Image: Emma Bovary y las ilusiones perdidas

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Letras

Emma Bovary y las ilusiones perdidas

12 abril, 2007 02:00

Ilustración de Grau Santos

En 1849, un exultante Flaubert se preparaba para leer a sus amigos Maxime Du Camp y Louis Bouilhet su nueva obra, La tentación de San Antonio. Me viene a la cabeza el episodio de una de las grandes ficciones del siglo XX: en un pasaje del Aleph borgiano, el fatuo escribidor Carlos Argentino Daneri, reclamaba admiración y aplausos para su laborioso poema. Con orgullosa satisfacción, Flaubert blandía en el aire su manuscrito: "Si no gritáis, ello significará que ya nada os puede impresionar". Cuatro días más tarde, después de una agotadora lectura trufada de lirismo recargado, Flaubert recibe el veredicto de sus amigos. Sin piedad, le aconsejan que tire el manuscrito al fuego. Para curarle de la pomposidad le proponen trabajar en un argumento realista, a la manera de Balzac, y extraer su inspiración a partir de un suceso verídico.

La genealogía de Emma Bovary entronca con un escándalo de aquellos días. Un alumno de medicina del padre de Flaubert, Eugène Delamare, tras enviudar de una mujer mucho mayor que él, se casó en segundas nupcias con Delphine Couturier. Instalados en Ry, la joven esposa cayó en los brazos de un conquistador, y más tarde fue seducida por un pasante de notaría. Contrajo deudas, y murió a los 27 años, en extrañas circunstancias, dejando una hija. He aquí a la Emma flaubertiana. Pero como la genética de las novelas suele ser laberíntica y plural, sabemos también que para su Bovary, Flaubert sustrajo ideas de Las memorias de madame Ludovica, redactadas por Louise D’Arcet, amante de Flaubert y casada con el escultor James Pradier, a quién engañó y arruinó. Según Vargas Llosa, en su estudio La orgía perpetua, "las historias de Delphine y de Ludovica se atrajeron y se mezclaron porque tenían un elemento afín: la derrota de una mujer a quien el deseo de vivir por encima de los condicionamientos que su situación le impone lleva primero al adulterio y luego al desastre".

Por aquí nos acercamos al más profundo significado de Madame Bovary. La novela de Flaubert refleja la atmósfera deprimente del mal du siècle y designa el hastío de la mujer malcasada del XIX. Ya en Pasión y Virtud, Flaubert abordó el caso de una envenenadora que asesinó a su marido para fugarse con su amante. Los propios amores frustrados de Flaubert con Eulalie Foucauld y con élise Schlénsinger, que inspirarían Memorias de un loco y La educación sentimental, prefiguran ésta temática.

El escritor de Croiset comparte tedio existencial con Bovary. Flaubert describirá así al héroe de la Educación sentimental: "Su vida, hasta ese momento había sido vulgar y uniforme, encerrada dentro de límites precisos, cuando él se creía nacido para una existencia de más altos vuelos". Emma se alimentará en adelante de sueños imposibles. "¡No poder ella asomarse a la balaustrada de un chalet suizo o cobijar su melancolía en un cottage escocés, junto a un marido vestido de frac de terciopelo negro con largos faldones, [...] y puños en las bocamangas!". El "bovarismo", más que la fiebre de la infidelidad, es una ceguera de la realidad, una insatisfacción del presente. Las Bovary, en palabras de Bravo Castillo, se sienten designadas a metas más altas.

Cuando imaginamos hoy a una Bovary la vemos sofocada y paralizada por sueños demasiado grandes. Emma está atada a un marido que no cumple sus anhelos. La Bovary del siglo XXI es libre para dejar atrás un matrimonio frustrante o tiránico, pero su mal no le dará sosiego junto a ningún hombre. Todo será poco para las aquejadas de Bovarismo, creerán siempre que la vida está en otra parte.

¿Dónde residirá el parecido entre estas mujeres hastiadas del siglo XXI y la infortunada Bovary? No en el adulterio, pues el divorcio contemporáneo solucionaría algunos de los dilemas de Emma. Encontraríamos la semejanza en la falta de autoconciencia, en la incapacidad de verse a sí mismas, en la apatía para transformarse y tomar las riendas.

Si Emma leía novelas de amoríos exóticos como Pablo y Virginia de Saint Pierre o historias románticas de Walter Scott, imaginando jinetes con penachos blancos, la Bovary actual leerá preferiblemente malas novelas rosa, donde todavía existen galanes ricos y famosos que salvan a las mujeres débiles. Emma naufragó en los espejismos del romanticismo, y nuestra Bovary del XXI caerá en los brazos de engatusadores con buenas fachadas y pobres interiores. Le faltará inteligencia para reflexionar sobre sus desastres, será una consumista compulsiva y será pasto del mercado de las apariencias.

Aunque las Emmas de carne y hueso del siglo XXI hay que buscarlas lejos de las sociedades democráticas, allí donde todavía las mujeres viven encerradas con hombres a los que no aman, allí donde se castiga con la muerte una supuesta traición. En esas prisiones, el bovarismo recobra su sentido original como huida de lo real y sueño imposible de libertad.