Image: Cortejo de Sombras

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Letras

Cortejo de Sombras

Julián Ríos

28 febrero, 2008 01:00

Julián Ríos. FOTO: Amaya Aznar

Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2008. 161 páginas, 17’50 euros

La publicación de Cortejo de sombras, cuarenta años después de su redacción, viene a contradecir dos de los rasgos que mejor definen la literatura mentida de nuestra transmodernidad: la desliteraturización y la fugacidad. Lo primero impone la cómoda exigencia de adelgazar al máximo lo que la escritura narrativa pueda tener de creación verbal, en el supuesto de que la historia que se cuenta podría volverse un tanto opaca para los lectores si las palabras utilizadas, lejos de ser transparentes, lograran captar un mínimo de atención. Lenguaje fungible, fingida literatura de usar y tirar, muy lejos de la esencialidad que prometería, quizá, una cierta pervivencia en el tiempo. Por el contrario, Julián Ríos al releer en noviembre de 2007 el libro que ya estaba listo en 1968 decide darlo a la imprenta por primera vez, reconociéndose en sus páginas que son, en todo caso, inmediatamente anteriores a las de la obra que lo dio a conocer en la palestra de la novela española contemporánea y que lo marcó como un escritor singular e inconfundible.

De comienzos de los 70 datan las primeras entregas de lo que en 1983 se publicará bajo el título de Larva. Babel de una noche de San Juan, muy pronto seguido por Poundemonium. Desde entonces el autor, alejado ya de España, pasa a formar parte de un limbo cosmopolita que lo mantiene al margen de nuestra vida literaria. Su work in progress demoradamente escrita y parsimoniosamente comunicada se encasilla enseguida bajo el estandarte de una metaliteratura resabiada que, en la estela de un Joyce o un Pound, renuncia a contar historias para engolfarse en un discurso lúdico que tiene como protagonista casi exclusivo al lenguaje, recreado con toda la fecundidad promiscua propia del comercio entre las lenguas. Es de suponer que la acreditada lucidez del escritor le hacía plenamente consciente de los riesgos que tal elección comportaba, el primero de ellos, y no el más llevadero, el del epigonismo.

Autor de culto, reconocido así de modo generalizado y por iguales suyos como Octavio Paz, Carlos Fuentes o Luis Goytisolo, Ríos parecía condenado a arrastrar de por vida el sambenito de narrador verbal, cuando no verboso, incapaz de construir un mundo sólido, dotarlo de personajes recios y de captar la atención de sus lectores mediante recursos de mayor sustancia que no fuesen los emparejamientos léxicos, los retruécanos y los calambures.

Cortejo de sombras desmiente, retrospectivamente, semejantes atribuciones. El Julián Ríos ahora prologuista, que remeda al personaje de Larva, Milalias, afirmando "Yo soy el que es hoy", recuerda que varios de los nueve capítulos que componen este libro tuvieron vida propia como relatos independientes y como tales fueron premiados antes de la definitiva instalación del escritor en Londres, en los estertores del franquismo, pero reivindica para el conjunto que forman la condición de "novela coral sobre un pueblo y espacio imaginarios". No resulta difícil aceptar su propuesta, y no solo porque, por caso, dos de estos capítulos, "Cacería en julio" y "Dies Irae", que no son consecutivos en el libro, desarrollen sendos momentos de una misma historia, el paseo que acaba cobardemente con la vida del sastre de Tamoga, Celso Castillo, en 1936, y el de la venganza que treinta años más tarde hace justicia con uno de sus asesinos. Hay una profunda unidad entre todos estos relatos que dibujan un mosaico al que no sobra ni falta nada, pues al fin y al cabo todo texto literario es en sí mismo un esquema y la elipsis narrativa uno de los recursos más sugerentes en la pluma de los mejores narradores. Unidad que es a la vez estilística y compositiva, amén de la que por sí aporta la sustancia del contenido narrativo, que no es otra que la vida en Tamoga en el plazo temporal antes reseñado.

Cortejo de sombras ofrece el semblante más gratificante de la mejor literatura. Siendo narración, ostenta un tratamiento del estilo concorde con el que Coleridge reclamaba para la poesía: las mejores palabras en el orden mejor. En especial, destaca la justeza, la economía de medios y la potencialidad expresiva que convierten aquí las descripciones de personajes, y en menor medida de los espacios, en auténticas epifanías. No es menor el acierto con que se resuelven los diálogos, y la soltura con que se taracea la narración en primera, segunda y tercera persona. Esa feliz polifonía se compadece a la perfección con un pluriperspectivismo que suele dejar en suspenso la interpretación unívoca de lo acontecido en cada una de las historias. Hay, por lo demás, una hábil administración de la intriga que redunda en una narratividad pura, potenciada al máximo por la eficacia estilística. Contribuye a ello la pertinente manipulación de los tiempos, para que el desorden con que el discurso reproduce el tiempo de la historia contribuya a crear lugares de indeterminación y lagunas que el lector será quién deba descifrar.

Un reconocido teórico del análisis literario, Wolfgang Kayser, enfatizaba hace ya medio siglo las diferencias entre la "novela de espacio" y la "novela de personaje". Aparentemente, Cortejo de sombras destacaría como un cumplido ejemplo de esta última. Los más de sus capítulos se centran en una figura singular, magníficamente captada: el forastero Mortes, hombre gris pero misterioso, que con toda caballerosidad hace cierta la presunción de que si Tamoga es lugar difícilmente vivible, sin embargo "es mejor que ningún otro para venir a morir" o Palonzo, uno de "nuestros santos inocentes" según la voz narradora del relato que, desde aquellos años 60 de su escritura, nos hace avizorar ya, gracias a procedimientos de fusión léxica en la más pura tradición cervantina como gocespasmos, brincalegre, blancamarillez, o lloraullando, el Julián Ríos posterior empeñado en "desbaratar el llano castellano, descastarlo y desencastillarlo y sacarlo de sus Casillas, jaque! Mate!, para ensanchar y quijotiznar la mancha origenital", como leeremos en Larva. Novela de personajes, sin duda, rubro al que el propio autor parece no hacerle ascos en el prólogo, pero no menos lograda novela de un espacio centrado en una cenicienta ciudad ribereña muy cerca de la frontera por la que circulan libremente los portugueses. A este respecto, Ríos tampoco parece tener inconveniente en que se vislumbre en Tamoga a su Galicia natal. Paradójicamente, al eficacísimo descriptivismo de los personajes no acompaña una atención semejante al paisaje urbano y natural; y sin embargo, Tamoga se erige como un escenario de poderoso significado, como si sus habitantes configuraran con sus propios rasgos un escenario de desolación inconfundible.

En este sentido, cuando Ríos escribía aquel libro sólo ahora editado, un outsider como Benet daba a conocer tímidamente Volverás a Región en que también, aunque con prosa más prolija, se pinta otro reino de vacío existencial y moral. Ríos rehuye eficazmente todo costumbrismo, pero aprovecha con suma originalidad elementos temáticos y formales tan arraigados en la antropología literaria gallega como la saudade, la presencia viva de los muertos, o la magia y el misterio asimilados al tema de la emigración en una pieza admirable, "El río sin orillas". Momentos como éstos nos recuerdan los mejores relatos de Rafael Dieste, otro gallego en la estirpe del maestro Valle-Inclán a quien Juan Ramón tuvo el tino de definir como un escritor deslenguado, "el primer fablistán de España".

Puente de alma. Por Julián Ríos al completo.

La publicación de Cortejo de sombras representa para Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores la primera piedra de lo que podría denominarse "proyecto Julián Ríos" y que supone no sólo la recuperación, libre de erratas y errores, de su obra anterior, sino también la edición de sus libros futuros, tanto novelas como ensayos y libros de relatos. Así, en 2008 está previsto el lanzamiento de un volumen de ensayos titulado Quijote e Hijos, y la próxima primavera también verá la luz una nueva novela, que tiene el título provisional de Puente de alma, "que toma su nombre -según el propio Ríos- del famoso puente parisién". La idea de la editorial es publicar unos dos títulos por año.