Letras

La invasión

Ricardo Piglia

14 diciembre, 2006 01:00

Ricardo Piglia. Foto: Domenec Umbert

Anagrama. Barcelona, 2006. 194 páginas, 20 euros



La invasión, la colección de relatos del argentino Ricardo Piglia (nacido en 1940), se publicó por vez primera en 1967, cuando el autor contaba veintisiete años. Fue su primer libro y nunca se reeditó. Me ha resultado imposible cotejar aquella primera y rara edición con la presente. Sin embargo, Piglia asegura que, además de añadirle dos relatos inéditos, los que abren y cierran el volumen, de 1969 y 1970 respectivamente incluye en la presente: "Desagravio" (1963), "En noviembre" (1965) y "El pianista" (1968), aparecidos anteriormente tan sólo en revistas argentinas. La obra inicial incluia, pues, sólo diez cuentos. Asegura que los reescribió y aligeró, porque siguiendo a Hemingway: "todo lo que podamos sacar de un cuento, lo va a mejorar". "Tarde de amor" lo escribió de nuevo, así como los mencionados, antes ya editados en revistas. La conclusión puede ser entender el primer libro de Piglia, tal como se nos ofrece, como una de sus mejores obras. No vamos a incidir en el manido tema de si el autor puede o debe corregir los textos ya publicados, porque lo que importa en literatura es el feliz resultado. Lo demás es trabajo de historiadores y filólogos y, aunque el argentino nos asegura que a menudo el escritor empeora con los años, debe admitir: "reescribir viejas historias tratando de que sigan iguales a lo que fueron es una benévola utopía literaria..." Se agradece.

En un breve prólogo, Piglia nos indica las claves históricas de cada uno de los relatos, porque en su mayor parte se inscriben en variadas circunstancias históricas, ya sea "Desagravio", una anécdota amorosa situada en una fecha precisa (precisiones borgeanas), el 16 de junio de 1955, cuando aviones militares, con la excusa de acabar con Perón, bombardearon Buenos Aires o "Las actas del juicio", de 1964, inspirado en el asesinato por sus hombres del general Urquiza, caudillo entrerriano, el 11 de abril de 1870.

Los marcos históricos resultan, pues, diversos y la maestría narrativa de Piglia, demostrada en las obras que, por fortuna, ya conoce el lector español, convierte el conjunto en lectura más que recomendable. Sin duda, sin el magisterio de Borges, Piglia no sería lo que es. Tampoco sin Kafka, Gombrowicz, Roberto Artl, Pavese, Scott Fitzgerald, Onetti, Hemingway y, sobre todos, Faulkner. Esta cultura literaria bien asimilada, que le ha llevado a la universidad estadounidense de Princeton, se percibe sin destellos de pedantería. Los mundos que nos transmite, poblados de seres infelices, son tan diversos como el de un asilo de ancianos; del boxeo sin éxito; de las frustradas relaciones amorosas; de Po-
sadas, una población próxima a la selva brasileña. Conviene no perderse la fuente de inspiración de cada uno, porque sirve para apreciar el delicado mecanismo de relojería de cada relato y su capacidad de fecundar con lo imaginario lo antes puntual. Porque lo que constituye la esencia del volumen en su conjunto son los ambientes captados en pocas páginas, en un adjetivo, mediante un lenguaje conciso, donde no sobra una palabra, en diálogos coloquiales plenos de argentinismos, en rápidas descripciones. El paso de la realidad a la ficción puede situarse en una autocita al inicio de "Mata-Hari 55": "La realidad, es sabido, tiene una lógica esquiva; una lógica que parece, a ratos, imposible de narrar. Frente al riesgo de violentarla con la ficción, he preferido transcribir casi sin cambiar el material grabado por mí en sucesivas entrevistas".

He aquí otra forma más elaborada de ficción, porque el autor nos desveló que el relato se inspiraba en los "comandos civiles" que conspiraban contra Perón en las vísperas de la llamada revolución libertadora, que lo derrocó en septiembre de 1955. Pero se trata de un relato amoroso, presidido por una precisa figura femenina a cuyo amante delata, inconsciente, la supuesta conspiración. "Un pez en el hielo", que cierra el libro, donde aparece la figura de Renzi que descubriremos aquí y en libros posteriores, es el más literario de los textos. Trata del escenario y de las circunstancias del suicidio de Cesare Pavese desde la perspectiva de un descolocado personaje, trasunto del autor, en los escenarios italianos: "Pensaba en el suicidio de Pavese como en un crimen que era preciso descifrar". Reproduce la última página de su Diario: "Y sin embargo Pavese pasó una semana antes de matarse. Se suicidó recién el sábado 26 de agosto. Renzi estaba conmovido con esos días finales. Pavese solo en la ciudad vacía [...] Vivió ocho días más, aunque para sí mismo ya era un muerto. El condenado. El muerto vivo". Al mismo tiempo se permite comparar la suerte de su diario con el de Kafka.

Pero "El joyero", que abre el volumen, nos sitúa en un medio distinto. El Chino, un joyero que aprendió su oficio en prisión, decide raptar a su hija, cuya custodia fue otorgada a la que era su mujer. Don Sosa, otro artífice, se expresa en frases sentenciosas: "-Nunca llegues a creer ni en lágrimas de mujer ni en la renguera del perro[...] Para cada ocasión tenía una sentencia. Era un hombre que odiaba a las mujeres. Trabajaba para ellas, hacía joyas para las manos y las gargantas de las mujeres, pero eso era todo lo que podía ofrecerles". En "La invasión", título que utilizará para el conjunto, describe, de nuevo desde la perspectiva de Renzi, su estancia en un calabozo, junto a otros dos reclusos. La descripción de su relación sexual en la oscuridad de la celda se insinúa desde el miedo del recién llegado, indirectamente, de forma magistral. Pero el escritor no desdeñará tampoco el uso del eficaz coloquialismo: "Escuchá, querido -dijo-, acá adentro no te conviene jugar al machito, ¿te das cuenta? Aquí no estás en la universidad: así que mejor sentate aquí, quédate piola y no jodás".

En "Una luz que se iba" describe la llegada y el contraste del habitante de Bolívar en la gran ciudad: "Por Buenos Aires nadando en luz, siempre llena de gente, con gente en todos lados. Y yo caminaba y caminaba para acostumbrarme y conocerla". Pero debe escapar de su compañero de habitación, un boxeador ya acabado, obsesivo en los entrenamientos que realiza en el mismo cuarto. En el brevísimo "La honda" parece adentrarse en el mundo de la infancia, simple excusa para demostrar la crueldad de la traición inútil de un adulto. "Tierna es la noche" es, en efecto, un homenaje a Scott Fitzgerald, pero también el fruto de la literatura y el cine de la incomunicación que tan bien representó Antonioni. Y en "Desagravio" el crimen por amor se desarrolla, desde la perspectiva de un narrador en primera persona, mientras se produce un bombardeo. Se sirve, como un fogonazo, de la descripción poética de un paisaje o de una situación: "Soplaba un viento lleno de tormenta que traía como una tristeza y de golpe trajo la lluvia" ("Las actas del juicio"). "En noviembre" el autor describe, también en primera persona, la travesía a nado desde la playa al buque medio hundido y la angustia del personaje al atravesar las corrientes y adentrarse hasta un camarote. Y en "El pianista", el más faulkneriano, descubriremos su capacidad para recrear un mundo próximo a la selva brasileña, junto a la figura de una evanescente figura femenina, un juez que enloquece y un pianista que acaba tocando The Lady Is a Tramp.

Piglia ha desplegado un amplio abanico de recursos de la mejor literatura. Este renovado primer libro no debe entenderse como aprendizaje, sino, tal y como lo ha publicado, otra de sus obras maestras. En el panorama hispanoamericano, Piglia resulta ya imprescindible.