Image: Cuestión de locura

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Letras

Cuestión de locura

Ismaíl Kadaré

11 diciembre, 2008 01:00

Ismaíl Kadaré. Foto: Armando Babani

Trad. Ramón S. Lizarralde. Alianza. Madrid, 2008. 326 páginas, 22 euros.

La fama de Ismaíl Kadaré (Albania, 1936) tiene mucho que ver, aparte de sus méritos, con su exilio a Francia en 1990, la plataforma editorial que desde allí aupó su obra, y, en general, una eficaz estrategia en lo que se refiere a las traducciones de sus títulos a más de cuarenta lenguas. Destaca, a este respecto, la suerte de Kadaré con el español, pues desde muy pronto encontró un interlocutor de lujo en Ramón Sánchez Lizarralde. Amén del alto grado de identificación intelectual entre escritor y traductor, destaca un laborioso esfuerzo por parte del segundo para superar las dificultades enormes de encontrar la mejor equivalencia de la prosa novelística del primero, pese a las carencias lexicográficas existentes, los diferentes niveles idiomáticos que el escritor maneja y el carácter mestizo de una lengua minoritaria de raíz indoeuropea como el albanés, siempre en tensión con el turco de los invasores. Contamos, así, con versiones en nuestra lengua de todas las grandes novelas de Kadaré, de modo que se está abordando ya la publicación, por caso, de sus novelas cortas. El año pasado, aparecían La hija de Agamenón y El sucesor, escritas en 1985 y 2003. Y les siguen ahora, en el volumen que comentamos, otras cuatro muestras del género: Cuestión de locura (2004), El desprecio (1984), Días de juerga (1962) y La estirpe de los Hankoni (1977).

Pese a su reducida entidad territorial, la localización geoestratégica de Albania, rodeada por los pueblos balcánicos, frente por frente de Italia y fronteriza de Grecia, han hecho de ella un testigo singular de la Historia. Situada en la marca oriental de lo que aquí se denomina "el gran país que lleva por nombre Europa", pueblo romanizado y luego sometido al Imperio otomano hasta su tardía (y convulsa) independencia en 1912, protagonista después de la más sonada disidencia antisoviética dentro del bloque comunista durante la guerra fría, Albania ha vivido con una intensidad peculiar la secuencia de los siglos. De ello Kadaré ha dejado testimonio privilegiado en sus novelas, encarnando el papel de escritor "nacional" dispuesto a dar cuenta de los episodios decisivos en la trayectoria de su país. Se ha destacado en él su capacidad para insuflar un especial aliento épico y palmarias resonancias míticas en el relato de los avatares históricos. Podríamos hablar, así, de una suerte de tratamiento "doméstico" de la Historia en sus narraciones, pero en la mayoría de los casos ese registro va acompañado de un tono serio, por no decir trascendente, que llega a identificarse con lo trágico.

En Cuestión de locura la gran novedad viene representada por las tonalidades desenfadas y humorísticas con que Ismail Kadaré aborda la secuencia de los grandes acontecimientos como si fuesen puras contingencias familiares. La primera pieza, que da título al conjunto, es una pequeña obra maestra de inequívoca filiación auto-
biográfica, pues en ella uno de los vástagos de las familias Dobaj y Kadaré, un niño de nueve años, cuenta desde su perspectiva no fidedigna los primeros momentos del nuevo régimen comunista, con capítulos tan bizarros como el fallido intento de suicidio de uno de sus tíos (los Kadaré tenían fama de lunáticos) por haberle sido descubierto el carnet del PC… que continuaba siendo una organización clandestina a pesar de estar ya en el Gobierno. La nueva sociedad que a partir de entonces instaura el régimen de Enver Hoxha representa complejos procesos de ajustes sociales y de purgas en el seno del partido, siempre con un tono menor por el que la sangre no llega jamás al río. En la siguiente novela, El desprecio, se narran en tercera persona esas tensiones a partir del matrimonio de conveniencia entre la hija de una antigua familia de propietarios desterrados a otra provincia fuera de sus predios y un subteniente comunista, luego caído en desgracia, que se convierte en un "oscuro chupatintas" con una irrefrenable capacidad para trepar en el escalafón administrativo.

La clave autobiográfica regresa en Días de juerga, publicada en 1962 cuando el autor era, como el propio protagonista, un joven escritor desinhibido cuya novela corta fue desautorizada por los censores por ser obra decadente y ajena a las pautas del realismo socialista que más tarde Kadaré asumirá en su calidad de presidente de la gubernamental "Unión de los escritores y artistas". A este respecto, Milán Kundera, otro disidente y exiliado, definió en cierta ocasión esta poética literaria como el sistemático elogio del partido y del gobierno en términos que hasta sus miembros eran capaces de entender. Sin embargo, de modo sorprendente, el realismo socialista albanés produjo unos resultados estéticos muy apreciables, y propició la aparición de un nutrido grupo de poetas, dramaturgos y novelistas de estimable calidad. Influyó en ello una crítica literaria implacable con los desfallecimientos estéticos aunque los principios ideológicos estuviesen a salvo. Algo de esto trasciende, cervantinamente, en la primera novela ya comentada, cuando el niño que narra confiesa el insuperable aburrimiento que a él y a su amigo Ilir les embargaba al leer en la biblioteca pública los libros soviéticos recomendados y encontrar en ellos "por todas partes trabajo, sonrisas radiantes, gentes de corazón de oro que competían por ver quién era el primero en ofrecer a su camarada su pan o su vestido" (pág. 32).

Esa misma pareja infantil parecen ser ahora, en Días de juerga, los dos jóvenes dipsómanos irreverentes que escandalizan la sociedad bienpensante de la ciudad de provincias a la que llegan dispuestos a encontrar el Lamento por la Gran Guerra, manuscrito perdido del poeta Andon Çajupi, quien en una de las sucesivas noches de Walpurgis corrida por los dos amigos intenta ser definido en términos de la más pura ortodoxia terminológica del régimen como un "nacionalista-revolucionario, portador de los primeros síntomas de la lucha de los contrarios".

Finalmente, La estirpe de los Hankoni consiste en una saga familiar que resuelve con presteza en poco menos de cien páginas dos siglos en la vida de Albania a partir de la suerte de una familia. Su patriarca, Basri, baja de la montaña a la ciudad a comienzos del siglo XVIII para que 200 años más tarde los jueces anulen el testamento de su tataranieto de su mismo nombre, apodado el Joven, basándose, ante lo estrambótico de sus pretensiones filantrópicas en perjuicio de sus hermanos y primos, en que "por las venas de los Hankoni corrían de cuando en cuando unas gotas de locura" (pág. 313). Semejante arco temporal da juego para que a la explotación constante de la agricultura, la estirpe vaya añadiendo el negocio de la sal, del petróleo, la dedicación al servicio público de la administración otomana, la usura y, finalmente, los balbuceos de la inversión financiera.

Desde entonces

Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977), poeta y novelista, ha conquistado numerosos premios, entre ellos el Hiperión de poesía con El tobogán, en 2002. Ese mismo año fue finalista del Primavera de narrativa con La vida en las ventanas. Finalista en dos ocasiones del premio Herralde, con Una vez Argentina y Bariloche, acaba de publicar la antología poética Década.