Image: El color y la gloria. Vida, fortuna y pasiones de Tiziano

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Letras

El color y la gloria. Vida, fortuna y pasiones de Tiziano

Alvise Zorzi

14 julio, 2005 02:00

Tiziano, por Gusi Bejer

Traducción de Pilar González Rodríguez. Debate, Madrid, 2005. 336 páginas, 21 euros

El relato comienza en Venecia, en el verano de 1576. La peste, que se ha abatido sobre la región hace ya varios meses, avanza como un irresistible apocalipsis (terminará por causar unas cincuenta mil víctimas, casi un tercio de la población veneciana). Como último recurso, la Señoría hace voto, si el cielo detiene la plaga, de construir un magnífico templo dedicado al Redentor.

En medio de esta Totentanz en la que la muerte hace bailar a todos a los sones de su violín, el viejo pintor Tiziano Vecellio, muy cerca ya de su propia muerte, mira hacia atrás, hacia su vida pasada. El momento es el mismo que el joven Hugo von Hofmannsthal eligió para situar su obra La muerte de Tiziano. En aquel drama filosófico, mientras el viejo maestro agoniza, sus discípulos discuten acaloradamente sobre la relación (el conflicto) entre el arte y la vida. Para unos, la misión del arte consiste en construir una torre, una fortaleza defendida contra al mundo exterior, que está dominado por la vulgaridad y la fealdad. En cambio, otros discípulos, como el joven Gianino, añoran lo que hay fuera del jardín: la embriaguez, el dolor, la pasión, el odio, la sangre. El propio Tiziano se entrega a esta visión dionisíaca de la unidad de la vida y en un último momento de lucidez exclama: "¡El dios Pan vive!".

A su manera, también la biografía novelada de Alvise Zorzi es un alegato en favor de la primacía de la vida sobre el arte. Zorzi, periodista y escritor veneciano que en otros libros de éxito ha contado la historia de Venecia o ha cantado las maravillas de los palacios venecianos, no es historiador del arte y dedica poca atención a las pinturas de Tiziano (aunque mencione la circunstancia de los encargos o la impresión que causaron en sus contemporáneos). No se propone explicarnos o mostrarnos por qué Tiziano es quizá, como escribió una vez Clement Greenberg, el "maestro supremo" de cinco siglos de pintura occidental. A Zorzi le interesa sobre todo el hombre Tiziano. Quiere hacerlo revivir ante nuestros ojos y para ello se toma la licencia de recrear "desde dentro" la vida del artista, es decir, explicándonos lo que debió de pensar y de sentir en esta o aquella ocasión. El libro, muy bien documentado, está escrito al mismo tiempo con un estilo ameno, que permite leerlo con facilidad y con placer, aunque sus recursos resultan algo previsibles. El mismo título (Il colore e la gloria. Genio, fortuna e passioni di Tiziano Vecellio) es un poco peliculero y evoca las biopics de Hollywood sobre Miguel ángel (The Agony and the Ecstasy) y Vincent van Gogh (Lust for life), basadas en sendas novelas de Irving Stone.

La vida de Tiziano fue muy larga y muy rica en sucesos. Pintor precocísimo, le enviaron a Venecia con ocho o nueve años para estudiar la pintura. Y después de aprender todo lo que podía aprenderse, quiso desplazar a sus maestros. Para competir mejor con Giorgione, el joven Tiziano solía mentir sobre su edad y ponerse años. Se atrevió a intentar reemplazar al maestro Giovanni Bellini en la decoración de la Sala del Gran Consejo. Y cuando Bellini murió, se convirtió en el pintor oficial de la República. Pero no trabajó en exclusiva para ella; buena parte de este libro narra sus viajes de una a otra corte, sus estancias al servicio de los príncipes: con Alfonso d’Este en Ferrara, con Federico Gonzaga en Mantua. Las solicitudes de sucesivos Papas para que se trasladara a Roma (a donde llegó finalmente invitado por un Farnesio). Sus relaciones con Carlos V, sus encuentros con él con ocasión de diversos encargos (especialmente cuidada y "escenificada" está la historia del retrato del Emperador en Möhlberg).

También conocemos sus amistades y enemistades en el mundo del arte: la admiración que el joven Tiziano siente hacia Durero y su retablo del Rosario. El aprecio del viejo Tiziano por el brío y los brillantes colores de Veronés (y su disgusto con Tintoretto: exagerado, forzado, violento). Las tensas relaciones con Miguel ángel, que le critica por su falta de dibujo. La amistad con el Aretino, bon vivant y conversador ingenioso, cuya lengua era temida por los grandes de Venecia y de toda Europa. El taller y la vida familiar: su hijo menor, Orazio, precoz y diligente, y el mayor, Pomponio, un holgazán. La boda con Cecilia, madre de sus hijos, cuando éstos ya estaban crecidos, y la muerte de Cecilia después de un parto. En la general fidelidad de Zorzi a la verdad histórica hay un par de licencias, reconocidas por el autor en una nota al final del libro. La más importante es la anécdota apócrifa sobre el miserable ducado de oro con el que supuestamente Carlos V habría pagado a Tiziano su primer retrato.

La declaración que Zorzi pone en boca de Tiziano, como si éste se la dijera al mismísimo emperador Carlos, revela la imagen que el biógrafo se ha hecho del artista: "Señor -dijo-, yo no soy más que un pintor, no soy un metafísico, un genio, un poeta como Leonardo o Miguel ángel; en el decreto por el cual me conferíais el honor que tanto me ha gratificado, me habéis comparado con Apeles, me habéis definido como artista sumo, pero yo, Majestad Imperial, soy un artesano que trabaja con los colores, sobre todo con los fundamentales, el rojo, el negro y el blanco, y con esos colores me esfuerzo en penetrar el secreto de la naturaleza y en comunicarlo a quienes miren mis obras. Aunque vuestra benevolencia me haya exaltado sobre mis iguales, sigo siendo un montañés". Esa condición de montañés era, según Zorzi, la raíz de la orgullosa independencia de Tiziano, que no se dejaba someter por nadie, así como también de una cierta aspereza y la consiguiente dificultad en el trato sobre todo con sus colegas artistas.

Zorzi compone su narración de la vida de Tiziano como un drama musical con ciertos leitmotive recurrentes. El más insistente resulta ser la obsesión por el fuego, por el color del fuego, que Zorzi atribuye a Tiziano, especialmente al último Tiziano. Al comenzar el libro, el viejo pintor está mirando desde su jardín las hogueras del Lazareto de Venecia donde arden los cadáveres de los apestados y esas hogueras se propagan por todo el libro. Reaparecen, naturalmente, en la escena del martirio de san Lorenzo que Tiziano ha pintado con los reflejos ígneos en la tremenda oscuridad (la segunda versión del tema, que es la más dramática, pintada para El Escorial). Reaparecen en el fuego que asoló Rialto, el barrio más rico de Venecia, el barrio de los bancos y las oficinas comerciales. Y en el fuego que devastó medio Arsenal en 1569. Y en el fuego donde ardió la última Cena pintada por Tiziano para el convento de San Juan y San Pablo y en fin, en el que en 1574 destruyó por completo una de las alas del Palacio ducal, incluida la sala del Colegio, donde se encontraba el lienzo votivo que Tiziano había pintado para el dux Gritti.

El principe de España
Así describe Alvise Zorzi el primer encuentro entre el futuro Felipe II y Tiziano: "El infante don Felipe, el príncipe de España, no tenía mucho de español. Al menos, no mucho de lo que Tiziano había encontrado en los otros personajes españoles que había conocido y retratado, caras oscuras, afiladas, ojos negros y brillantes como tizones. A primera vista, tenía bastante más de flamenco: su cabello y la barba poco poblada tiraban a rubios, de modesta estatura y de miembros pequeños pero proporcionados, y los ojos azules y limpios, la frente espaciosa y lisa, los labios carnosos y turgentes, pero sin el exagerado prognatismo que deformaba el rostro de su padre. [...] El encuentro fue relativamente rápido pero provechoso, al menos para Tiziano, al cual el príncipe ordenó que le fueran pagados mil escudos de oro por los retratos que le había pintado. En realidad el retrato era solo uno, pero había una réplica para el Emperador, otra destinada a su tía María de Hungría y otra a Gravela. El príncipe había escrito a su tía que, en conjunto, el cuadro no le había producido una gran satisfacción, pero que esperaba más la próxima vez. En cuanto al pintor, si bien aquel dinero le aseguraba que al menos no necesitaría un largo mendigar, aquel joven tímido, frío y estirado no había colmado sus esperanzas en absoluto".


La muerte del pintor
En 1576 la peste asolaba Venecia. Tiziano, relata Zorzi, "pensaba cada vez más en el misterio que, en los últimos tiempos, lo obsesionaba sin darle tregua: ¿qué había más allá de la vida? ¿Y más allá del arte? Y trataba de expresar la zozobra que le atenazaba en el único lenguaje que conocía de verdad, el de la pintura, en otro gran cuadro que ya había esbozado tiempo atrás para el altar de la Iglesia de los Frari, donde quería ser sepultado. Se trataba de una vasta composición, una Piedad. [...] Del esfuerzo, de la búsqueda que el maestro prodigó en aquel cuadro queda testimonio en el gran número de capas de color que, siempre insatisfecho, superponía sin pausa unas sobre otras. [...] Miedo, miedo a la muerte, a la soledad, al abandono, a la brutalidad de los enterradores, al cinismo de los médicos, al hedor malsano de la enfermedad, a los síntomas repulsivos que la indicaban: llagas, bubones, tumores, equimosis, localizados en las ingles, en las axilas, detrás de las orejas. [...] Lo encontraron así, con el pincel todavía en la mano, tendido en el suelo del taller. Nadie se preocupó de cerciorarse si había sido la peste o la parada de un corazón agotado por la ansiedad y el miedo. la peste tenía anchas espaldas, toda muerte se le atribuía sin demasiadas vacilaciones.

El párroco de San Cacian escribió que el ilustre pintor Tiziano Vecellio, caballero imperial, había muerto de peste en el barrio, a la edad de ciento tres años, el día 26 de agosto de 1576".