Image: Primera documentación sobre el autor del Lazarillo

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Letras

Primera documentación sobre el autor del Lazarillo

5 marzo, 2010 01:00

Portada del Lazarillo de Tormes castigado, Madrid, Pierres Cosin, 1573. A esta edición corresponden las "correcciones" mencionadas en el inventario de los papeles de Diego Hurtado de Mendoza, guardados por Juan López de Velasco.

  • El Lazarillo no es anónimo, su autor es Diego Hurtado de Mendoza
  • El Lazarillo va a dejar de ser anónimo, aunque tendrá que zafarse del espesor crítico de los últimos cien años, en los que las atribuciones se han disparado. Anónima fue su primera aparición impresa (1554) en cuatro lugares distintos. Tiempos de rigor ideológico, pasó enseguida al Catálogo de Libros prohibidos (1559), por lo que solo pudo leerse, y no sin riesgo, por los que osaron conservar algún ejemplar de las ediciones prohibidas, como hizo quien lo emparedó en su casa de Barcarrota. Censurado se volvió a publicar en 1573 y, a partir de entonces, compartiendo el éxito de la novela picaresca (1587, 1595, 1597…) Expurgado se leyó durante todo el periodo clásico hasta que modernamente se recuperó el texto primitivo de alguna de las primeras impresiones. Al mismo tiempo se fue pasando del anonimato a la búsqueda de un posible autor, avalado por un juicio desacertado de Menéndez Pelayo. Los historiadores actuales han trabajado casi siempre con ese supuesto, y han construido un Lazarillo distinto y peculiar, desde Bataillon a Rosa Navarro, pasando por Martín de Riquer, Caso, Redondo, Blecua, García de la Concha, Rico, Ruffinatto, Carrasco… todo un baile de erudición y filología al son del atractivo de este germen de la novela moderna que siempre despertó el regocijo del lector y las hipótesis del crítico. La obra se ha beneficiado de ese impresionante despliegue crítico, por ejemplo y por citar lo último, del cerco crítico e histórico a que ha sido sometido por el buen hacer de Rosa Navarro. El Lazarillo construido con tanto esfuerzo y primor crítico es el que se nos viene dando a leer, aligerado de erudición, en los libros de bolsillo, en las escuelas, en las antologías.

    Una gran investigadora, Mercedes Agulló, va a dar a conocer una documentación (en la Biblioteca Litterae de la ed. Calambur), precariamente utilizada, nunca leída completamente, de Juan López de Velasco, encargado de publicar el Lazarillo expurgado de 1573. Los documentos señalan claramente: López de Velasco, que era el testamentario de Diego Hurtado de Mendoza, en el inventario de sus bienes relaciona, primero, los papeles propios y, luego, los que eran de don Diego y él custodiaba. Uno de estos cajones contiene inequívocamente las correcciones del Lazarillo, junto con las de la Propalladia de Torres Naharro. El hallazgo desatará ríos de tinta y comentarios de todo tipo, especulaciones e hipótesis ingeniosas; pero no hace falta ser demasiado agudo para suponer que la razón más sencilla de que el único testimonio manuscrito del Lazarillo se encuentre en un cajón de papeles valiosos de don Diego es que ése es un "papel" de don Diego, a quien la tradición más antigua atribuyó, con naturalidad, la autoría de la primera novela moderna. Así Tomás Tamayo, el bibliógrafo, toledano -Toledo fue la ciudad de juventud, la ciudad amada de don Diego-. Es imposible comentar ahora los numerosos detalles que se derivan de la documentación exhumada. Otros varios papeles originales -que habrá que ir organizando, pues están dispersos y, en lo que se me alcanza, son desconocidos-, cerrarán documentalmente la recuperación histórica de este episodio.

    Hurtado de Mendoza tuvo una relación tortuosa con Felipe II, quien llegó a encarcelarle (en Medina del Campo) y a desterrarle, en años inmediatos a la difusión y prohibición del Lazarillo. El Monarca quería para su nuevo palacio del Escorial la valiosa biblioteca de don Diego, y éste, en actuación sinuosa e irónica, le nombró único heredero de sus bienes. Felipe II, incluso antes de finalizar los trámites legales -en 1576- comenzó a hacer uso de la herencia, al retirar de entre las joyas un "ídolo de oro" que regaló al príncipe don Fernando. Lo que muestra Mercedes Agulló es, por tanto, la primera prueba documental de la autoría del Lazarillo. Que entre los papeles de don Diego Hurtado de Mendoza se conservara un manuscrito con las enmiendas del texto del Lazarillo no tiene mucho misterio sobre lo que significa, aunque siempre habrá quien solicite que don Diego firme una declaración jurada confesando haber escrito la primera novela moderna.

    La inmensa tarea de Agulló, que de tantas noticias a lo largo de su vida ha ido surtiendo a historiadores, culmina con esta joya, en donde la insigne paleógrafa, además, recorre varios caminos de la investigación que ella misma ha abierto. Uno de los lugares que más dará que hablar de su trabajo, minucioso y sugestivo, se encuentra en la frase aludida.

    En realidad, si como dicen ahora los documentos, de mano del propio autor iba el texto expurgado por Velasco, todas las suposiciones críticas sobre los impresos precedentes pueden ser válidas; pero todas quedan supeditadas a un texto presumiblemente "castigado" por el propio autor, que también habría corregido otros muchos dislates de los impresos. Las consecuencias de este hallazgo podrían llenar cuatro o cinco páginas aderezadas con los nombres más ilustres de nuestra academia y, por cierto, no todas desacertadas. El Lazarillo nos deslumbró a todos e hicimos bien en rodearle de ese espesor crítico, que no son más que irradiaciones de una obrita genial hacia todos los horizontes. Y toda aquella melodía ha enriquecido nuestro conocimiento de la obra y de la época.

    Puede que aparezca el borrador manuscrito del Lazarillo, con la letra recia y desmañada de don Diego. Mientras tanto, hay que volver a revisar todo y hay que volver a editar el Lazarillo, pero esta vez desde una autoría difícil de negar.