Image: Quevedo emerge entre las ruinas del tiempo

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Letras

Quevedo emerge entre las ruinas del tiempo

El legado familiar de Quevedo

3 enero, 2008 01:00

Retrato desconocido de Quevedo. Propiedad de los herederos. Procede de la Casa Ducal de Medinasidonia

Quevedo emerge entre las ruinas del tiempo, un Quevedo histórico y privado, del que se sabía poco o del que se suele inventar casi todo. Lo que acaba de salir a luz pública, porque una fundación lo ha adquirido, es el conjunto de papeles que el escritor guardaba para hacer valer su identidad, como descendiente de casa solariega, como señor de La Torre de Juan Abad, como secretario real, etc., es decir, lo que hoy llamaríamos un archivo personal. Los espacios de la intimidad del escritor son los que más se han resistido a la indagación y, con bastante probabilidad, los que habrán quedado definitivamente oscurecidos por el peso de cuatro siglos. La documentación conservada permitirá asomarnos a algunos de los rincones de su biografía.

Creo que junto a mi antigua discípula Mercedes Sánchez, hoy experta quevedista, soy el único investigador que ha tenido ocasión de consultarlos antes, gracias a la generosidad de sus dueños. Apresurémonos a decir que no hay entre esos papeles hallazgos literarios espectaculares: ni un texto desconocido de El Buscón, ni una versión más de los Sueños, ni siquiera cartas; pero sí que nos van a suministrar un minero de noticias diversas que, bien analizadas, permitirán trazar el perfil biográfico e histórico de Quevedo con más precisión, con más rigor.

Sin embargo y para consuelo del que tuviera expectativas mayores, añadiremos que los datos que nos suministren y que si inserten en la azarosa biografía de don Francisco -mucho más atractiva la real que la inventada- irán, poco a poco, iluminando también la faceta creadora, escribiendo el pie de página de algún romance, refiriendo las circunstancia de una carta, ilustrando sus viajes desde Madrid a La Torre, explicándonos de dónde sacaba el dinero para su vida cómoda en la Corte, situándonos cabalmente en su actitud de "señor" que rige el señorío y nombra alcaldes, pasa facturas por la utilización de las dehesas, recibe los frutos, controla el molino y el horno del lugar, establece los modos y maneras de la vida pública o se escabulle cuando las órdenes reales o comarcales le exigen tributos y obligaciones de noble terrateniente. Ya no se podrán leer muchos de sus textos como creaciones teóricas o inocentes: el vasallaje, la vida rural, los viajes por los caminos, el respeto hacia las jerarquías sociales, los deberes para con la hacienda real, las mofas hacia el estamento eclesíastico... temas, motivos, personajes que se trazaron desde vivencias también, no solo como observación lejana del cortesano pedantón que muchas veces fue. El aficionado a Quevedo podrá releer ahora como crónica con ilustraciones algunos de sus más célebres romances, como el que narra su itinerario de Madrid a su lugar, que termina, al referirse a La Torre de de Juan Abad: "Aquí cobro enfermedades, / que no rentas ni tributos, / ... y, sin dinero y sin gusto, / vuelvo triste y enlutado, / como misa de difuntos". O la espléndida descripción de las torres de Joray, ruinas de una fortaleza cercana: "Sobre el alcázar en pena, / un balöarte desnudo / mortaja pide a las yerbas, / al cerro pide sepulcro...", descripción muy quevedesca que ensarta, entre carcajadas, imágenes de muerte, ruina y abandono. Allí, en aquel rincón, "entre andaluz y manchego" Quevedo meditó sobre el desmoronamiento de España, sobre todo a partir de 1644, cuando volvió de la prisión de San Marcos. Otros muchos detalles de su vida cotidiana se realzan al considerar el contenido de tanto legajo: su afición hacia la caza, los intentos de cultivar un huerto, el remedo de registros rurales, la puntillosa descripción de flores y verduras, la soledad intelectual que solo se podía alimentar de libros. Para Quevedo, como para Descartes por las mismas fechas (1637), leer es "conversar con los difuntos". ¿Qué otra pasión podría cultivar durante los largos inviernos en La Torre? Al final de sus días pidió que le llevaran a Villanueva de los Infantes, que tenía "botica" y en cuyo convento de dominicos encontraba -"los frailes me dan conversación"- quien pudiera conversar con él, vecino de la muerte, casi difunto.

Los detalles son muchos, algunos totalmente desconocidos, como las rentas eclesiásticas de las que se beneficiaba, en lugares conquenses, o en Villarejo. Los documentos de gran valor también estan presentes, como el inventario de sus bienes a poco de morir (1645). Los que confirman o matizan aspectos vagos de su biografía resultan los más abundantes, particularmente la masa documental de sus antepasados y descendientes en la Montaña, en el Valle del Pas, que se prolonga hasta el s. XIX, y que termina, como pude averiguar, en Salamanca hacia los años cincuenta del siglo pasado y en Madrid ahora. Ahí está también la documentación sobre sus casas madrileñas, incluyendo la de la calle de la Madera, que fue de su hermana. Y cuentas, cuentas, cuentas... en las que asoma, muy de vez en cuando, la letra grande, nerviosa y bien formada del escritor apostillando algún papel. Y muchas ausencias, lo que también configura su biografía, entre todas ellas, quizá, la más llamativa: sigue estando ausente la figura femenina. Contraste casi brutal con el derroche de pasión que tantas veces construye sus mejores poemas amorosos.

Y es que la biografia de Quevedo -como la de todos-, compleja, contradicha, variable, siempre se nos difuminará en la lejanía del tiempo. Queda su obra.