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Letras

Traductores. El estado de la cuestión

30 octubre, 2003 01:00

Jesús Pardo, Eduardo Chamorro, Fernando Rodríguez-Izquierdo, Miguel Martínez Lage, Mario Merlino y Clara Janés

El último informe sobre la situación del traductor en España es categórico: ni su situación económica es satisfactoria, ni sus relaciones con las editoriales son siempre felices, aunque cada año son más profesionales y tienen una formación más profunda. Seis traductores de referencia -Clara Janés, Jesús Pardo, Fernando Rodríguez-Izquierdo, Mario Merlino, Miguel Martínez-Lage y Eduardo Chamorro- analizan para El Cultural los problemas del sector.

“Algo está cambiando en la traducción española”, afirma Clara Janés, traductora del checo (Seifert, Holan), francés (Duras) o inglés (Mansfield), que destaca que hoy contamos con “especialistas en chino, ruso, japonés, y se imparten clases en universidades y escuelas de idiomas. También hay más rigor por parte de los lectores”. Sin embargo, el último informe sobre la traducción en España denuncia que más del 90 por ciento de los consultados sigue cobrando “por página”, a veces sin contrato, por lo que “la situación general del colcectivo es, como mínimo, poco satisfactoria”, Más aún, desde 1996 no sólo no ha mejorado, “sino que se han acentuado las contradicciones”. Mario Merlino (presidente de la Sección Autónoma de Traductores de la Asociación Colegial de Escritores y traductor del portugués -Clarice Lispector, Lobo Antunes, Jorge Amado, entre otros) denuncia “la escasez y dispersión de profesionales de la traducción especializados, por ejemplo, en el chino, el japonés o los idiomas eslavos. Además falta conciencia de la importancia de la comunicación directa entre una lengua y otra”. Miguel Martínez-Lage, que ha traducido a Coetzee, Poe, Conrad o Martin Amis, opina que “toda traducción envejece a pasos agigantados. Que yo sepa, aún no se ha encontrado científicamente la causa específica de esa caducidad”. No cree que el uso de las lenguas intermedias sea el único motivo, pero sí que “la práctica aberrante que suponía el pasar por las horcas caudinas de la lengua interpuesta está llamada a su fin”. Por su parte, Fernando Rodríguez-Izquierdo, traductor de poetas y novelistas japoneses como Bashoo y Murakami, Tanizaki y Soseki, apunta: “Conozco traducciones, incluso directas, hechas a un español anticuado, que se despega de la sensibilidad del lector de ahora. Y lo contrario también ocurre: el traductor ha buscado un lenguaje juvenil de última hora, que por lo mismo es efímero y cambiante. Es necesario un gran equilibrio, y conocer a fondo los recursos de nuestra lengua. En las traducciones indirectas, los errores a veces son de risa, como confundir haru (primavera) e izumi (fuente) a través del término inglés spring, que significa ambas cosas”. Eduardo Chamorro (traductor del Ulises de Joyce) señala más cuestiones pendientes: además de las tarifas bajas, “en demasiadas ocasiones existe un desconocimiento profundo no del idioma del que se parte, sea el inglés, el chino o el ruso, sino del de llegada, del castellano”. A vueltas con la censura Y eso si hablamos de nuevas versiones. Porque muchos de los clásicos que circulan entre nosotros siguen siendo reediciones de viejas traducciones lastradas por la censura. “Las traducciones publicadas en la dictadura franquista estuvieron marcadas por el monstruo de la censura: mutilación del texto original y, como directa consecuencia, una falta absoluta de rigor y de atención a los matices de la obra literaria: aquello que el autor dice de manera evidente y lo que dice entrelíneas, ese otro lado (lo ‘inefable’, diría Dylan Thomas) que todo buen traductor (todo lector avispado) debe vislumbrar y esforzarse por captar en la lengua a la que está traduciendo”, se lamenta Merlino. Porque hay lenguas y lenguas. Jesús Pardo, traductor de unos doscientos titulos en quince idiomas, resalta que“el caso extremo sería el del chino, porque pertenece a otra galaxia cultural, y los buenos traductores intentan no verter literalmente las palabras, sino interpretar su significado. En el campo de la traducción se ha producido un cambio radical, no gradual, de descubrimiento de literaturas ajenas a nuestra tradición”. Respecto al japonés, Rodríguez-Izquierdo dice que “obviamente, van apareciendo más traducciones directas que hace treinta años, pero todavía con cuentagotas. El cambio se debe a que se enseña japonés en Academias y Escuelas de Idiomas, y algunos alumnos al terminar sus estudios van a Japón a perfeccionar el idioma. De entre estos salen los -aún escasos- traductores que tenemos; pues se requiere además cierta vocación literaria”. ¿Qué libros nos perdemos? Pardo señala Las mil y una noches, “que jamás se han traducido directamente del árabe. Lo tradujo Cansinos Assens, hombre de gran talento pero que no sabía árabe. También Dostoievski mal traducido, y El hombre sin atributos, de Musil... y mil más”. Rodríguez-Izquierdo no tiene dudas: nos falta “Genji Monogatari o La leyenda del príncipe Genji, el gran clásico de las letras japonesas, del que existen dos famosas traducciones al inglés, y muchas al japonés actual. En español sólo tenemos la traducción de algunos capítulos, indirecta y desmañada. A pesar de todo, el libro se presenta al público y se vende como si fuera la obra completa”. Hemingway zafio y podado Clara Janés afirma que “aún seguimos sin conocer en España a un autor como Murasaki Shikibu”. Martínez-Lage recuerda La vida de Samuel Johnson escrita por James Boswell, una ausencia “inadmisible, no en vano se cita como primera muestra de periodismo cultural”. “También”, añade, “mucho Hemingway está traducido con zafiedad o podado por la censura y no restituido a su integridad cuando la censura ya es cosa del paleolítico inferior. Y bastante más Beckett de lo que se piensa deja en castellano mucho que desear”. En el caso de Hemingway el propio Martínez-Lage ha puesto su granito de arena: “en mi traducción de Fiesta (Diario de Navarra, 2002), que no es la que circula a día de hoy, queda subsanada la confusión del propio autor entre el tercer y el sexto toro de la tarde, así como bastantes más detalles sanfermineros de diversa envergadura y no pocas peculiaridades del elíptico estilo del barbudo del iceberg”. ¿Más cosas? “Me gustaría solucionar la confusión entre molusco y musulmín ¿en el original, musselman? que aparece en Piezas en fuga, excelente novela de Anne Michaels”. Chamorro tampoco no se esconde tras los clásicos, y denuncia la pésima traducción de la biografía de Churchill, de Jenkins, “de la primera a la última página, y son 1600”. Y denuncia El ángel que nos mira, de Thomas Wolfe, como “un ejemplo de desastrosa traducción”. Claro que parte de esos errores serían subsanables con un detalle del editor, según Clara Janés: “No siempre los editores comunican una segunda edición. Eso impide ‘solucionar’ alguna cosilla. De todos modos siempre es poca cosa, pues reviso cien veces cada traducción de poesía”. Quizá por eso, Janés afirma que los traductores “no están valorados como deben, especialmente los de poesía”. Rodríguez-Izquierdo matiza: “Algunos editores valoran nuestro trabajo. Son los que nos llaman. Aun así suelen regatear el precio por debajo de la tarifa mínima de la Asociación de Traductores. De vez en cuando los editores y lectores nos hacen comentarios laudatorios muy concretos a lo que hemos traducido, y eso representa un estímulo. Críticos competentes para juzgar una traducción de esta dificultad apenas los hay”. Arquitectos de la forma Mario Merlino cree que quienes no suelen valorar el trabajo de los traductores son los críticos: “Salvo contadas excepciones, muchos autores de reseñas rescatan, por ejemplo, la ‘riqueza de voces’ de un texto extranjero; la sutileza y la elegancia del estilo de un escritor, sin detenerse a pensar en el esfuerzo que ha supuesto para quien traduce transmitir esa riqueza. Arquitecto de la forma, tal vez haya que aplicarle al traductor ciertos conceptos que se aplican en el lenguaje amoroso: más que ser fiel, seguramente ha de ser leal y hacer que la obra de otro se lea como si hubiese sido escrita por primera vez en castellano o, hablando de España, en cualquiera de las lenguas del país”.