Letras

Posguerra. Historia de Europa desde 1945

por Tony Judt

7 diciembre, 2006 01:00

Un soldado contempla las ruinas del Reichtag

Trad. J. Cuéllar/ V. Gordo. Taurus. Madrid, 2006. 920 páginas, 29’50 euros

Al rematar la lectura de este libro uno conserva la impresión de que ha tenido la oportunidad de haber disfrutado de una obra de auténtica valía que logra plasmar con rigor la historia de Europa desde 1945 hasta hoy. Y lo hace desde una perspectiva tan rica y sugerente como inusitada, porque la particularidad de la obra radica en la novedad con la que se enfoca la retrospectiva. Nada mejor para explicarlo que un conocido chiste de la época soviética recogido por el autor. Un escuchante llama a Radio Armenia preguntando, "¿Es posible predecir el futuro?", y recibe la respuesta: "Sí, no hay problema. Sabemos exactamente cómo será el futuro. Nuestro problema es el pasado, que siempre está cambiando".

Para Tony Judt la caída del Muro no sólo modificó el rumbo de Europa sino que también transformó su pasado, razón por la que había que reescribir la posguerra. Ahora bien, en sí mismo el hecho del cambio de perspectiva no proporciona "ninguna gran teoría de la historia europea contemporánea", pero sí unas consistentes "líneas argumentales". La primera tiene que ver con la reducción de Europa, los grandes imperios europeos fueron desapareciendo, perdieron sus extensas colonias, mientras que insólitamente eran forasteros, norteamericanos y soviéticos, quienes determinaban las condiciones de su existencia hasta que los europeos recuperaron el control de su destino.

La segunda clave está en el declive del fervor político en occidente, la decadencia de las religiones políticas y el "descrédito del marxismo oficial" en el Este, donde tras 1989 el único horizonte atrayente era el de la libertad. La tercera es la gradual aparición, en gran parte accidental, del "modelo europeo", consolidado en 1992, una alternativa perfecta a los periclitados moldes de progreso y revolución que destrozaron el continente en la primera mitad del XX. La cuarta se refiere a la compleja relación, llena de malentendidos, entre Europa y Estados Unidos. La última reside en el hecho de que la historia del continente está "ensombrecida" por los silencios y las ausencias que, paradójicamente, facilitaron la estabilidad: el paso destructor de Hitler y Stalin, impulsando genocidios, deportaciones y matanzas, dejó unos espacios nacionales más homogéneos, lo que conllevó la sustancial atenuación de las posibilidades de conflicto.

Con estos ejes interpretativos el lector puede acercarse bien provisto a los diversos períodos en que se subdivide el libro que abarcan los temas más significados y variados. El fenómeno de la portentosa recuperación europea con Alemania occidental a la cabeza, la Guerra Fría, la implantación de las políticas de planificación económica y el estado de bienestar, la definitiva división del continente en dos bloques y los primeros escarceos que llevarían a la CECA. Le sigue la época de mayor prosperidad y, al tiempo, de malestar, con la entrada en escena de la primera generación que no participó en la guerra y el consiguiente desahogo de los "revolucionarios" años sesenta, con Mayo del 68 recorriendo las calles parisinas mientras sus ecos terminaban alcanzando fórmulas políticas que rehabilitaban la violencia como instrumento de cambio. Entretanto, en la zona comunista se asistía a los acontecimientos que condujeron a la decadencia del prestigio de la herencia comunista con los episodios de Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1969.

La recesión de los 70, el fin del ciclo económico alcista, la crisis petrolífera y los efectos de inflación y desempleo nos trajeron problemas en parte compensados por el sistema de seguridades de unos estados de bienestar bien asentados. Supuso el fin de la utopía y el romanticismo revolucionario en la juventud radical, sin que ello frenara el auge del terrorismo impulsado por el trampolín ideológico de finales de los sesenta. Los ochenta acarrearon la revisión del papel del estado en la economía con las consiguientes reconversiones y privatizaciones. Mientras tanto, se organiza la disidencia en los países del Este y, en particular, el ascenso de la emancipación polaca.
Por último, irrumpe el colapso del sistema soviético y la caída del dominó de las democracias populares, propiciados por la acción reformista de Gorbachov, poco que ver , según el autor, con la propagandística autocomplacencia norteamericana y vaticana sobre sus respectivos papeles. La continuación es la durísima transición de los antiguos países del Este hacia el sistema capitalista y el fortalecimiento del proceso de unificación europea, la gran referencia modernizadora y ejemplarizante primero de las dictaduras mediterráneas en los setenta y de los países de centroeuropa después. Entre los últimos episodios cabe señalar la crisis balcánica, un fleco de la herencia multiétnica heredada de la etapa anterior a 1939 pero que había sido provocada por intereses asentados en Belgrado a finales de los 80.

La historia del continente está marcada por el desastre de las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial -sintetizadas en lo que Auschwitz representa- y sus consecuencias geopolíticas, y por la implacable opresión del comunismo soviético sobre la propia Rusia y los países satélites de centroeuropa. Juzgadas a grandes rasgos estas cinco décadas, quizá el único elemento positivo de gran calado ha sido el proceso de construcción europea, que, como repite Judt, no fue ni planificado ni deliberado, sino hecho a menudo en función de la combinación de intereses egoístas y oportunistas, de miedos y ansiedades justificadas en no incurrir en el nefando pasado, sin grandes ambiciones y por tanto a base de pequeños pasos.

Pese al extraordinario avance de las sociedades europeas, polo de atracción para las sucesivas incorporaciones, el fundamento final de esta recuperación no es, a juicio de Judt, de naturaleza material sino moral. No en vano es el punto de referencia más tremendo y doloroso, el auténtico clímax de un cainismo continental que aun siendo asumido e incorporado al bagaje mental europeo impide impartir lecciones a nadie: se trata del Holocausto. Como advierte el autor: "la memoria recuperada de los judíos europeos muertos se ha convertido en la propia definición y garantía de la restaurada humanidad del continente".

La nueva Europa después de Auschwitz

La explicación del errático proceso de unidad europea la encontramos en que no se trata de un proyecto definido, sino en la acumulación de decisiones que han llevado a una culminación que ha zanjado la crónica beligerancia continental, con sus aberrantes ciclos de guerras y matanzas, para acabar ofreciendo una alternativa al mundo. Se basa en la creación de un espacio de relación postnacional y en un modelo social que ha suscitado la admiración exterior, compitiendo con la opción norteamericana, aunque, ante todo, se fundamenta en la experiencia de asumir el legado del horror. Lo resume bien Tony Judt cuando afirma en el libro que "Sólo la historia podrá ayudarnos a recordar en los años venideros por qué parecía tan importante erigir una cierta clase de Europa a partir de los crematorios de Auschwitz. La nueva Europa, unida por los signos y símbolos de su terrible pasado, constituye un éxito notable; pero seguirá estando siempre hipotecada a ese pasado. Para que los europeos conserven siempre ese vínculo vital -para que el pasado del continente siga proporcionando al presente de Europa un contenido reprobatorio y un objetivo moral- habrá que enseñárselo de nuevo a cada generación. Puede que la UE sea una respuesta a la historia, pero nunca podrá sustituirla" (T. Judt).