Letras

Los Cinco de 2005

Sánchez Piñol, Aparicio-Belmonte, Turbau, Rosales y Esquivias narran su año

15 diciembre, 2005 01:00

Sánchez Piñol, Aparicio-Belmonte, Turbau, Rosales y Esquivias

Para Albert Sánchez Piñol (1965), Juan Aparicio-Belmonte (1971), Imma Turbau, Emili Rosales (1968) y Óscar Esquivias (1972), este 2005 que agoniza marca un antes y un después. Sin ser narradores primerizos, han plantado sus reales en pleno patio literario. No le temen al mercado ni a la palabra "consumo", apuestan por el futuro de la novela, y aunque en muchos casos sus destinos literarios están ya en manos de agentes como Carmen Ballcells, saben que su mejor baza siguen siendo ellos mismos.

Aunque Wilde decía que cualquiera puede simpatizar con las penas de un amigo pero que hacerlo con sus éxitos requiere una naturaleza delicadísima, es imposible no congeniar con estos cinco triunfadores de un año de crisis editorial. Para Sánchez Piñol, apenas exultante pese al éxito de Pandora en el Congo (Suma), su segunda novela desmiente la creencia generalizada de que ser joven y publicar es muy fácil: "¡Que se lo pregunten a cualquier autor debutante!", subraya.

Algo que confirma Juan Aparicio-Belmonte, para quien "hoy día ser joven no es un salvoconducto para publicar, y no me parece mal porque no considero que la juventud sea un valor literario. Con mi primera novela, Mala suerte, gané el premio Caja Madrid de narrativa. Luego no fue tan fácil publicarla... hay tantos premios que las editoriales los desprecian. Con López López (Lengua de Trapo), mi segunda novela, todo fueron facilidades".

También a golpe de premios debutó óscar Esquivias. Sus dos primeras novelas se publicaron casi al tiempo gracias a sendos premios literarios, "después de concursar en otros sin tener ningún éxito. La última, Inquietud en el Paraíso (Ediciones del Viento) ha seguido un camino más profesional y hermoso: llegó a manos de un editor que se entusiasmó con el libro y decidió publicarlo".

El caso de Emili Rosales y La Ciudad Invisible (Seix Barral) es bien distinto, ya que obtuvo el premio Sant Jordi y es su primera novela en castellano (apareció a los pocos meses de haber sido publicada en catalán): "La recepción crítica, alentadora con matices, se parece a la que tuvieron las otras tres, aunque en este caso la cobertura ha sido más amplia. Pero a diferencia de mis otras novelas ésta ha tenido muchos lectores y está en proceso de publicación en varios idiomas".

Cuestión de calidad... y suerte
Por su parte, Imma Turbau reconoce que antes de El juego del ahorcado (Mondadori) sólo había publicado cuentos, "y aunque sea la primera novela, en realidad es la cuarta que escribo. Las otras tres están en distintos cajones, con diferentes grados de maduración".

Lo cierto es que, a pesar de que en privado editores y libreros aseguran que 2005 ha sido uno de los peores de la historia, es el año de la consagración de estos autores. Pero, ¿cuál ha sido su secreto? Turbau, que para algo es periodista y trabaja en el departamento de comunicación de Fnac, lo tiene muy claro: "Creo que deben concurrir una serie de factores que no puedes controlar, y la suerte es uno de ellos. Además es importante aparecer en una época que no esté llena de lanzamientos de los grandes, porque desapareces; que la editorial que te publica tenga buena distribución, que te permita estar en la mesa de novedades el tiempo suficiente para que alguien lo lea, y lo más importante: los lectores. Que la gente se lo recomiende".

Esquivias espera no sonar presuntuoso, pero "en mi caso todo se reduce a que la novela está bien escrita y no minusvalora la inteligencia del lector". Más escéptico, Aparicio-Belmonte confiesa que sus novelas "se venden discretamente. La crítica, eso sí, me ha tratado bastante bien, pero algunos medios me han ignorado olímpicamente".

También Sánchez Piñol relativiza el éxito y se pregunta quién decide cuándo y quién se consagra: "Yo publico desde 2000. Y, en buena parte lo que me animó a seguir escribiendo fueron las docenas de premios literarios que obtuve anteriormente".

Sin embargo, ¿qué aportan estos narradores? ¿Quizás una estética influida por el cine, el cómic, la televisión o internet? ¿Qué tienen que ver con los Vila-Matas, Marías, Grandes o Loriga, por ejemplo?

Esquivias se reconoce "un poco hijo de todos estos autores (de Loriga, por edad, hermano pequeño). He aprendido a escribir leyendo y no yendo al cine o chateando, así que espero que me haya influido más Dostoievski que, pongo por caso, el Un, dos, tres. Quizá en mi obra haya humor y cierto espíritu juguetón".

¿Algo nuevo? ¿qué importa?
Juan Aparicio intenta aportar algo nuevo "pero no sé exactamente qué. Tal vez mis novelas se caracterizan por el humor, por la primacía de los personajes, por la búsqueda de un estilo elaborado, conciso y transparente, y porque la trama se desarrolla a través de una estructura más bien compleja, pero disimulada, en la que ahorro al lector su desciframiento. Para mí, el mérito de la complejidad radica en que la estructura de la novela no estorbe al lector".

Insiste Rosales en que su aportación radica en "algo tan antiguo como la fascinación por el hecho de narrar. Que en lo referente a la tradición novelística, los árboles del siglo XX ya no nos impiden ver el bosque del XIX. Que los nuevos géneros o los géneros no son más que un instrumento para elaborar tu propia literatura. Que hoy el solo hecho de escribir, más que inscribirte en una generación te individualiza. ¿Algo nuevo? No sé. Qué importa".

"Necesitamos historias"
Como señas de identidad, Turbau apunta que son más individualistas "y menos cultos que la generación de los 50 y 80. Así como la literatura de los 90 ha sido la crónica de una generación que se explica el mundo con la noche y las drogas y así escapa de él, la más reciente creo que tiende a buscar en la memoria y en lo que podríamos llamar ‘la neura’ las claves para entender el mundo que la rodea. Pero aún es muy pronto para establecer puntos en común y estamos verdes para compararnos a quienes ya han demostrado su talento".

A fin de cuentas, remata Piñol, " con dos mil años de clásicos a la espalda, ¿qué sentido tiene seguir escribiendo? ¿De verdad somos tan engreídos como para creer que pode-
mos superarlos? Bien, mi respuesta es que la literatura no tiene una finalidad, es una función. Necesitamos historias. Nuestro mérito no consiste en contarlas mejor que los que nos precedieron, reto imposible, sino desde un ángulo diferente".

De lo que no se puede huir es del mercado. Aparicio-Belmonte asume sin miedo que "me afecta en todo. Es inquietante comprobar que los libros apenas duran dos meses en las librerías. Más que escribir para vender, escribo para publicar, que hoy en día es un privilegio nada desdeñable. Siento que el círculo de mi vocación se completa cuando la novela llega al lector... A partir de ahí, si vendo mucho, mejor que mejor".

Piñol, al quite, puntualiza que el mercado siempre ha existido y que el problema estriba en que el libro "es una coordenada en la que se fusionan dos ideas antitéticas: por una parte es una creación cultural, y por otra un producto de consumo. Una contradicción insuperable. Lo que ocurre es que ese choque de conceptos crea una perversión de significados. Por ejemplo: abominamos de la literatura ‘de consumo’. ¿Pero qué significa la literatura de ‘no consumo’? La que no lee nadie, deduzco. Y, que yo sepa, todos los autores escriben para tener lectores". Según Imma Turbau, no se trata tanto de vender como de llegar a los lectores -"cuantos más, mejor. Y larga vida a Ruiz Zafón y a los que venden tanto como él: gracias a los beneficios que generan, las editoriales invierten en los que empezamos".

Como buen editor (trabaja en Planeta y fue el responsable editorial de La sombre del viento, de Ruiz Zafón), Rosales admite que una novela es igual de buena o de mala si se vende poco o mucho, "pero no conozco a nadie que prefiera que se venda poco. Por otra parte, para mí, la literatura es un espacio de libertad, de creatividad. Es bien curioso que mi novela más personal, La Ciudad Invisible, haya sido también la que ha tenido más lectores... pero ¿por qué no aceptar que lo que para mí ha sido sugerente (escribirla) lo es para un buen número de personas (leerla)?"

Menos optimista, Esquivias acepta que escribe por diversión, por necesidad y "por deporte (en el sentido orteguiano) y que lee por las mismas razones". Vamos, que "sería ridículo que al escribir pensara en los gustos de los millones de lectores y compradores que no tengo. En realidad, cuando termino un cuento o una novela sólo me preocupa que el resultado colme mis expectativas como lector y las de dos o tres personas más cuyo criterio aprecio".

Narradores de raza según la crítica, no creen que la novela vaya a desaparecer y sí que la moda de fusionar los géneros tiene aún mucho que aportar. Rosales, por ejemplo, destaca que la novela es "el género triunfante por su flexibilidad, por su capacidad de adaptación y de fagocitación de otros géneros. Me encuentro como pez en el agua en esta situación y celebro la tarea que han llevado a cabo cuantos han expandido los límites de este género hasta desdibujarlos".

La novela, reina del metro
Esquivias subraya que en la propia naturaleza de la novela está "la indefinición, el juego y la variedad. Todo esto le asegura la capacidad de evolucionar y adaptarse a los gustos de cualquier época y a las necesidades expresivas de todo narrador . Es el género favorito de los lectores: para comprobarlo no hay más que bajar a los vagones del metro".

Y remata Aparicio: "Para mí la novela no sólo no ha muerto, sino que es muy difícil que la maten. La novela siempre ha sido un artefacto muy valioso para entender el mundo, y también para disfrutarlo, y creo que el futuro también necesitará y tendrá novelas que lo expliquen".

Mientras, estos autores han llamado la atención de quién maneja muchos de los hilos editoriales en España: la agente Carmen Balcells, que ya representa a Sánchez Piñol, Imma Turbau y Emili Rosales. Este último explica cómo después de ganar el Sant Jordi, y antes de que el libro se publicara, "mis amigas de Balcells se interesaron por mi novela. Estaban seguras de poderla vender bien fuera, y ha sido cierto: La Ciudad Invisible está contratada en una veintena de países".

Para Turbau, "cuando hablé con Balcells la primera vez no sabía ni que los escritores tienen agentes. Ahora son mis agentes, y tengo mucho que agradecerles porque se encargan de asuntos que a mí me costaría mucho resolver. Cuando después de varios meses de negociación por fin firmé el contrato de venta de los derechos de El juego del ahorcado para hacer la película, me di cuenta de lo útil que es para un escritor estar representado". Y eso que, según Sánchez Piñol, formar parte de la cuadra Balcells no le obliga a nada "y me beneficia mucho. ¿Cómo, si no, iba a negociar contratos con editoriales brasileñas, rusas o coreanas?". Los que aún no han sido fichado sueñan, como Aparicio, "con Scarlett Johansson, aunque no me importaría que una poderosa agencia literaria me apadrinara", o, como Esquivias, se conforman "con que me siga llamando mi editor y con mantener la complicidad de un puñado de libreros y lectores".

"No pierdas tu novela en un taxi"
En fin, para todos los gustos, como los consejos que dan a los autores noveles y que van desde el bienhumorado de Sánchez Piñol ("Que no la perdiera cuatro veces seguidas en un taxi. Porque al final la gente se piensa que en realidad no la ha acabado, o que ha escrito un churro que no se atreve a enseñar ni a su mami. Ahora en serio: es que yo no doy consejos"), al más práctico de Esquivias ("Le aconsejaría que la presentara a algún premio modesto que no esté amañado. A quien pretende enviar su primera novela a una gran editorial o a un premio importante sin tener influencias se le debe desengañar con el mismo amor con los que se explica a los niños la realidad sobre los Reyes Magos".) Para Turbau: "lo primero, que la guarde en un lugar oscuro durante meses y luego, con los ojos limpios, la vuelva a leer para seguir trabajando en ella. Cuando esté convencido de que ya no la puede madurar más sin que se pudra, que se la pase a toda la gente que pueda. Si tras esa ronda de lecturas se ve que la novela tiene piernas para andar, que la envíe a todas las editoriales. Seguro que alguien la publica." Y eso que, como dice Juan Aparicio, "publicar es lo de menos, escribir es una satisfacción espiritual... Sólo faltaba, más competencia... Hablando en serio: que no desespere...". Si hacen caso a los Cinco de 2005, no les van a faltar motivos.