Image: El aventurero de Dios: Francisco de Javier

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Letras

El aventurero de Dios: Francisco de Javier

Pedro Miguel Lamet

4 mayo, 2006 02:00

La esfera de los libros. Madrid, 2006. 792 páginas, 26 euros

Hay varios motivos para agradecer este libro en el V centenario del nacimiento de Francisco de Javier. El primero y más importante es que se lee con notable facilidad. Lamet es ensayista, novelista y poeta de verbo suelto (una flora que abunda en la bahía gaditana, donde anidó el ingenio, no sé si en el segundo milenio antes de Cristo y con los fenicios) y ha construido aquí un relato que, con la mínima técnica imprescindible -sin que se note que hay técnica-, responde con fidelidad al género de la biografía novelada. Es, pues, un libro ameno.

El hecho de que sea una biografía novelada le plantea al autor un reto que puede pasar desapercibido y que consiste en hacer hablar a personajes del siglo XVI. Claro es que no comete el error de reproducir el castellano -todavía sin cuajar en muchas cosas- de aquel siglo. Pero evita el empleo de neologismos que echarían para atrás a un purista. Sólo he notado uno ("soberanía", en la página 131; palabra apenas balbuceante por aquellas calendas, más aún como expresión de carácter político). Pero, siendo novela, es justamente histórica. Y, al final, Lamet nos dice hasta qué punto lo es: todos los personajes y los hechos, sin más excepción que la del judío que narra la aventura en primera persona -además de su esposa-, están verificados en los documentos que se conservan. En este sentido, es un relato enteramente fiable como forma de conocer el personaje.

La de san Francisco Javier fue una vida tan rica en matices y en acontecimientos y escenarios, que Lamet no necesita idear nada, fuera de construir un relato que no agobie con el hilo cronológico y de sazonarlo abundantemente de diálogos (que, eso sí, son supuestos, pero que expresan lo que se sabe que ocurrió realmente). Del propio Francisco de Javier se conserva algo más de un centenar de cartas, publicadas hace años en Roma, y a ello hay que añadir el formidable elenco documental que se editó bajo los auspicios del Gobierno de Navarra hace algo más de una década. Es un corpus notablemente enjundioso, digno de una lectura directa para los más aguerridos. Llaman la atención en él dos aspectos fundamentales: uno es el origen familiar del futuro jesuita, con todo lo que ello conlleva (la anexión de Navarra a la corona de Castilla, la rebeldía de una parte de los navarros, entre otros los parientes de san Francisco Javier, y todas las vicisitudes políticas, militares y familiares que aquello supuso, a comienzos del siglo XVI). Por cierto que el autor da por buena -una novela no es lugar para aquilatarlo- la presencia del vascongado Iñigo de Loyola en los ejércitos castellanos que luchaban por la posesión de Pamplona frente a los independentistas navarros, entre los que se hallaban los parientes del futuro compañero de san Ignacio.

El otro asunto -el fundamental- es la aventura de Francisco, una vez que se incorporó en París -donde estudiaba- a la naciente Compañía de Jesús y se decidió que fuera a convertir a los infieles (y también a bastantes fieles, según se desprende del libro) en los territorios portugueses de las costas africanas y asiáticas, incluidas la India y el Japón. Es sorprendente que el jesuita recorriera los millares de millas marinas y los centenares de leguas de camino que recorrió en esa parte de su vida. Es difícil hallar un parangón. Por fortuna, además, el propio Francisco narró en sus cartas bastantes de las cosas que le iban ocurriendo, incluidas las dificultades de los interminables viajes. Y el relato es ciertamente de asombro. Una vez superados los tiempos en que las epopeyas de los españoles del Quinientos fueron aireadas con afanes políticos que hubo en el siglo XX, valdría la pena empezar a preguntarse por qué, en el XVI (y no en el XV ni con tanta fuerza en el XVII) se dio tal número de personajes que dejaron grabado su nombre en la historia de los grandes héroes y de los aventureros más atrevidos. Fueron tres o cuatro generaciones de gigantes. Para bien en muchos casos y para mal en no pocos. Pero gigantes, y ello por la decisión que implicaban sus singladuras, por la valentía con que actuaban, por la insaciable sed de penetrar en tierras desconocidas y -no poco- por la resistencia física que hubieron de tener. La conquista de América está llena de ese tipo de personajes, fueran locos como Aguirre o santos como Francisco (por más que Francisco de Javier se hiciera santo por Oriente, y no por Occidente, y al servicio del rey de Portugal). Lo más que podemos decir es que aquellas tres o cuatro generaciones de epopeyas tuvieron que ver con la apertura de los océanos a la navegación y al descubrimiento de tierras nuevas -por el Atlántico y el Pacífico- y a la llegada a tierras míticas, como sucedió en el índico.

Portugal es el protagonista mudo del trasfondo de la novela. Palpita en ella claramente lo que fue en ese siglo el otro gran reino peninsular, verdadero emporio de riqueza y empuje. Sin que el autor se lo proponga a lo que parece, Portugal se perfila como uno de los países más castigados por la fama. España lo fue por la vía de la discutida leyenda negra; pero Portugal lo ha sido por el camino del olvido. Lamet ha hecho para ello un esfuerzo notable, que ha sido el de recomponer la vida cotidiana de las ciudades portuguesas -en Portugal y en Asia-.

Recurre el autor pocas veces a la transcripción de párrafos de las cartas de Javier. Pero los textos que aparecen son bien elocuentes. El único "pero" que me atrevo a hacerle es que no queda claro un aspecto tan sorprendente hoy como principal, que percibió este crítico al leer esas cartas del jesuita: en algunos párrafos de ellas, se desprende que, en buena medida, lo que impulsó a Javier a navegar y caminar, a hablar con unos y otros, a convencer con su manera de ser más que con sus palabras, fue simple y llanamente la prisa.

Exactamente la prisa. Javier descubrió un continente entero cuyos habitantes apenas habían oído hablar del Dios de los cristianos y, con la idea definida en el concilio de Florencia (extra ecclesia nulla salus, "fuera de la iglesia no hay salvación"), se mantuvo en vela con verdadera sed de llegar a tiempo, con el afán de evitar que muriera un solo hombre más sin conocer el evangelio. Hay párrafos extremadamente elocuentes en ese sentido; en alguno llega a decir que, si los europeos supieran lo que él estaba descubriendo -cuánta gente desconocía a Dios e iba a morir sin conocerlo-, no dudaba de que serían muchos los que se apresurarían a correr a Africa y Asia y hacer lo mismo que él, lo más pronto posible. Es este un aspecto difícil de comprender en nuestros días y con nuestra manera de sentir. Pero Javier fue como fue y ése es un rasgo principal para entender del todo al personaje, tan bien entendido por Lamet.


Francisco de Javier nació en Castillo de Javier, Navarra en 1506, en el seno de una familia noble. Mientras estudiaba Filosofía y Teología en París conoció a Ignacio de Loyola. Hizo sus primeros votos en París (1534), se ordenó sacerdote en Venecia (1537) y participó en la fundación de la Compañía de Jesús en Roma (1539). Dos años más tarde accedió a viajar a la India. Durante su viaje pasó por Madagascar y Mombasa, deteniéndose en Goa (1542), donde trabaja en la atención de enfermos y la conversión de los nativos. Su apostolado se extendió por el sur de la India, Ceilán, Malaca, las Molucas y Japón. Cuando se disponía a entrar en China, en 1552, murió de pulmonía a las puertas de Cantón. Fue canonizado en 1622 y declarado patrono de las misiones.


Bibliografía
La bibliografía sobre Francisco de Javier es extensísima (supera los 3000 títulos, y no deja de crecer), pero vale la pena resaltar algunos de los últimos títulos publicados.
Los sueños de Francisco de Javier, de José Ignacio Tellechea (Sígueme, 2006, 224 págs., 17 e.), una biografía sintética en la que el autor ha tratado de "seguir paso a paso su andadura, participar de sus consuelos y penas, soñar con sus planes y anhelos", a través de su aventura vital, que reconstruye e ilumina a través de sus cartas A mis hermanos de Europa, entre las que figuran las que envió a San Ignacio de Loyola.

Orar con Francisco de Javier, de Pedro Javier Sagöés Remón (Ed. Mensajero, 2006, 86 págs, 6 e). Como Techellea, el autor parte de las cartas y escritos de san Francisco Javier para ofrecer materia para la oración a partir de los rasgos más relevantes del santo.

Sol, Apóstol, Peregrino, San Francisco Javier en su centenario (Gobierno de Navarra, 2005, 332 pp, 36 e.). Coordinado por Ignacio de Arellano, catorce especialistas analizan la personalidad del santo, su entorno familiar, político y social y su acción misionera, así como su huella en la literatura y el arte, deteniéndose en el teatro y la poesía del siglo de oro.

San Francisco Javier en el arte de España y Oriente, de Fernando García Gutiérrez (Guadalquivir, 2005, 232 pp., 41, 60 e.). Imprescindible recorrido por la iconografía del santo.

lLa gastronomía en tiempos de San Francisco Javier, de J. M. Mójica (Baja Montaña-Mendi Behera, 2005, 15 e). Viaje por la gastronomía del XVI, con recetas y remedios de belleza.