La idea de Europa
En alguna de las páginas de estos dos tomitos, Steiner rescata una vieja autodefinición suya: “un mandarín autista que sufre el cáncer de la visión”. Porque desde la tarima académica, Steiner no renuncia a ejercer su condición de intelectual que representa la excelencia de un humanismo posmoderno, ni a expresar su implicación ética tanto en los dramas y contradicciones de nuestro tiempo como en las incertidumbres de un porvenir confuso y amenazador.
Se atribuye a Robert Schumann la confesión de que, si pudiese iniciar de nuevo la razonable utopía de ir construyendo una Europa unida, no comenzaría por el carbón, el acero o la economía en general, sino precisamente por la cultura. George Steiner, hijo de judíos austríacos, nacido en París, emigrado a los Estados Unidos diez años más tarde y radicado nuevamente aquí como catedrático en Ginebra y Cambridge, mantiene una relación ambivalente con USA y se considera radicalmente europeo. En una hermosa y sabia conferencia, expone su idea de Europa a partir de cinco rasgos o notas características que parecen comenzar frívolamente -la importancia que para nuestra cultura y modo de vida tienen los cafés- para concluir en la autoconciencia escatológica que Europa posee de la llegada de un final para ella misma.
Frente a la boutade de Henry Ford, para quien la historia era una estupidez, Europa es ante todo un lugar de la memoria, donde las calles y las plazas llevan nombres que recuerdan al viandante su pasado. Sus dimensiones físicas son paseables, lo que produce una relación esencial entre la humanidad europea y su paisaje. Y en cuanto a la polémica que acompañó la redacción de una constitución para Europa, Steiner la considera fruto de una doble herencia, Atenas y Jerusalén, reduciendo al modesto papel de “dos principales notas a pie de página” al cristianismo y el socialismo utópico. Con estos integrantes dibuja un mapa europeo como un mosaico cultural de ingente riqueza, en donde importan el matiz, la variedad de sus lenguas, de sus tradiciones y de su autonomía. La uniformidad propiciada por la americanización del planeta sería, pues, un arma letal.
En el examen de su vida que Steiner publicó con el título de Errata confiesa no haber sido capaz de formar un grupo de discípulos capaces de profundizar en su obra. Que esta declaración no era a humo de pajas la tenemos en Lecciones de los maestros, del que viene directamente Elogio de la transmisión, aparecido recientemente.
Estamos ante un libro cuya autoría es compartida, pues no menor protagonismo que Steiner tiene Cécile Ladjali, una joven profesora en un liceo del extrarradio parisino, muy próximo al que fue campo de concentración nazi de Dranzi. Discípula a distancia, seguidora atenta de todas sus publicaciones, primero por carta y luego ya personalmente, Lucile vino a encarnar para Steiner el modelo por él dibujado en El libro de los maestros. La lucha heroica de esta profesora por transmitir a sus alumnos, muchos de ellos magrebíes, su propia pasión por la lengua y la literatura conmovieron hasta tal punto al maestro que, además de visitarlos, prologó un libro de sonetos por ellos escrito, Murmures.
Elogio de la transmisión habla de una triste realidad: la degradación profunda de la secundaria, debida no solo a la desmoralización de los profesores sino también a una especie de objeción de conciencia de los alumnos que no aceptan la imposición estatal de la enseñanza obligatoria. Curiosamente, en el libro el papel de Cécile Ladjali es muy activo, mientras que Steiner se muestra cauteloso a la hora de vaticinar qué ocurrirá con la cultura europea, cuyo futuro se está jugando en la escuela y los liceos. Reitera que en la Universidad ya es demasiado tarde para encaminar la juventud y que “el niño es la materia prima de la cultura, la civilización” (pág.118). Por eso pone a la joven profesora, su discípula, como ejemplo de un oficio cuya enfermedad corporativa es la esperanza; de una vocación absoluta de mártir, que el gran maestro, pisando el barro de la triste realidad, identifica con la de los rabinos, que significa precisamente eso, profesor, “quizá la profesión más enorgullecedora y la más humilde que existe” (pág.161).