Image: Antonio Soler

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Letras

Antonio Soler

“Aún hay demasiada gente empeñada en matar por las palabras”

4 mayo, 2006 02:00

Antonio Soler. Foto: Andreu Dalmau

¿Qué haría si tras cuarenta años de exilio se encontrase, en otro extremo del mundo y por casualidad, con el traidor que le llevó a la cárcel, la tortura, y le arrebató todo (su futuro, el amor, sus sueños, su misma vida)? ¿Podría preparar su venganza sin más, si ese hombre, involuntariamente, le pusiese ante sus ojos un espejo y viese pasar su existencia sin engaños ni consuelo ni pudor? Es lo que le ocurre al protagonista de El sueño del caimán, la última novela de Antonio Soler (Málaga, 1956), que lanza Destino la semana que viene.

Huérfano de padre, el propio Soler sabe mejor que nadie hasta qué punto un golpe de azar puede cambiarlo todo. En su caso un gravísimo accidente de coche y una larga convalecencia aliviada con la lectura le convirtió en el escritor y guionista que es hoy. Otro ejemplo: si en 1978 su novia no le hubiese invitado a una función de teatro aficionado, tal vez nunca hubiese conocido a Antonio Banderas, y la película basada en su novela El camino de los ingleses, que ha dirigido la estrella con guión del propio Soler, tal vez no existiese. Porque todo depende de un detalle ínfimo, como el que desencadena la trama de su novela más dura y pesimista:

-Al menos es la más cruda. En esta novela el lenguaje está voluntariamente menos cuidado que en las anteriores, porque está en función del protagonista, un aficionado al pensamiento científico que carece de la red del pensamiento poético y que justifica sus fracasos y miserias en términos de conexiones neuronales y reacciones químicas. Es curioso, al principio pensaba que estaba escribiendo la historia de una venganza y descubrí que en realidad era la historia de una soledad terrible, y que la amargura proviene de ese sentimiento de soledad arraigada del personaje, que siente que no pertenece a nada ni nadie, y al que, tras reconocer al traidor que le destrozó la vida, todo se le vuelve aún más crudo y terrible. Es una historia del desamparo.
-Un sentimiento común entre los exiliados que regresaron a España...

-Sí, y no sólo en ellos. Yo he conocido emigrantes españoles en Toronto, que no vivían de manera tan dramática, pero que sienten que no son de ninguna parte. Su idea es volver a casa, dejar el terrible desamparo, la soledad que sienten lejos, pero que, al volver se sienten aún más extranjeros y definitivamente solos.

El vértigo del abismo
-Sin embargo, a menudo ha confesado que la biografía del autor siempre contamina el texto... ¿Qué le ha prestado al protagonista?
-Reflexiones y sensaciones que he sentido por suerte de lejos, no como el personaje. A veces he estado cerca de un abismo y no he caído, pero he sentido el vértigo de sus límites. él sí ha caído, pero busca mecanismos de fuga para no verse. Es una víctima más de la historia, porque el siglo XX fue brutal, arrastró a millones de personas como briznas de hierba, gentes que ahora han descubierto que aquello por lo que lucharon (el comunismo, la revolución) ha desaparecido por completo. Que sus sacrificios no sirvieron para nada, y que su vida, en lo ideológico pero a menudo también en lo más íntimo, se ha desperdiciado.

-Por eso habla usted de una libertad fabricada con las cenizas de tantas banderas, de tantas estatuas...
-Desde luego. El siglo XX estuvo lleno de desequilibrios radicales, pero yo, como ciudadano que vota, pienso que en él hubo una batalla ideológica entre el comunismo y la democracia, y que en cierto modo ganaron los buenos, porque, a pesar de los fallos de nuestra sociedad, no es lo mismo vivir en democracia como vivimos hoy que con un Stalin sobre nuestras cabezas. En este libro me interesaba, sobre todo, tratar desde el punto de vista de la literatura al supuesto héroe que triunfa en las batallas por la justicia y que no es un héroe, y ni lucha ni busca nada. También hay una reflexión sobre la traición, y ahí se unen lo ideológico y lo político con lo individual. Porque, aunque la novela se ambienta en la Barcelona de finales de los 50 y en el Toronto de los 90, no es una novela sobre el antifranquismo sino sobre las traiciones cotidianas y cómo la vida se modifica radicalmente a través de gestos minúsculos.

-¿Y la imagen que da a título el libro, la del caimán dormido, en apariencia inofensivo pero capaz de cualquier barbaridad?
-Creo que todos lo somos, aunque no tengamos muy claro lo que somos capaces de hacer. Nos tenemos por seres pacíficos y razonables, pero si nos metemos o nos meten en una dinámica de violencia seguramente nos comportaríamos como bárbaros. Los serbios o croatas que perpetraron tantas matanzas, la gente que está cometiendo atentados en Iraq no son mejores ni peores que nosotros, pero han despertado en ellos lo peor. Por eso todos somos caimanes dormidos. Esperemos que no nos despierten, y que la cultura y el sistema político tengan el suficiente peso como para dejarnos dormir siempre.

-Menos mal que incluye un homenaje a Rafael Pérez Estrada...
-Desde luego. Rafael y yo éramos muy amigos; siempre le llamaba maestro, y poco antes de morir le prometí que siempre le incluiría en mis novelas. En El nombre que ahora digo era el dueño de un chalet que miraba al mar, y en El sueño del caimán es un mago, el mejor de Europa, que pone algo de poesía en una de las escenas más sórdidas del libro. En realidad, ilumina cualquier novela en la que aparece, como hacía cuando estaba vivo.

Un cadáver en vida
-Siempre ha escrito sobre perdedores, pero aquí son demasiado conscientes de haber recibido su ración de fracaso, y se han rendido.
-Sí, en mis otras novelas los personajes, por la coyuntura política o histórica y porque eran jóvenes y llenos de sueños, podían cambiar las cosas. Aquí están muy al final de la vida y sobre todo el protagonista sabe que ha pasado la vida anestesiado, que desde que salió de la cárcel se ha dedicado a vegetar, y de pronto le ponen ante el espejo de su vida y se ve como un cadáver. Y no hay vuelta atrás, porque, aunque en su momento podía haberse adaptado a las circunstancias, estaba dispuesto a que no ocurriera. Su motor y su condena es su tremenda soledad, que es algo que he podido ver en la sociedad norteamericana y que me temo que cada vez va a arraigar más en Europa y en España. El problema de mi personaje es que, aunque cuando abandona la cárcel tiene 40 años, siente que su vida ya ha pasado, que en el fondo jamás perderá el verdín de las rejas, que ya no pertenece a este mundo, y eso le provoca mucho odio, mucha ira enconada. Es un verdadero desahuciado social, político y sentimental, un castrado emocional.

-Como él, ¿existe aún demasiada gente empeñada en matar por las palabras más que por lo que representan?
-Yo creo que sí. En España parece que matar no, pero en estos tiempos y en estos días en Andalucía asistimos muy perplejos a una batalla nacionalista y semántica grotesca. Que se reúnan políticos muy sesudos y que, tras arduos debates, descubran que somos una realidad nacional es sencillamente ridículo. Nosotros no tenemos complejos, somos andaluces y españoles, y de Málaga, Cádiz o Sevilla, pero hay gente empecinada, de manera absurda e irrisoria, en enconar los sentimientos. En Andalucía nos lo tomamos con cierta guasa, pero en Navarra, lógicamente, no ocurre lo mismo. Desde el poder a veces se juega con las palabras como si fuesen bombas o bayonetas.

-¿Y no va a caer en la tentación de escribir una novela sobre Marbella?
-Los escándalos me han llevado a escribir unos cuantos artículos, pero me parece que me saldría una novela bastante hortera, porque los personajes son como de Dallas. Necesito distancia para escribir, hacer la digestión, porque, ¿cómo se hace literatura de un elefante disecado?

El camino de los ingleses
-Ya ha terminado el rodaje de El camino de los ingleses, ¿al hacer el guión cambió mucho su novela?
-Sí, porque es una novela coral, y sabía que tenía que prescindir de parte de los personajes y quedarme con el corazón de la historia, pero no lo he visto como un sacrificio, sino como un nuevo acto creativo. El trabajo ha sido muy enriquecedor, y el resultado artístico, muy bueno, gracias a Banderas y a la fotografía. La idea es presentarla en Venecia, si llega a tiempo...