Image: Obesos y famélicos. El impacto de la globalización en el sistema alimentario mundial

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Letras

Obesos y famélicos. El impacto de la globalización en el sistema alimentario mundial

Raj Patel

10 julio, 2008 02:00

Foto: Alberto Mendoza.

Traducción de Alejandro Manara. Los libros del Lince. Barcelona, 2008. 366 páginas, 29 euros

En el último año se ha producido inesperadamente una fuerte subida del precio de los alimentos que seguramente va a tardar en moderarse. La subida se debe a múltiples causas, entre las que cabe citar el consumo creciente de alimentos de origen animal en países como la China y la India, los movimientos especulativos que las políticas agrícolas y energéticas a ambos lados del Atlántico han suscitado y la decisión de desviar a la producción de biocarburantes una parte sustancial de la producción de grano. No se ponen de acuerdo las distintas fuentes institucionales e individuales respecto a la importancia relativa de los distintos factores, pero parece ya inevitable que el precio de los alimentos siga subiendo con el del petróleo según su equivalencia energética. Si escaso es el acuerdo respecto a las causas, todavía menor lo es respecto a las soluciones. En esta coyuntura en la que los diagnósticos son confusos y faltan propuestas de solución, es conveniente considerar todas las contribuciones que en principio vengan respaldadas por un mínimo de conocimiento del tema y avaladas por las credenciales apropiadas, independientemente del color ideológico que las impregne.

El libro que aquí nos ocupa es un buen exponente de lo que opinan los que se oponen a la globalización de una forma radical, y si se recomienda su lectura es porque representa una buena oportunidad para enterarnos de las razones de dicho movimiento expuestas bajo la mejor luz, ya que su autor, Raj Patel, un inglés de origen indio, tiene un bagaje académico que, en principio, debería asegurarnos una coherencia de la que carecen la mayoría de otros portavoces de su bando: Patel, que es licenciado en Oxford, maestro por el London School of Economics, doctor por la Universidad de Cornell y conferenciante en las universidades de Yale y California, ha conocido en su periodo formativo organizaciones clave, tales como el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio y las Naciones Unidas.

Empieza Patel subrayando que, como es bien sabido, a pesar de que se producen más alimentos que nunca en la historia de la humanidad, persiste la enorme lacra de 800 millones de hambrientos y, a renglón seguido, expone la interesante idea de que este problema y el del sobrepeso, que afecta ya a 1.000 millones de personas, son meros síntomas del mismo problema, hasta el punto de que el camino que podría conducirnos a erradicar el hambre en el mundo serviría de paso para prevenir la obesidad y los males que ésta lleva asociados. "Los obesos y los famélicos están vinculados entre sí por las cadenas de producción que llevan los alimentos desde el campo hasta nuestra mesa", escribe.

La obesidad surgió con el invento de la agricultura, sistema que, al permitir almacenar alimentos, dio paso a que unos pudieran comer más que otros y a que hubiera ricos y pobres. Patel señala que esto ha cambiado, ya que ahora tanto los obesos como los famélicos son pobres, y la dieta óptima está reservada para los ricos, conclusión que respalda con estudios estadísticos realizados principalmente en EEUU y en el Reno Unido. A continuación aboga por las dietas vegetarianas, basándose en que, además de ser más saludables, suponen una disminución de la presión sobre el sistema productivo, ya que se necesitan entre 3 y 8 calorías procedentes de vegetales para producir una caloría en forma de carne.

Hasta aquí, el discurso no es ni mucho menos descabellado, aunque requiere algunos matices. Así por ejemplo, urge decir que, aunque los 800 millones de hambrientos que existen en una población de más de 6.000 millones es una cifra en extremo frustrante, mucho más lo era la de 1.000 millones de hambrientos cuando los humanos no llegábamos a los 3.000 millones, así como que la carne procedente de pastos naturales no se produce a costa de productos vegetales consumibles como alimento humano. La esperanza de vida ha venido aumentando consistentemente desde que se empezó a registrar este tipo de datos, por lo que la versión catastrófica de presenta Patel respecto a los alimentos convencionales, llenos de venenos e inconvenientes, es insoste-
nible. Tenemos los alimentos más sanos y baratos que hemos tenido en toda nuestra historia y los inconvenientes vienen de un consumo excesivo y sesgado, no de una mala calidad. Si, por primera vez en nuestra historia, la esperanza de vida pudiera empezar a decrecer, lo haría a causa del incremento rápido de la proporción de obesos. Antes del reciente repunte, el precio de los alimentos se había reducido a la cuarta parte; en EEUU, el gasto familiar en alimentos, expresado como fracción de los ingresos, se ha reducido a la mitad en el último medio siglo. Patel no sabe ver que se ha vestido al santo de los hambrientos, aunque de forma ineficaz, desnudando al de los obesos, y que este problema no tiene fácil solución.

Aunque Patel admite que no tiene propuestas salvadoras, en sus Conclusiones enumera una serie de medidas posibles, no todas ellas aceptables. Así por ejemplo, aboga por consumir alimentos de origen local como forma de ahorrar energía y de disponer de variedades vegetales que no soportan los largos viajes. El argumento del ahorro de energía ha sido desmontado en un estudio hecho en el Manchester Business Shool para el gobierno del Reino Unido. Por poner un ejemplo exagerado, se puede imitar el vino de Rioja en Edimburgo, con un alto coste económico y energético, pero es más económico y más compatible con el medio ambiente global si se produce en la Rioja y se envía por barco a Edimburgo. Además, si se suprimiera el comercio internacional de alimentos, qué comerían los japoneses y qué sería de los países menos favorecidos que necesitan exportar sus productos agrícolas.

Si han de comer tanto los que pasan hambre ahora como los que vengan después de nosotros, es imprescindible abogar por un sistema intensivo que conserve incólume el sistema de producción, objetivo definitorio de la llamada "agricultura de conservación", un método que propone el uso prudente de hasta el último avance técnico, ya que el reto es formidable. Evidentemente, el hambre no es sólo un problema técnico, pero es también un problema técnico. La mal llamada "agricultura ecológica", practicable en entornos privilegiados, no puede ser parte de la solución global, como propugna Patel, ya que requiere más suelo por tonelada de alimento producido, y el suelo laborable es absolutamente limitante a la hora de dar una respuesta global al reto planteado. Además, la disponibilidad de materia orgánica para abonar, como se establece en esta modalidad, no daría para producir más que una fracción de los alimentos requeridos.

Patel propone que modifiquemos nuestros gustos para adaptarnos a un régimen vegetariano. Difícilmente ocurrirá esto de un modo voluntario, pero no sería sorprendente que las circunstancias nos vayan empujando en el futuro hacia una dieta con una menor proporción de alimentos de origen animal. Sin embargo, es mucho más urgente que, por su propio bien, una buena parte de la humanidad empiece ya a consumir menor cantidad de todo tipo de alimentos. ¿Qué les parece, queridos lectores, si a partir de hoy todos reducimos el tamaño de nuestras raciones en un 20 %, sin dejar de consumir la rica variedad de nuestros alimentos habituales?

Las polémicas teorías de Raj Patel

"La soja se ha convertido en una enfermedad social"

A pesar de las apariencias, no todas las teorías de Raj Patel (Londres, 1972) suscitan entusiasmo entre los adictos a la comida sana. Así, en una reciente entrevista aparecida en "Democracy Now", explica cómo la soja, "rica en proteínas y adecuada para la tierra" se ha convertido en una enfermedad social "debido a la manera en que la hacemos crecer por medio de la agricultura y el monocultivo industrial. La soja se encuentra ahora en alimentos procesados en las estanterias de los supermercados y en casi todo lo que la industria de comida rápida nos provee. Pero el problema es que mucha de la soja que se cosecha en el mundo viene de Brasil. Y esas plantaciones han estado invadiendo los campos brasileños y también la selva. Y peor aún, Brasil abriga, de acuerdo a la Organización Internacional del Trabajo, a 50.000 esclavos, esclavos que trabajan en plantaciones de soja, quienes también en su mayoría trabajan en plantaciones de biocombustibles y plantaciones de caña de azúcar [...] Por eso es un símbolo de nuestros errores en la manera en que producimos los alimentos".