Letras

¿Enseñar a escribir?

14 septiembre, 2006 02:00

A. Barba, A. Gándara, J. A. Pascual y J. P. Aparicio

Con el comienzo de la temporada literaria, editoriales y escuelas de letras multiplican sus señuelos para atrapar a los interesados en escribir mejor. Pero ¿sirven para algo manuales y cursos? ¿La escuela no es suficiente? ¿Es tan penosa la situación del español? El académico José Antonio Pascual, responsable del Diccionario Histórico de la RAE, que lanza en otoño su Diccionario Esencial; José Antonio Millán, que acaba de publicar El candidato melancólico (RBA) sobre el origen de las palabras; Juan Pedro Aparicio, director del Instituto Cervantes de Londres (en octubre el Cervantes lanza su Saber escribir), Alejandro Gándara, creador de la Escuela de Letras y colaborador de la Escuela Contemporánea de Humanidades, escritor y bloguero y Andrés Barba, profesor de la ECH y autor, toman la palabra.

Para empezar, los invitados a estas páginas niegan la mayor: no es cierto que hoy se hable y escriba en España peor que nunca, lo que haría necesarios, casi imprescindibles, cursos, diccionarios y libros para aprender a escribir. Así, para el novelista Andrés Barba la situación no sólo "no es mala, sino que no hay motivos para el pesimismo, quizá sólo es poco atrevida, pero está en un momento editorial magnífico". Claro que él habla como creador. Los filólogos matizan bastante más. Por ejemplo, José Antonio Millán admite no conocer estudios amplios sobre el tema, pero no tiene tan claro que la situación sea penosa ni con qué se compara, si con la España de hace 50 años o con la Francia actual. De hecho, y como apunta Juan Pedro Aparicio, director del Cervantes de Londres, "la evolución del lenguaje debido a los medios de comunicación de última hora, móviles y todo eso, es similar a la de los países de nuestro entorno. Seguimos, sin embargo, en peores condiciones por lo que se refiere a nuestro sistema educativo que siempre ha valorado poco o ha atendido con desmaña la enseñanza de la expresión oral o escrita". Y es que, para Aparicio, la clave de todos los problemas radica en la educación: "Creo que hay un deficit en ese tipo de enseñanza, al que no dedicamos el tiempo suficiente. Y acaso debiera empezarse por la comunicación oral, acostumbrando al niño a expresarse con propiedad. De ahí es fácil pasar a la escritura. La universidad, al menos entre nosotros, no está pensada para enseñar a expresarse, se supone que quien llega a ella ya sabe hacerlo suficientemente." En eso coincide con Millán, porque, a juicio de éste, "la raíz de todo está en la escuela: ahí es donde se forjan los hábitos (y la ortografía tiene mucho de hábito) y las habilidades (el dominio de los recursos de la lengua). La universidad coge a los estudiantes ya formados, pero no debería permitir licenciarse a personas que escriben con faltas de ortografía..."

Misión imposible
De ahí la multiplicación de ofertas para quienes pretenden solucionar las lagunas que deja la enseñanza primaria. Según casi todos los participantes en estas páginas, pueden ser útiles o insuficientes dependiendo de la seriedad de los profesores y del interés del alumno. Millán, por ejemplo, afirma categórico que sí, que "hay personas muy bien dotadas para la comunicación por escrito, pero quienes no lo estén pueden beneficiarse del análisis de sus escritos, de la corrección de errores, de la propuesta de formas alternativas de expresar las cosas..." En el otro extremo, en el de la creación y no en el de la normativa, Andrés Barba, escritor y precisamente profesor de la Escuela Contemporánea de Humanidades y antes de los Talleres Fuentetaja, considera "imposible enseñar a escribir. Más que talleres de escritura lo son de lectura y de pensamiento, que actúan incluso como clubes sociales que ponen en contacto a gentes interesadas en la literatura con otras personas, pero insisto, de ninguna manera enseñan a escribir. Y los libros tipo manual menos todavía, no hay libro que cubra carencias basiquísimas que pueden venir de la infancia. De ninguna manera un manual enseña a escribir, si acaso instruye para hacerlo desde un punto de vista muy concreto, pero sólo funciona para crear un perfil característico que a mí personalmente no me interesa".

En cambio, Alejandro Gándara, creador de la Escuela de Letras y actual colaborador de la Escuela Contemporánea de Humanidades, vinculada a la Universidad Complutense de Madrid y a la Universidad sueca de Lund, matiza que sí se puede "aprender a escribir, pero sólo si hablamos de enseñanza de tipo creativo, distinta a la enseñanza oficial normativa, que sigue siendo memoralística. La creación es un espacio que se puede aprender". Y, entre ambos, Juan Pedro Aparicio, para quien resulta obvio que "todos hemos aprendido a escribir, unos mejor y otros peor. Y siempre hay la posibilidad de mejorar. Otra cosa es enseñar a escribir obras de las llamadas de creación. Ahí es donde yo tengo las mayores dudas".

La ley del deseo
En cualquier caso, según el académico José Antonio Pascual, responsable del Diccionario Histórico de la Lengua de la Real Academia, la clave del éxito de cursos y libros es "el deseo" de quien los busca. Pero va más allá: para él, las escuelas y talleres literarios suplen carencias de la Universidad. "Es más -destaca-, en las Universidades se están empezando a hacer proyectos de enseñanza de lenguaje, no sólo de gramática, sino para enseñar a escribir de manera creativa, programas que existen en Francia o Inglaterra y que resultan muy útiles."

Y apunta un nuevo invitado a la fiesta: la televisión. "Si realmente fuese formativa y no un patio de vecindad en la que triunfa lo peor, los gritos, la vulgaridad y una ética espantosa, si cumpliese su papel con una mentalidad de enseñar divirtiendo, y no crease sólo esclavos de la publicidad obsesionados por el éxito fácil y el dinero, sería la escuela de letras por antonomasia"

"Hoy -prosigue Pascual- existe cierta dejadez, cierta timidez de muchos hablantes que quizá han intentado expresarse con términos que no dominan y se han puesto en ridículo. Y al final han acabado rindiéndose. Otros, en cambio, actúan como si hablar y escribir bien fuese una horterada. Yo lo primero que intento crear en mis alumnos es el deseo de escribir y expresarse bien, que les parezca que es necesario, más aún, que si no dominan su idioma están en desventaja. En general, nos creemos que escribir es ponerse estupendos, elegir lo raro y muchas veces la combinación de lo sorprendente es más rica. Tenemos que introducir en la universidad lo mejor de la experiencia de los talleres literarios, mostrar a los alumnos que aprender a escribir mejor, más allá de las normas, incluso en el aspecto creativo, puede y debe ser divertido. Yo recuerdo con nostalgia las divertidas clases en Salamanca con Fernando Lázaro".

Pero no nos desviemos. Por ejemplo, la Real Academia lanza este otoño su Diccionario Esencial (Espasa). ¿Enseña a escribir mejor? Según José Antonio Pascual sí, aunque sólo sea porque "es una versión reducida y más coherente del Diccionario de uso habitual, en el que se han quitado algunas palabras en desuso y se han añadido otras. Y puede ayudar a escribir mejor si se utiliza, claro, porque la práctica, como en el deporte, es indispensable para perfeccionar el uso del idioma. Aunque para eso yo recomendaría también el de Bosque o el Casares. Todos ellos sirven, si el hablante quiere aprender".

Otra cuestión es si una vez acabados la escuela o curso literario, el autor en ciernes puede llegar a publicar en editoriales de prestigio. Alejandro Gándara comenta bienhumorado que por sus manos y en sus talleres, metafóricamente hablando, han pasado "muchísimos de los escritores que ahora están en primera fila. ¿Nombres? Que lo digan ellos. Pero qué quiere, en España tenemos la rémora de que nadie reconoce que ha tenido o querido estudiar para perfeccionarse. En Estados Unidos, Raymond Carver, Tobias Wolf, o Chuck Palahniuk, reconocen, mejor dicho, presumen de su paso por los talleres literarios y fomentan otros. Aquí, en cambio, prefieren ocultarlo como si fuese vergonzoso."

Lo que no oculta José Antonio Millán es su pasión por las palabras, protagonistas de su último libro, El candidato melancólico, que también podría ser otra manera de aprender a escribir. Porque sostiene Millán que la barbarie se frena con conocimientos: "Precisamente ‘bárbaro’ era el nombre que daban los griegos a quienes no hablaban como ellos, cuya lengua les sonaba como un balbuceo... Saber el origen de las palabras enriquece el vocabulario y hace que conozcamos mejor otras lenguas de nuestro entorno: es un antídoto contra el monolingöismo excluyente". Y pone un ejemplo de evolución curiosa de una palabra...: "A mí me gusta mucho el caso del nombre de un pueblo europeo, que se llamaban a sí mismo slovene, que eran capturados por los griegos de Bizancio para venderlos, hasta tal punto que su nombre, deformado en esclavo, se convirtió en la denominación de las mercancías humanas. Y no para ahí la cosa, sino que como les inmovilizaban con cadenas, cada parte de estas recibió también su nombre: eslabón. Ah, y en Italia se puso de moda decir schiavo cuando te despedías de alguien (como cuando en español uno decía servidor), y eso llevó a la forma ciao, el chao de muchas variedades del español".

Y otro ejemplo, que demuestra que libros, manuales y escuelas no estén de más. Nos lo da Millán, y procede del campo de la publicidad: "La publicidad comete errores tremendos, por ejemplo en puntuación. En un carísimo anuncio de coches se lee: ‘No soy tonto, a menos que sea en el nuevo Renault Mégane, no vuelvo a pasear por el bosque’. ¡El que habla sólo es tonto en el interior de ese coche! Un punto o punto y coma tras ‘tonto’ (en vez de la coma) impediría esa lectura".