totalidad de una obra concebida con la paciencia de su abuelo artesano. Este nuevo pececito de oro no es un mero adorno, ni mucho menos una despedida del oficio, sino una luz que ha de iluminar la obra de uno de los más grandes creadores del pasado y presente siglo.


La madre de Gabo: "Sumando sus once partos, había pasado casi diez años encinta y por lo menos otros tantos amamantando a sus hijos. Había encanecido por completo antes de tiempo, los ojos se le veían más grandes y atónitos detrás de sus primeras lentes bifocales, y guardaba un luto cerrado y serio por la muerte de su madre, pero conservaba todavía la belleza romana de su retrato de bodas" (pág. 9).
Autorretrato: "Dicen que era pálido y ensimismado, y que sólo hablaba para contar disparates, pero mis relatos eran en gran parte episodios simples de la vida diaria, que yo hacía más atractivos con detalles fantásticos para que los adultos me hicieran caso" (pág. 104).
El Quijote: "Hice otras tentativas [de leer el Quijote] en el bachillerato, donde tuve que estudiarlo como tarea obligatoria, y lo aborrecí sin remedio, hasta que un amigo me aconsejó que lo pusiera en la repisa del inodoro y tratara de leerlo mientras cumplía con mis deberes cotidianos. Sólo así lo descubrí, como una deflagración, y lo gocé al derecho y al revés hasta recitar de memoria episodios enteros" (pág.168).
La ortografía: "Me costó mucho aprender a leer. No me parecía lógico que la letra m se llamara eme, y sin embargo con la vocal siguiente no se dijera emea sino ma. Me era imposible leer así. Por fin, cuando llegué al Montessori la maestra no me enseñó los nombres sino los sonidos de las consonantes. Así pude leer el primer libro que encontré en un arcón" (pag.108).
Mercedes Barcha, su futura esposa: "Siempre fue divertida y amable conmigo, pero tenía un talento de ilusionista para escabullirse de preguntas y respuestas y no dejarse concretar sobre nada. Tuve que aceptarlo como una estrategia más piadosa que la indiferencia o el rechazo" (pag. 457).