Image: Vida de Samuel Johnson

Image: Vida de Samuel Johnson

Letras

Vida de Samuel Johnson

James Boswell

24 mayo, 2007 02:00

Samuel Johnson, retratado por su amigo, el pintor Joseph Reynolds, en 1775

Ed. y trad. M. Martínez-Lage. Acantilado. Barcelona, 2007. 1980 páginas. 58 euros

Imposible hablar de Samuel Johnson (1709-1784), el crítico inglés por excelencia, omitiendo a su biógrafo e íntimo amigo James Boswell (1740-1795). Forman una pareja histórica, inseparable. Su relación, que constituye la base del libro, debe entenderse dentro de las maneras de trato de su época. La relación interpersonal desconocía entonces las seducciones derivadas de la inteligencia emocional actualmente de moda. En el XVIII, el trato resultaba más comedido y cerebral, la verdadera inteligencia humana se caracterizaba por su capacidad para relativizar la circunstancia humana. ¿Cómo si no Boswell, escocés de pura cepa, nacido en Edimburgo, hubiera sido capaz de aguantar una vida entera las burlas de Johnson sobre el carácter de sus paisanos? Y de ahí proviene el encanto del volumen, Boswell relata la vida de Johnson sin dejarse llevar por la emoción, contenida por el deseo de representar a su sujeto con objetividad. El hombre aquí vale por lo que es, no por los sentimientos que despierta.

Los genios tipo Johnson -Harold Bloom lo incluye en su exclusiva lista de talentos excelsos- o Quevedo compensan su capacidad para interpretar los asuntos humanos con diversas fobias irracionales. Igual que don Francisco es recordado por sus dichos, de Johnson conservamos también un amplio repertorio de agudezas. La fama literaria, sin embargo, descansa sobre una obra en verdad prodigiosa.

Boswell conoció a Johnson en Londres en 1763, y desde entonces guardó minuciosas notas de cuanto escuchaba al sabio y a sus amigos. Posteriormente, mientras redactaba la biografía buscará documentos que confirmasen los datos. La fortuna quiso que el texto final (1791) preservara tanto lo pintoresco del personaje como lo sustancial, el ambiente intelectual de su entorno. Las historias literarias canonizan a Samuel Johnson nombrándole padre de la crítica inglesa, pero yo prefiero quedarme con la imagen bosquejada por Boswell, la de un hombre de letras completo. El afamado crítico fue además un conocido periodista, un espléndido ensayista, un lexicógrafo pionero, editor, novelista, poeta satírico y autor de teatro.

Johnson recibió una esmerada educación clásica (latín, griego, teo-logía, retórica) en la universidad de Oxford, aunque tuvo que abandonar las aulas al cabo de dos años por falta de dinero. Intentó ser maestro, fundando una academia, a la que sólo asistieron tres alumnos; uno de ellos, David Garrick, sería con el tiempo un buen amigo y un actor famoso. Se casó con una viuda veinte años mayor, Elizabeth Potter. Físicamente resultó siempre un tipo peculiar, feo y con diversos tics nerviosos. Movía las piernas inesperadamente, se distraía con facilidad, y, al igual que Boswell, padecía de melancolía, lo que hoy denominamos depresiones. La primera vez que el joven escocés visitó en su casa al maestro (24-05-1763) llevaba éste una peluca demasiado pequeña y mal empolvada, los tirantes caídos y caminaba arrastrando los zapatos sin atar como si fueran pantuflas.

De entre sus obras, dos destacan por el alcance y por el eco que han dejado: el Diccionario de la Lengua Inglesa (1755) y Las obras teatrales de William Shakespeare (1765). Un día, desayunando con un editor, se comprometió Johnson a redactar un diccionario de la lengua inglesa, cuando aún no existía ninguno fiable, a hacerlo en tres años y por una modesta cantidad. Le ocupó ocho años y necesitó la ayuda de varios copistas para finalizar tan extraordinario empeño: más de cuarenta mil palabras quedan allí definidas. él se sentía orgulloso porque en otros países, Francia en concreto, se necesitó una pléyade de académicos para realizar un proyecto de semejante envergadura. La edición de las obras de Shakespeare supone un paradigma, un ejemplo, para la filología inglesa de todos los tiempos, y su "Prefacio" estableció un criterio estético para entender la grandeza literaria del inmortal dramaturgo.

Argumentó en esas páginas que los dramas de Shakespeare expresan la verdad natural, la derivada de la observación de lo permanente en el mundo, a diferencia de las verdades dependientes del momento o de las circunstancias del carácter personal. Estas ideas resultaban afines a las de críticos precedentes, como su admirado Alexander Pope, la novedad residía en el hecho de que no apelaba a las autoridades para justificar sus juicios, sino que establecía el valor estético de una obra iluminándola con abundantes referencias, ejemplos, es decir, enmarcando la obra, y sopesando el efecto que producía en el espectador o en la audiencia lectora. Y, como buen hombre de su tiempo, sin trasgredir las fronteras establecidas por la moral. Su trasfondo religioso y de político conservador asoma de continuo en su pensamiento. El criterio editorial seguido y las notas textuales merecen todavía la estima de los eruditos.

Además de tan monumentales obras, conservamos varias otras. Boswell da también buena cuenta de su confección, de los ensayos de The Rambler (1750-52), o de Rasselas (1759), una novela romance de tipo moral, inspirada en Candide de Voltaire, con la que comparte tema: en el mundo predomina el mal sobre el bien. Diferentes en que el francés niega cualquier intervención de la providencia en el destino humano, mientras Johnson, más pragmático, propone dejar de lado los aspectos insatisfactorios del mundo sin fijarse en lo eterno.

Otro aspecto significativo en el perfil de Johnson proviene de su pertenencia a "El club literario", que fundó (1764) junto con Sir Josua Reynolds, el afamado retratista inglés. Permitía que la elite de la intelectualidad londinense se reuniese cada quince días en una tertulia, contando con personas del calibre de Oliver Goldsmith, dramaturgo y famoso novelista (El vicario de Wakefield), de Edmund Burke, escritor político y hombre de Estado, el actor Garrick, el propio Baswell, junto con numerosas eminencias de la época. Johnson y Reynolds, el pintor de moda en Londres, un hombre lleno de humor y encanto, comandaban la tertulia. Por estas fechas, la autoridad intelectual del primero alcanzó su cénit y se convirtió en Dr. Johnson, gracias a que la universidad Oxford y el Trinity College irlandés le concedieron el título académico de forma honoraria.

James Boswell fue un hombre singular. Su amigo Goldsmith y él fueron predecesores de los actuales estudiantes Erasmus (el primero estudió medicina en la universidad de Leiden, mientras Boswell pasó un año en la de Utrecht, donde haría muy buenas amistades, con la gran escritora holandesa Belle van Zuylen). Recuerdo, para terminar, el libro de J.P. Eckermann, quien en sus Conversaciones con Goethe (1835), dejó un testimonio parecido al de Boswell del genio alemán. Suponen dos piezas claves de la vida europea, por ello la época 1750-1850 bien podría denominarse el siglo de Johnson y Goethe, cuando la literatura empezó a contar con un lector, con un intérprete.