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Letras

Cuentos completos

Terenci Moix

6 noviembre, 2003 01:00

Terenci Moix, por Gusi Bejer

Prólogo de Pere Gimferrer. Seix Barral. Barcelona, 2003. 462 páginas, 20 euros

No fue Terenci Moix reconocido por sus relatos, sino por sus novelas y memorias. Tampoco por sus ensayos o por sus artículos, aunque algunos bien merecerían conservarse. Y alguien debería ocuparse de reunir sus entrevistas, donde descubriremos las varias claves de uno de los más ácidos provocadores de nuestro tiempo y sociedad.

Conocí a Moix cuando no había publicado aún el primer libro que se reúne en estos Cuentos completos. Había firmado con su verdadero nombre su libro sobre los cómics, y ya en el acto de presentación logró reunir a una cantidad de público inusitada para la época y para un escritor novel: Ramón Moix. Castellet, en el prólogo (que se reproduce en el presente volumen) a La caída del imperio sodomita y otras historias de herejes, libro inédito en castellano hasta hoy, trazó un brillante retrato del Moix joven residente en Italia, obsesionado por culturalizarse sin abandonar sus raíces populares: los comics, el cine, las lecturas elegidas y las ruinas esplendorosas del pasado. Recuerdo haber escrito en la revista Destino la crítica de su primer libro de creación, el de relatos: La torre dels vicis capitals en su versión original catalana. Dice bien Gimferrer en su breve prólogo: "hay tres cosas que hoy asombran de modo inmediato: que, aunque hubiera cuentos proscritos, fuese posible publicar los supervivientes de La torre de los vicios capitales en la Barcelona de 1968; que todas las maneras de la obra narrativa coetánea y futura de Terenci Moix se hallen en estas narraciones y, a fin de cuentas, que el catalán literario del autor resulte hoy, quizá más acentuadamente que su temática, todavía atípico y sorprendente, insular y retador".

No podrá el lector de esta recopilación advertir los efectos lingöísticos que Gimferrer pone de manifiesto muy certeramente, puesto que, pese a la recreación de los traductores, una parte se pierde en el camino. Por otro lado, los relatos de su primer libro responden a las inquietudes de una minoría de los jóvenes de la segunda mitad de los 60. Moix los revisó posteriormente y así figuran doblemente fechados. Todo ello se producía antes de que recibiera el Premi Josep Pla, que había instituido la editorial Destino, con su novela Onades... y tras haber escrito su primera novela en castellano que exageradamente aseguraba que constaba de ochocientos folios (conservo en mi poder el original que nunca llegó a publicarse) y que más tarde, remodelada, se convertiría en El dia que va a morir Marylin, auténtica referencia generacional. Moix publicó por primera vez sus cuentos en una editorial catalana de carácter bastante conservador, Biblioteca Selecta, lo que constituía un acierto y a la vez una provocación. Con él había obtenido el premio Víctor Català 1967 con el nombre de Ramon-Terenci Moix. Nos hallábamos precisamente en años de provocaciones. Algunas de ellas pasarán ya desapercibidas o ciertas alusiones al mundo cultural o social catalán del momento ni se entenderán.

Leer los relatos de Terenci Moix de esta época para un público mayoritario, joven y no catalán requeriría quizás alguna nota a pie de página, además de las aclaraciones que formula de vez en cuando el propio autor. Debe entenderse que los primeros relatos se escriben en años en los que el Marqués de Sade era lectura difícil, ya que se encontraba tan sólo en algunos infiernos de muy escasas librerías barcelonesas. Su advocación figurará en la primera edición en catalán, aunque no esté aún dedicada a Serena Vergano. La liberación sexual o lo que deba entenderse como tal no se había producido y lo que a muchos puede parecerles hoy normal era ámbito de malditismo. Terenci Moix, además de aprender inglés hasta llegar a traducir más tarde las obras de Shakespeare al catalán, porque su audacia era infinita, leía no sólo autores como Henry James, novela gótica o vidas de santos (donde descubría "el sadismo de nuestra infancia"), sino que se adentraba con audacia en los recovecos psicológicos de algunas perversiones sexuales y no disimulaba ya ciertas inclinaciones.

Leer las narraciones de Terenci Moix, ahora, puede hacerse por el placer que objetivamente producen sus textos o situándolas e intentando componer el marco histórico-sociológico en el que se produjeron, con lo que podemos alcanzar algo más que nostalgia. La breve nota del inicio plantea una moralidad como excusa: "Cada cuento explica un vicio que no es el que parece ser. Conviértase el lector en buena zorra y acierte qué vicio es un vicio y no lo aparenta, y qué otros lo aparentan y no lo son". Posteriormente adoptarían la estructura que ahora poseen. En su primera aparición el libro constaba de nueve relatos fechados entre julio de 1965 y marzo de 1967. En la edición de 1978 (Edicions 62) se atrevió ya a dar los que había retirado de la primera edición catalana y que tampoco figuraban en la de 1972. Confesará en la Advertencia de 1979 que ya no frecuenta el cine y que prefiere la ópera de Donizetti, "con voz de la señora Caballé" que "Enric ha introducido en casa". Enric es el actor Enric Majó, con quien compartió parte de su vida. La relectura crítica que realiza de su obra replantea determinadas cuestiones estéticas que constituyen, sin embargo, la esencia de su obra: "Si diez años atrás se me hacía responsable -como elogio y también como reproche- de haber introducido en nuestra literatura un gusto por los mass media, creo que este gusto se me ha agotado entre los labios..." (pág. 270). Ello no es del todo cierto, porque como cronista social Terenci Moix mantendría constantes sus inclinaciones estéticas y morales. Sin embargo, acertaba cuando entendía que "Mutter Vietnam..." resultaba "particularmente ingenua". Lo es, sin duda, pero resulta imprescindible para alcanzar aquel sabor de época que permite una lectura nostálgico-histórica a la que antes me referí. Ya en 1979, cuando escribe esta breve nota, Moix considera que "esta tierra es un paraje particularmente feo". Calificativo exento de dramatismo, pero terrible para quien vive en los ensueños de la belleza.

No es ésta la ocasión de trazar los viajes textuales o temáticos de los relatos a la novela. En cierto modo el relato breve o la novela corta le sirvieron a Terenci Moix para experimentar, para aproximarse a fórmular que desarrollaría más ampliamente. De ahí, la importancia de sus cuentos, muy alejados de cualquier tentación borgeana, como ahora se produce inevitablemente. Bien es verdad que hay reiteraciones. También es cierto que su autor vuelve de nuevo a las viejas historias y las retoca. Parodia pasajes de la Biblia, pero también se ríe con ganas de sus inclinaciones, como en "Body Beau-tiful", título (nos aclara a los ignorantes) "de una revista dedicada al desnudo artístico masculino en los años 50". En ocasiones, roza el pastiche de la novela histórica romántica; algo que intentará, asimismo, ya en la novela, incluso con la ópera, hacia la que mantuvo siempre un interés compartido por su filmoteca privada y su colección de carteles de cine. De todo ello surgiría la experimentación sobre "lo cursi". El autor bordeó siempre esta peligrosa zona literaria, como la del erotismo, donde resulta también difícil evadirse de una cierta monotonía. Los Cuentos completos resumen los orígenes de una ordenada fantasía, de una mirada sin complejos, la felicidad que Castellet descubría en aquel joven residente que había hecho suya parte de una Roma no apta para turistas.


Entre Ramón y Ramsés
Terenci Moix no se llamaba Terenci Moix. Su verdadero nombre era Ramón Moix i Messeguer, pero decidió cambiárselo como homenaje al poeta latino Terencio. Moix hizo de todo antes de decidirse a ser escritor: estudió comercio, taquigrafía, dibujo topográfico y arte dramático. En 1968 se dio a conocer con La torre de los vicis capitals. Dos años después publicó El día que va a morir Marylin, obra fundamental de la literatura catalana reciente. En 1986 fue recibió el Planeta para No digas que fue un sueño. En los noventa inició una trilogía de sus memorias llamada El peso de la paja, donde en clave tragicómica y sin resentimientos aborda los recuerdos de su infancia y juventud. En 2002 apareció su última novela, El arpista ciego, su adiós a su amado Egipto, por la que recibió el Premio de Novela Fundación José Manuel Lara, premio que los editores españoles conceden a la mejor novela publicada durante el año anterior.


Vicios públicos
Terenci Moix tuvo todos los vicios y de todos presumió. Seguramente el más temprano de ellos, y tal vez del que se deriven todos los demás, sea el cine. La que tal vez fuera la mayor de sus pasiones, Egipto, comenzó en una pantalla. "Lo mío con Egipto", declaró en más de una ocasión, comenzó con la película César y Cleopatra, que interpretaba Vivien Leigh. En aquella España gris de entonces me fascinaron sus colores". Pero no sólo los clásicos del cine estaban entre sus mitos, y cuando le preguntaron cuál era su sueño personal, contestó: "Cenar con Leonardo di Caprio en el Winter Palace de Luxor. Mejor dicho, Tebas". Su gusto por Egipto no quería decir que quisiera irse a vivir a aquella época: "He nacido en la época que me gusta. Me encanta y no la cambiaría por nada". Aunque tenía su lugar favorito en la tierra de los faraones: "El lugar más poderoso para mí es Deir-eñ-Medina, la ciudad de los obreros que construyeron las tumbas de las necrópolis de Tebas. Es un lugar que te pone los pelos de punta, y aparece en El amargo don de la belleza". Otro de sus vicios reconocidos era el tabaco: "¿Cómo iba a escribir una sola página sin mis aliados, los cigarrillos? Pero los Ducados no me han convertido en Joyce", se quejaba. Pero lo que más le gustaba a Terenci era la gente: "Yo a una isla desierta no iría ni muerto", decía. "Lo de Robinson Crusoe me aburre mucho. Yo, a una isla desierta, me llevaría a dos mil o tres mil personas". Pero su gran pasión, y por eso no está mal repetirlo, era la amistad. "A mí me parece que la amistad es algo superior al amor. El amor tiene la mala costumbre de acabarse. Una amistad generosa, en cambio, dura toda una vida. Yo aún soy amigo de quienes eran mis amigos hace treinta años. Profeso un culto incondicional a la amistad".