100 años de la aventura del Ulises de James Joyce
James Joyce. Dibujo de Grau Santos
El Cultural intenta olvidar los tópicos y descubrir cuánto hay de vanguardia en el libro, las dificultades de su lectura y de su traducción. Y sí, Quim Monzó confiesa que la primera vez que intentó leerla abandonó a las treinta primeras páginas. Fernando Aramburu, en cambio, dice que se puede vivir sin leerla “como se puede vivir sin una mano”.
Un libro sobrehumano “El Ulises -insiste Pujol- es un libro sobrehumano, tan bien concebido y escrito que sobrepasa la capacidad normal del lector, que se pierde irremediablemente porque es un libro escrito sin pensar en nada ajeno a sí mismo”. Recuerda Pujol que en castellano existen dos traducciones de referencia, la del argentino Salas Subirats y la de Valverde, aunque Eduardo Chamorro actualizó hace cinco años la primera y añadió un corpus de notas que aclaran muchas referencias del libro. Las dos, aclara Pujol, tienen errores, especialmente la de Valverde, “que no está a la altura ni de sí mismo ni del libro”, acaso porque “es intraducible. Si toda la literatura lo es en realidad, el Ulises es tan solipsista, tan encerrado en sí mismo, trabaja de tal manera la pasta misma del inglés que en otro idioma se estropea. Es un libro enigmático, repleto de referencias personales, culturales, alusiones a Irlanda, a la Odisea, de guiños y chistes privados cuyo sentido último apenas intuimos. Por eso dudo que pueda encontrar un traductor a su medida, o que algún editor encargue una de nueva planta. Sería un intento de suicidio”. En realidad, lo que Chamorro hizo fue también asombroso: revisó la traducción argentina y le sumó un corpus de notas que explican las referencias del libro, a partir del monumental trabajo de Don Gifford y Robert J. Seidman, que llevan treinta años acumulando y actualizando notas sobre el universo joyceano. Para Chamorro, el Ulises es, “probablemente, la última de una inaudita estela de novelas que persiguen abarcarlo todo, como el Quijote o Tristan Shandy, y te proponen una percepción global del mundo. Eso es siempre entretenido, aunque puede resultar irritante, absurdo y arduo para gente poco entrenada. En ese panorama de novela global, que busca un dominio de lo centrífugo y de lo centrípeto y desde un punto de vista más ambiciosamente modesto Proust consiguió unos resultados más comunicables. Desde un punto de vista más modestamente ambicioso, Faulkner alcanzó soluciones más fascinantes y misteriosas”.El Ulises es, en palabras del crítico, traductor y poeta Carlos Pujol, un libro fundacional y Joyce, “el escritor que inauguró la modernidad. El más moderno del siglo XX"
Adictos a Joyce Es, destaca, “un libro que debería leerse en inglés y en voz alta, lo que deja muy poco margen para una traducción cuyo nivel de calidad quedará siempre muy por debajo de la eficacia de su versión original. Por otro lado, es una novela tan ceñida a la historia de Irlanda y británica, a sus luchas, polémicas y debates a lo largo de sus puntos y horas y a la erudición joyceana, que su comprensión se hace realmente difícil sin un aparato de notas cuya acumulación, a estas alturas, convierte en imprescindiblemente erudita cualquier traducción del Ulises medianamente decente.” Chamorro limpió también de erratas el texto, “perseguido siempre por ellas”, y corrigió algunos deslices de la versión de Valverde, que “resulta sumamente relamida, católica y con un conocimiento del inglés estrictamente académico”. De la misma opinión es Mariano Antolín Rato, que admite que es una novela “fascinante” pero “casi intraducible. García Tortosa reconocía que todas tienen errores, incluida la suya, y que en realidad si un escritor espera respeto de sus colegas, un traductor sólo puede aspirar a que no le insulten, especialmente si se atreve con el Ulises. Ya dijo el propio Joyce que dejaba trabajo a los especialistas para los próximos trescientos años. Y tenía razón, llevamos cien y aquí seguimos”. Por eso, cuando se hacen encuestas sobre los mejores libros del siglo XX, apunta Antolín Rato, “siempre sale el Ulises, que ya era complicado en su momento y que sigue siendolo ahora, que vivimos en una cultura de la facilidad. El secreto de su poder fascinador quizá resida en que responde a un intento de dar cuenta de un proceso mental a través del monólogo interior”. “Por eso hay quien, sin haberlo leído, escribe influido por él. Y quien lo lee no lo entiende del todo, porque carece de todas las referencias mentales, culturales, vitales del escritor. Seguro que sólo el propio Joyce llegó a entenderlo del todo, y seguro también que con los años fue perdiendo referencias y dejando de comprenderlo”. él propio Antolín Rato es un buen ejemplo, al punto de asegurar que “mi vida de puede convertir en el relato de la adición a Joyce. Era un ingenuo chaval de 17 ó 18 años cuando lo devoré por vez primera y quedé cautivado para siempre”.“Debería leerse en inglés y en voz alta, lo que deja muy poco margen para una traducción cuya calidad quedará siempre por debajo de su versión original", dice Chamorro
Un placer arduo y extenso Por su parte, Nuria Amat echa en falta “una traducción del Ulises que esté a la altura del gran escritor inventor del lenguaje Joyce”. Para la escritora y editora, es fundamental “por ser una novela fundacional. Abrió las puertas a la contranovela. Siempre ha habido un antes y un después de Joyce”. Eso sí, señala que “Joyce, como tantos maestros fundadores (Rulfo o Borges) no admite repeticiones. Como algo positivo,especialmente para motivar la tarea del escritor o escritoras marginados, es el monólogo de Molly. Es casi lo más revolucionario del libro.” A pesar de lo cual reconoce que “nunca he podido leerlo de un tirón. Y suelo echar las culpas a las traducciones. ¿Existirá un Joyce o una Joyce en español? ¿Alguien que se atreva a reescribir el Ulises a cuatro manos, con el irlandés?” Fernando Aramburu no duda: “Se puede vivir sin leer el Ulises como se puede vivir sin una mano o sin las dos piernas. Ahora bien, quien profese pasión por el arte literario por fuerza leerá o habrá leído el Ulises, siquiera fragmentado y repartido en la obra de otros. No es descartable que muchos estén familiarizados con la obra de Joyce (como con las de Shakespeare o Cervantes) sin saberlo. El Ulises es un placer arduo y extenso. Su lectura reclama dedicación, tiempo, paciencia (bienes tristemente escasos en la actualidad), así como un propósito firme de superar las no pocas dificultades textuales que el libro presenta. Las grandes cimas, según me han dicho, no suelen ser accesibles a la pereza. De ahí que más de uno espere a que bajen los escaladores para enterarse. A mí me agrada pensar que la capacidad de influjo que aún conserva el Ulises de Joyce proviene de la eficacia con que prueba que el género novelesco es, en su fundamento, un arte de la lengua. He leído el Ulises en dos ocasiones. La primera vez yo era joven. Me fascinaron en particular los pasajes oscuros, puesto que me inducían a intuir la existencia de un más allá de la escritura”. Audacia y trivialidad “Supuse -destaca- que al leer la novela por segunda vez me sería dado encontrar la puerta de entrada al otro lado. Con esa confianza volví al libro años más tarde, en una época en que ya tenía superado el sarampión del vanguardismo. Entonces me deslumbraron aquellas partes que se dejan entender sin dificultad. Admiré el más acá, la audacia de revestir con estilo la trivialidad del mundo humano”. Quim Monzó, en cambio, asegura que “nunca ‘hay que leer’ nada por obligación, porque toque”. Para el escritor, “sin ningún tipo de dudas, Ulises es lo que se llama un tocho. El tocho por excelencia. Eso no debe ser considerado peyorativo. Hay tochos interesantes y tochos sin interés. éste es un tocho interesantísimo, porque lleva al límite ciertas vías narrativas. Por eso se le cita, porque es un hito de la literatura del siglo XX, quizá el hito más importante de la vertiente literaria de aquello que conocíamos (y conocemos) como ‘arte moderno’. Pero, claro, leérselo es otra cosa, y hay que tener tiempo y ganas. En general, las secuelas de tochos interesantes pero pesados de leer son igual de pesadas de leer pero ya no son ni siquiera interesantes”. Y eso que confiesa que “la primera vez que intenté leerlo fue en la traducción de la editorial argentina Losada. No pasé de la página 30, creo recordar. Años después lo volví a intentar cuando Leteradura publicó la excelente traducción de J. Mallafrè. Y esa vez sí llegué al final, pero en muchos tramos practiqué la lectura en diagonal”.Fernando Aramburu no duda: “Se puede vivir sin leer el Ulises como se puede vivir sin una mano o sin las dos piernas. ahora bien, quien ame la literatura por fuerza lo leerá"
También José Ovejero admite que, aunque es un libro que explica buena parte de la literatura contemporánea, “hice varios intentos de leerlo completo, a los veintipocos años, pero tenía la sensación de que lo que me interesaba se iba agotando con la lectura, y que sin acabarlo se podían comprender sus aportaciones. Ha influido incluso en quienes no lo han leído”. Manuel de Lope defiende que “cualquiera que le guste la literatura tarde o temprano lee el Ulises. Lo leí con 19 ó 20 años, en una edición argentina. Hace poco he leído la correspondencia de Joyce. Siempre me ha intrigado un contacto que tuvieron Proust y Joyce en París, la única vez que se vieron. Proust habló de sus problemas de insomnio y Joyce de su digestión. Los grandes talentos no comunican fácilmente”. El crítico y poeta Juan Antonio Masoliver Ródenas recomienda leer el Ulises hoy “por las mismas razones que cuando se publicó en 1922: humor, audacia expresiva, libertad narrativa, emoción erótica, personajes verdaderos, visión crítica del nacionalismo y mil etcéteras”. El prejuicio de su dificultad A su juicio, existe aún “el prejuicio de su dificultad, por eso se lee poco. Hay la certeza de su modernidad, por eso se cita mucho. Existen varias traducciones al castellano, por no hablar de la catalana de Mallafré: algo indicará. Por otro lado, en este país todo lo que es enterior a 1975 resulta anticuado. Ni críticos ni académicos, los primeros ignorantes, ayudan a que se lea”. Masoliver recuerda ahora que lo leyó por vez primera “a los dieciséis años, a escondidas de mi padre, devoto lector del libro. A los veintiuno, en italiano, durante mi estancia en Génova. El mes pasado, en El Masnou. El único escritor inteligente que lo criticó fue mi admirado Benet, por su pasión por las arbitrariedades y su desprecio por quienes alaban libros sin haberlos leído”.Ovejero se rindió: “Hice varios intentos de leerlo completo, a los veintipocos años, pero tenía la sensación de que lo que me interesaba se iba agotando con la lectura"
Francisco Casavella está convencido de que “es uno de esos libros en los que cuesta algo entrar, pero una vez dentro, y si llegas a sentir simpatía por el texto y por los personajes, ya no sales. Tiene mucha vida, poesía, verdad, tensión, diversión y, sobre todo, ingenio. Hace años, me emocionaba Stephen Dedalus, ahora me emociona Leopold Bloom. El que se brinde a cierta exégesis en una época muy dada a las interpretaciones más o menos escolásticas en la que muchos académicos tienen que labrarse una reputación sobre bizantinismos, lo convirtieron en una especie de Biblia laica. Esas interpretaciones son las que han levantado la fama de un libro abstruso. Y algo de eso tiene, pero también mucha cerveza negra, tragicomedia y vitalidad. Joyce no tiene ninguna culpa de la turba que se recrea en retruécanos sin gracia”. Afortunadamente, también cuenta con adictos como los reunidos en el catálogo Joyce y España (Juan Goytisolo, C. A. Molina, Julián Ríos...). O como Zoé Valdés, para quien “es un libro difícil y de una hermosura única, al que debemos dejar que nos penetre la sensibilidad y penetrarlo con inteligencia. Lo leí con 21 años, y aún recuerdo la emoción que me produjo el monólogo de Molly y cuando las lámparas y los objetos se ponen a conversar. Por favor, ¡es uno de los más grandes autores!”Francisco Casavella está convencido de que “es uno de esos libros en los que cuesta algo entrar, pero una vez dentro, ya no sales"