Image: Epistolario inédito. Marañón, Ortega, Unamuno

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Letras

Epistolario inédito. Marañón, Ortega, Unamuno

Antonio López Vega

12 junio, 2008 02:00

Dibujo de Grau Santos

Espasa. Madrid, 2008. 308 páginas, 24 euros

Se ha dicho con frecuencia que el género epistolar es una modalidad poco cultivada entre los escritores españoles. Tal vez sea cierta, en líneas generales, la afirmación si contemplamos lo que sucede en literaturas como la francesa o la inglesa, pero acaso convendría matizar un tanto esta idea acerca de nuestra penuria si se tiene en cuenta que disponemos de extensos epistolarios pertenecientes a figuras como Lope de Vega o Quevedo -entre los clásicos- o de numerosos autores de los siglos XIX y XX, como don Juan Valera -muchas de cuyas cartas superan en interés y calidad literaria a buena parte de sus novelas-, Galdós, Unamuno, Ortega, Ciro Bayo, Sender, autores del 27 como Salinas, Guillén o Lorca y un amplio elenco que crece y se completa día a día, merced al interés de los estudiosos y al desinterés y generosidad de algunos herederos o poseedores de los derechos de autor. Es explicable esta atracción por los epistolarios. Junto a cartas sin interés, o puramente circunstanciales, las hay que descubren aspectos desconocidos del autor, o que recogen confesiones y datos acerca de sus obras que nos permiten acercarnos a ellas mejor pertrechados y con bases más seguras. Hay multitud de cartas de nuestros más destacados autores que aguardan, en archivos privados o públicos, al investigador que las reúna y las edite de modo adecuado. Porque no se trata únicamente de reproducir con fidelidad los textos. Es preciso anotarlos, situarlos convenientemente en el momento histórico y en la circunstancia biográfica del autor, aclarar las alusiones o referencias a hechos a veces minúsculos que tal vez en aquel momento tuvieron importancia para el epistológrafo y que el paso del tiempo ha oscurecido o borrado. A este planteamiento responde la compilación del presente epistolario.

El editor ha contado con diversos materiales que se hallan en las Fundaciones José Ortega y Gasset y Gregorio Marañón, de Madrid, así como en el riquísimo archivo que se custodia en la Casa Museo Unamuno, de Salamanca. Con todo ello, y apoyado en un nítido criterio historiográfico, Antonio López Vega organiza las cartas en cuatro apartados: de Marañón a Unamuno (con cartas que van desde 1921 a 1936), de Unamuno a Marañón (reducida a una sola carta -ya publicada, por otra parte- de 1933), de Ortega a Marañón (entre 1916 y 1949) y de Marañón a Ortega, desde 1920 a 1950. Todo esto revela que el núcleo esencial del conjunto son las cartas de Marañón y Ortega -de cuyas relaciones epistolares se habían ofrecido ya algunos anticipos en 2001, en estas mismas páginas de El Cultural-, y que Unamuno aparece tan sólo como receptor de las cartas de Marañón. Las relaciones, siempre amistosas y cordiales, muestran cierta evolución. Así, Marañón se acerca más a Unamuno en los primeros años -aunque mantendrá el intercambio epistolar hasta pocos meses antes de la muerte del rector de Salamanca-, mientras que la relación con Ortega es particularmente intensa y cercana durante los años de la Dictadura de Primo de Rivera y los comienzos de la Segunda República, cuando Marañón participa, junto con Pérez de Ayala, en la empresa orteguiana de la Agrupación al Servicio de la República, un curioso intento -bien estudiado por M. Márquez Padorno- de crear un grupo parlamentario de carácter netamente intelectual cuya navegación, como era de esperar, duró muy poco. Sobre la forja de la Agrupación hay datos, claro está, en las cartas entre Ortega y Marañón, porque uno de los aspectos más apreciables de este epistolario reside en las muestras continuas que contiene del interés de personalidades egregias por la situación actual de su país, y no sólo en aspectos políticos. En una etapa histórica como la nuestra, que tantos ejemplos ofrece de intelectuales silentes y domesticados -cuando no obsequiosos- ante los poderes públicos, es reconfortante leer cómo Marañón destaca en 1921 los artículos de Unamuno en una prensa complaciente y vacua, llena de "tantos horrores, tantas sandeces y tantas cobardías" (pág. 100), o cómo se hace eco de las intimidades de la Corte; así, en el caso de la historia de Manuel Pedrós (conocido burlescamente como Rasputínez), el magnetizador que prometía curar todas las dolencias y que llegó a tratar a la reina Victoria Eugenia, o en sus comentarios acres sobre el juego, "vicio desenfrenado contra el que no podrá nadie, porque el Jefe de la Nación [designado humorísticamente en otro lugar, con terminología teatral, "nuestro primer barba"] es también el número uno de los puntos" (pág. 94). La coincidencia de actitudes entre Unamuno, Marañón y Ortega ante la Dictadura de Primo de Rivera es notable, y cabe recordar que todos ellos sufrieron, de un modo u otro, sus rigores sus rigores: Unamuno, el confinamiento forzoso en la isla de Fuerteventura; Marañón, un encarcelamiento durante el verano de 1926; Ortega, acosado e irritado con la aprobación en 1928 del Estatuto Universitario, renunció a su cátedra, como Jiménez de Asúa, Fernando de los Ríos y otros notables profesores. No sorprenden, pues, los dicterios contra Primo y contra alguno de sus hombres fuertes, como Martínez Anido (que ya había recibido andanadas demoledoras de Unamuno en su Romancero del destierro). Hay asuntos sobre los que parece no haber pasado el tiempo: en 1925, por ejemplo, Marañón comenta que en algunas ciudades han aparecido calles dedicadas a ambos dirigentes, porque los promotores de tales iniciativas "no se toman el trabajo de pensar que hay que ser, ante todo, digno, digno y esos nombres, en una calle pública, deshonran a todo un pueblo" (pág. 117).

En cuanto a Ortega, se manifiesta abiertamente contrario a la pena de muerte y truena contra la justicia española, mal orientada y peor organizada: "Las pasiones caciquiles y aldeanas han dirigido los casos de la llamada justicia" (pag. 185). Un curioso episodio se refiere a la mediación de Marañón para hacer llegar a Ortega -como hizo en otros casos- la sugerencia de su posible ingreso en la Real Academia. La negativa de Ortega, en una carta fechada el 22 de mayo de 1935, contiene argumentos que parecen casi caricaturescos: "Mi obra, además de escasa y adventicia, es poco sólida y lo es muy especialmente en el orden literario e idiomático" (pag. 187). Es cierto que Ortega comenzaba entonces a verse angustiado por la cantidad de obras pendientes o planeadas que no veían la luz a causa de los numerosos compromisos de todo tipo contraídos por el autor, pero hablar de poca solidez "en el orden literario e idiomático" cuando incluso sus adversarios reconocían en público la brillantez creadora del prosista, daba la impresión de excusa humorística, y, en efecto, en una carta dirigida a Marañón y exhumada ahora por el editor, Baroja afirmaba que el pretexto orteguiano le parecía "absurdo", para añadir: "Todo el mundo le reconoce eso [su excelencia literaria] y el otro día el ABC aseguraba que era el primer escritor de España" (pag. 228). Baroja había leído su discurso de ingreso en la Academia pocos días antes. ¿Se sintió agraviado por la firme decisión de Ortega, que parecía menoscabar la fama de inaccesible y antisocial del escritor vasco?

También son ejemplares las discrepancias entre dos liberales como Ortega y Marañón sobre muchos asuntos, actitudes diferentes que, sin embargo, no menoscabaron la amistad ni el afecto entre ambos. "Discrepemos y seamos amigos juntamente" (p. 375), proclama Ortega en 1925. Y Marañón precisa en el mismo año que es necesario "diferenciar un antagonismo intelectual del antagonismo personal", y que la estimación "se hace, más que sobre la admiración rendida, sobre esta agitación que en las ideas propias suscitan las ideas de otro" (p. 251). Sus diferencias llegan hasta los ámbitos privados, donde las ideas de Ortega son más radicales, como cuando confiesa "mi falta de simpatía hacia la institución matrimonial, terrible petrefacto incrustado aún en nuestra civilización" (p. 212).

Este manojo de cartas, que merece una lectura detenida, se beneficia, además, de una anotación pulcra, donde sólo se echan de menos algunos datos de naturaleza literaria y de más algún despiste idiomático, como la afirmación de que Marañón, durante su exilio en París, "realizó sendos viajes a América" (pág. 60).

Los inéditos, en El Cultural

"Torpeza bárbara" de unos, "incapacidad cerril" de otros...

En abril de 2001 El Cultural ofrecía en primicia a sus lectores una muestra del abundante epistolario inédito que mantuvieron José Ortega y Gasset y Gregorio Marañón en plena Guerra Civil, entre 1937 y 1939. Salían a relucir en aquellas misivas las voces de unos intelectuales liberales y republicanos, pero no a cualquier precio. Firmes tanto en la condena de la deriva revolucionaria de la República como en su negativa a aceptar el dinero que Franco les ofrecía para atraerles a su causa, ambos partieron al exilio. Lamentaba entonces Marañón la "torpeza bárbara" de los unos y la "incapacidad cerril" de los otros.