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Letras

Editores. Debate: 10 años cargados de futuro

13 noviembre, 2008 01:00

Delante, Jaume Vallcorba (Acantilado) y Sigrid Kraus (Salamandra). Detrás, Sergio Gaspar (DVD), Gonzalo Pontón (Crítica), Beatriz de Moura (Tusquets) y Jorge Herralde (Anagrama). Fotografía de Santi Cogolludo

10 años de El Cultural

¿Cómo ha cambiado la edición en esta década? ¿Qué nuevos problemas han surgido en la era de internet? ¿Nuestros editores son esclavos del mercado, o quienes mueven sus hilos? ¿Venden lo que editan o editan lo que se vende? El Cultural toma el pulso a una década de la industria del libro con la complicidad de editores veteranos como Jorge Herralde, Beatriz de Moura, Gonzalo Pontón, Amaya Elezcano, Manuel Borrás, Jaume Vallcorba, Ymelda Navajo, Valeria Ciompi y Sigrid Kraus, y otros cuyos sellos han nacido o crecido estos años, como Pote Huerta, Sergio Gaspar y Ofelia Grande.

Tal vez, como reza el tango, veinte años no sean nada, pero la última década ha resultado decisiva para la edición por las grandes transformaciones sufridas por el sector. ¿La más trascendente? Sin duda alguna "la revolución digital" (Ymelda Navajo, La Esfera), es decir, "la aparición y desarrollo de nuevas tecnologías que han cambiado radicalmente muchos de los procesos en nuestro sector desde la producción a la comercialización", en palabras de Ofelia Grande (Siruela), con quien coinciden Pote Huerta (Lengua de Trapo), Manuel Borrás (Pre-Textos) y Sigrid Kraus (Salamandra) .

Banalización de la cultura
Otros, como Jorge Herralde (Anagrama), lamentan "la progresiva banalización de la cultura. Pero también resulta muy determinante la activa resistencia contra ella por parte de determinadas librerías y editoriales". O que "el libro se considera hoy no sólo un bien cultural sino también de consumo, a cuyo servicio se despliegan todo tipo de estrategias de marketing, comunicación y comerciales" (Amaya Elezcano, Alfaguara), así como "la paulatina desaparición de las librerías de barrio. La atención cada vez menor que los periódicos dedican a los libros" (Jaume Vallcorba, Acantilado).

Incluso hay quien niega la mayor, como Gonzalo Pontón (Crítica), para quien "la estructura de la edición española sigue siendo, básicamente, la misma de hace 40 años. Se han incrementado los puntos de venta de libros (no digo las librerías), un márketing línea detergente ha nuclearizado el impulso consumista en una sociedad que se ha creído opulenta, y poco más", mientras denuncia "la pérdida de peso relativo de la industria del libro frente a otras: por ejemplo, en 2007 el monto de toda la actividad editorial española ha llegado sólo al 17 % del monto de toda la industria del fornicio, cuando, en tiempos, era la mitad".

En la misma línea, Sergio Gaspar (DVD), destaca un elemento que se resiste a transformarse: "La facturación por el comercio interior del libro, a precios constantes, no ha aumentado en estos años, pese a tratarse de una década de gran crecimiento económico. La cifra de títulos vendidos tampoco ha crecido". "El otro gran asunto -apunta Ymelda Navajo- es la concentración empresarial, tanto en el terreno editorial como en el de la distribución, que hace muy complicada la supervivencia de los pequeños y medianos editores". Y Valeria Ciompi (Alianza) añade más factores de cambio: "El número de títulos publicados y su escasa permanencia en los puntos de venta, la transformación de los hábitos de compra de libros y de lectura entre los más jóvenes, la pérdida del valor social de la lectura (¿de la cultura?) y el libro como objeto de consumo, entre otros hechos no desdeñables como la concentración en grandes grupos junto con la aparición de multitud de pequeños editores independientes…"
¿Conclusiones? Que "no es posible destacar uno por encima de los demás. El conjunto de esos cambios -y sus consecuencias a corto y medio plazo- es lo que ha desencadenado esa revolución en la que todavía estamos sumergidos." (Beatriz de Moura, Tusquets).

Una revolución que se enfrenta a problemas tan graves -prosigue De Moura-, como "la concentración editorial, que ha provocado otras concentraciones como la de la estructura librera y de distribución, trastocando toda la antigua red que tramitaba la vida de un libro desde la editorial hasta el lector; el aumento desproporcionado, con respecto a la capacidad lectora del país, de la cantidad de novedades; a mayor cantidad, menor calidad y exigencia del producto; el desorden en el mercado del libro en el que se lee mucho más de menos libros y mucho menos de más libros; la desaparición en los medios especializados de secciones serias y orientativas de crítica literaria con el pretexto de que nadie las lee. Y no es todo... Este caos explica por qué la crisis en la industria editorial fue desde hace mucho tiempo premonitoria de la que ahora asola todos los demás sectores financieros y productivos".

Literatura infantil para adultos
Herralde comparte el diagnóstico: "Son bien conocidos los problemas causados por la concentración (el peligro del exceso de poder en cualquier ámbito), los cuellos de botella de la distribución, la polarización de las ventas en torno a libros de escaso o nulo valor cultural ("literatura infantil para adultos" en feliz expresión de V. Verdú)".

Sin embargo, para Sergio Gaspar, el mayor peligro es que "no aumentan significativamente ni los lectores ni los compradores de libros, y que la estrategia de facturar por best-sellers no resuelve la situación, sólo la alivia. Hay que apostar por la calidad". Por su parte, Ciompi lamenta "la concentración en muy pocos títulos y el descenso de las ventas medias que atenta contra la viabilidad de la diversidad editorial, menos en el caso de empresas pequeñas y con pocas cargas económicas. La crisis de la librería tradicional que dificulta la conexión con los lectores; la escasez de plataformas de difusión del libro, suplida a veces por Internet; la pérdida de protagonismo de la lectura y de los libros en el sistema educativo, la confusión entre ‘producto de consumo’ y ‘bien cultural’, todo ello contribuye a enturbiar el panorama".

Un panorama al que no contribuye "que no se haya invertido más para mejorar la educación básica, con lo cual se ha perdido la gran oportunidad de crear ciudadanos más cultos, más independientes en sus opiniones, más creativos, más solidarios y por supues-
to más lectores...", explica S. Kraus.

Educación, y menos subvención
A pesar de todo, y a diferencia de otros sectores de la industria cultural, la edición no sólo no cree en las subvenciones estatales o autonómicas como panacea de sus males, sino que rechaza la burocracia (Beatriz de Moura), porque, como asegura Ofelia Grande, aunque son bienvenidas "no deberían nunca constituir la base económica de una empresa editorial" y sí pasar "por dos lugares muy concretos: por un lado una mayor dotación de fondos editoriales para las bibliotecas públicas y escolares que, aunque mejorando, todavía están lejos de alcanzar los estándares de otros países de nuestro entorno y por otro lado por más y mejores campañas de fomento de la lectura entre niños y jóvenes que son en definitiva nuestros futuros lectores". Pote Huerta,Gonzalo Pontón, Jaume Vallcorba, Pote Huerta, Sergio Gaspar también ponen el acento en la educación, el fomento de la lectura y la ayuda a las bibliotecas y Amaya Elezcano apunta que es necesaria una buena campaña de apoyo y fomento a la lectura, "empezando por las escuelas, ya que las que se han hecho hasta ahora han sido más efectistas que efectivas".

También sería preciso lograr el Iva cero para los libros (Ymelda Navajo); mantener "el precio fijo, y más ayudas para las librerías independientes pequeñas y medianas" (Sigrid Kraus); apoyar, insiste Ciompi, "a las librerías independientes, como elemento difusor de la diversidad editorial me parece esencial. Y la defensa y creación de plataformas de información de los libros. ¿Es que nadie es consciente de que un país que lee está mejor pertrechado para afrontar la complejidad del mundo que nos rodea?". Manuel Borrás pediría que las instituciones "afiancen las estructuras de su competencia ya existentes según criterios de calidad, de forma que permitan el disfrute y libre acceso, en igualdad de condiciones, tanto de los lectores como de los editores". Quizá por eso, Herralde, que confiesa no ser "experto en ayudas oficiales", puntualiza que "quizá se precise una actitud que crea seriamente en la cultura y busque la eficacia y no la foto o hacer currículum".

¿El mejor de los tiempos?
Estos diez años llenos de títulos, descubrimientos editoriales y frustraciones parecen haber sido para nuestros editores "el mejor de los tiempos". Así, Jaume Vallcorba habla de "un balance francamente extraordinario y optimista. Hemos crecido ininterrumpidamente de modo más que significativo"; Herralde afirma que el balance de esta década es "progresiva e impensablemente positivo" y Beatriz de Moura, que "fueron muy buenos. En todo caso, no podemos quejarnos pese a los esfuerzos para adaptarnos a marchas forzadas a los nuevos tiempos. Aún nos queda bastante por hacer. Pero los resultados han sido más bien muy positivos. Estamos contentos".

Por su parte, Ymelda Navajo celebra que "La Esfera es ya un sello maduro, con una clara personalidad en las áreas de historia, actualidad y psicología, que han sido nuestras señas de identidad a lo largo de nuestros siete años de vida. Creemos que en estas áreas nuestros lectores nos reconocen y nos valoran". Amaya Elezcano destaca que en esta década Alfaguara "ha publicado los mejores libros para el mayor número de lectores. Autores emblemáticos y nuevas apuestas de autores en lengua española y extranjera. Perseveramos en lo que creemos: la mejor literatura no es minoritaria". Un balance positivo que Manuel Borrás comparte pues "para nosotros la evolución ha sido ascendente en lo que a lectura respecta. Como pensamos que la literatura tiene una naturaleza lenta, creemos que las cosas se afianzan poco a poco. Nunca hemos tratado de avasallar al lector, algo que sin duda ha debido contribuir a que éste nos siga mirando con simpatía". La misma simpatía que muestra por los libros que publica Pontón, aunque sólo sea porque "con la misma tozudez que cuando se fundó, en estos diez últimos años Crítica ha seguido dando motivos a la gente para que lea, reflexione, piense por sí misma y se arremangue, porque, como ha dicho Eric Hobsbawm, ‘el mundo no cambiará por sí solo’". O por DVD, ya que "frente a un concepto que abunda de editorial meramente de traducciones de autores extranjeros, ha querido crear nueva literatura española, en narrativa y en poesía, y lo estamos consiguiendo", subraya Gaspar.

El optimismo, pues, es general y casi sin fisuras, desde Salamandra ("han sido unos años vertiginosos, muy positivos, de un crecimiento muy fuerte y un asentamiento de la editorial. Estamos muy satisfechos con nuestra trayectoria hasta el momento, especialmente por haber conseguido crear una marca reconocible para un público determinado") a Siruela ("el balance no puede ser más que ser positivo: en los últimos años hemos incrementado nuestra presencia entre crítica y lectores y hemos abierto nuevas colecciones que han sido bien recibidas. Aún así, nos queda mucho por hacer"). Las únicas sombras a tanta felicidad las descubre Pote Huerta porque, aunque Lengua de Trapo ha afianzado su valor de marca, "en la selva nunca acaban los peligros. Y una editorial siempre depende del éxito en su plan de novedades de cada ejercicio. Es previsible que la actual crisis merme la cifra global de ventas de todo el sector."

Al margen de tormentas
Finalmente, Valeria Ciompi asegura que, aunque "Alianza Editorial ha conseguido conservar su imagen de marca permaneciendo un poco al margen de las tormentas que han sacudido el mundo editorial, hemos acusado como todos la agresividad de las campañas de marketing que en algunos casos desvirtúan el valor del libro, por no hablar de los lanzamientos gratuitos o semi gratuitos de los periódicos, las promociones de quiosco, etc".

Las estadísticas aseguran que en España no se lee, o más bien que quienes leen lo hacen por esa otra mitad del país que no lo hace jamás... Nuestros editores parecen tener muy claro a quiénes se dirigen, con perfiles, todo hay que decirlo, intercambiables. Así, los lectores de Anagrama son "curiosos, inquietos, jóvenes (cronológicamente o de espíritu), aman la buena literatura, el ensayo imaginativo, el reportaje arriesgado. ". "Nuestros lectores -presume Borrás- son leales, gustosos, lectores a los que no se les puede dar gato por libre, que demandan calidad y, por qué no, novedad. Un lector exigente es el mejor acicate que podemos tener"; los de Crítica son "una minoría inteligente y sensible que quiere ser mejor y construir un mundo más humano" y los de DVD, "lectores cultos y jóvenes, que exigen literatura viva e inteligente".

Perfil del lector soñado
"A mí -subraya Sigrid Kraus- me parece fascinante pensar que exista un ‘lector Salamandra’, pero he encontrado a gente que se define como tal. Me lo imagino como alguien que quiera leer libros de calidad. El perfil de nuestros lectores debe de haber cambiado con la incorporación de lectores jóvenes, lo cual es una gran satisfacción". La Esfera, en cambio, " se dirige a un lector maduro que aprecia el valor del libro bien hecho. Para ello ponemos mucho énfasis en todos los aspectos de la edición, cuidamos cada detalle: el proceso de edición, la producción, el material gráfico, el papel…", dice Ymelda Navajo. En cambio, en Siruela creen que "cualquier lector que busca la calidad puede encontrar ‘su libro’ en nuestro catálogo", mientras Vallcorba lo imagina como "un lector que crea su biblioteca y que ama los libros. No ha cambiado nada desde el primer día. Tan sólo se ha ampliado su número".Finalmente, Beatriz de Moura apunta que "nunca se acaba de trazar un perfil definido del lector al que una editorial esencialmente literaria como Tusquets desea captar y, sobre todo, conservar. Tal vez sea el del lector informado que lee más de un libro al mes y que no ha perdido el hábito de visitar librerías y abrir cuenta en ellas. Un lector curioso, con ganas de incrementar sus conocimientos y afinar su percepción del mundo".

El mercado, así, sin rostro, parece ser el gran enemigo, pero ¿son nuestros editores sumisos, cómplices o rebeldes respecto a sus exigencias? ¿Venden lo que se edita, o editan lo que se vende? Para Jorge Herralde, la clave está en que "el segmento de los ‘lectores fuertes’ acoge con interés nuestros libros. Con relativa frecuencia alguno de nuestros autores literarios salta al gran público: Auster, Baricco, Méndez, por poner ejemplos recientes. Y en no pocos casos, les ha costado años pasar de autores de culto a muy exitosos. Y sin bajar el listón de la calidad". También De Moura confirma que, "para bien o para mal, nosotros siempre hemos vendido -o no- lo que hemos ido publicando". Como Ymelda Navajo ("El mercado es como la vida: hay que aceptarlo como es. De nada sirve la queja permanente. El mercado tiene muy claro lo que quiere y, si no conocemos sus reglas, tenemos un grave problema)". O como Amaya Elezcano ("En Alfaguara el mercado no nos condiciona. Nos acercamos a un equilibrio saludable y aspiramos a vender muy bien lo que editamos. Creemos en nuestros libros y buscamos transmitir nuestro entusiasmo".

Otros hablan, como Sergio Gaspar y Ofelia Grande, de dualidad: "DVD -explica el primero- es cómplice, porque no puedes sobrevivir de espaldas al mercado, pero rebelde, porque aspiro a transformarlo. DVD no se subordina a la inercia del mercado". Y Grande resalta cómo "no se puede (comercialmente hablando) ir siempre a contracorriente con libros que no llegan a los lectores. El sueño de cualquier editor es, sin duda, vender mucho, pero no de cualquier cosa sino de aquello que encaja con la línea de su editorial". A fin de cuentas, puntualiza Valeria Ciompi, "sería un suicidio no estar atentos a las tendencias. Intentamos que lo que editamos sea rentable, y que no traicione las señas de identidad de Alianza. Los buenos lectores necesitan confiar en una marca".

Y dicen más. Sigrid Kraus resalta que intentan no dejarse "impresionar en exceso por el mercado; una editorial como Salamandra aspira siempre a crear una tendencia, más que a seguir otra existente" y Vallcorba recuerda cómo, hace años, en una reunión internacional de editores, y ante la afirmación de un directivo de multinacional que afirmaba que sólo publicaba los libros que el público quería, "repuse que yo editaba aquéllos que el público aún no sabía que quería".

Viaje al futuro
Si estos últimos 10 años han revolucionado el concepto mismo de edición, si Google ha llegado a acuerdos con las principales bibliotecas del mundo para difundir sus fondos en la red, ¿qué nos espera en la década venidera?

Herralde se niega a disfrazarse de profeta "en esta época de mutaciones aceleradísimas", aunque confía "en que el libro en el llamado formato papel (tan querido por muchos y desde luego por mí) persistirá durante décadas en coexistencia más o menos complicada con otros formatos". De Moura cree que "dentro de 10 años todavía podría ser sólo tal como lo conocemos. Dentro de 25, en cambio, creo que, además de ser tal como lo conocemos, se presentará también en otros soportes que ahora sólo asoman como interesantes posibilidades". También Manuel Borrás confía en que "el libro persistirá en su formato actual. E imagino el futuro con mucho optimismo, es decir, que prevalecerán los que apuesten de manera inequívoca por la literatura de verdad". La misma opinión comparten Ymelda Navajo ("Yo creo que en diez años más seguirá existiendo el libro tal como lo conocemos hoy, pero convivirá con el nuevo soporte digital. Para afianzar la supervivencia del papel habrá que mejorar cada vez más la manera de editar"); Elezcano ("Siempre habrá lectores para el libro tal y como lo conocemos hoy"); Grande ("el libro tal y como lo conocemos hoy estará ahí pero conviviendo saludablemente con otras formas de libro (o de lectura)" y Vallcorba.

Más apocalíptico que integrado, Sergio Gaspar, en cambio, apuesta por "el texto digital, que en múltiples variantes, ganará protagonismo. La calidad y la especialización en contenidos resultarán decisivos. Si la juventud no se incorpora con claridad a la lectura -electrónica o en papel-, la industria editorial irá agonizando hasta casi desaparecer". Y Valeria Ciompi subraya que aunque "el libro es un artefacto amable y casi perfecto, también es cierto que las nuevas generaciones son cada vez más ajenas al objeto libro y se mueven con innegable soltura en medio de mandos y pantallas". Con todo, hay quien, como Pote Huerta profetiza que en 10 años "predominarán las ediciones baratas de bolsillo y por otro lado el libro exquisitamente publicado. La conclusión sería poner el énfasis en el papel como valor, pero es obvio que las ediciones electrónicas habrán alcanzado un volumen de mercado muy amplio". La respuesta, dentro de otros 10 años...

10 consejos para editores novatos

1. Saber a ciencia cierta qué es ser editor (Beatriz de Moura).

2. Aprender desde dentro de una editorial todos los procesos que no se ven a simple vista. La edición es un oficio y quien no conozca sus secretos se verá abocado a fracasar (Ymelda Navajo).

3. Lealtad a la cultura escrita, entusiasmo, amor y más entusiasmo. (Manuel Borrás).

4. Tener un proyecto imaginativo, riguroso, reconocible y que publique los libros que considere necesarios. (Jorge Herralde).

5. Que se atreva a decidir según su criterio (Valeria Ciompi).

6. Que no confíe sólo en su criterio en los campos en lo que no se sienta seguro. Desde el punto de vista empresarial, que no cree estructuras difícilmente desmontables hasta que tenga asegurada cierta viabilidad económica de su proyecto. (Ofelia Grande)

7. Que ame su trabajo. Evitar creer que haciendo libros buenos su trabajo ha terminado: hay que venderlos. (Jaume Vallcorba)

8. Que publique calidad. La calidad de hoy puede ser, con suerte, el dinero de mañana. (Sergio Gaspar)

9. Que no deje de hacer la cuenta de la abuela todas las semanas: gastar menos de lo que ingresa. (Sigrid Kraus, Pote Huerta)

10. Como decía Sigrid Unseld (mítico editor de Suhrkamp): "No hay que confundir el catálogo de la editorial con nuestra biblioteca". Y no hay que perder el entusiasmo. (Amaya Elezcano)