Image: Fragmento Vitrina pintoresca

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Letras

Fragmento Vitrina pintoresca

Por Pío Baroja

18 junio, 2010 02:00

Ediciones 98, 2010

Pío Baroja ofrece en Vitrina pintoresca: la España de la Segunda República su visión sobre la España republicana. Visión política, social, histórica y etnográfica expresada con su sinceridad característica y su proverbial amenidad. Trata temas tan diversos como la monarquía y la República, los políticos monárquicos y los políticos republicanos, los judíos y los jesuitas, los gitanos y los masones, la democracia y el fascismo, el racismo y el feminismo, el anarquismo y el socialismo, el comunismo y el sindicalismo, el absentismo agrario y la lucha obrera. Ediciones 98 reedita el libro, 75 años después de su primera edición, complementándolo con un útil índice de personas, lugares y materias.

La verdad es que no que no se ha parado uno a considerar todo lo extraordinario que ha sido la familia de los Borbones en la historia de España. No hay ningún libro que de una impresión justa acerca de ella. La historia moderna española ha sido mediocre. No hemos tenido historiadores de altura. Sería muy curioso el estudio biológico y patológico de la fa¬milia borbónica, sobre todo desde Carlos iv hasta el último de sus individuos reinante. Lo que falta es espíritu y visión de conjunto. El español de hoy es un poco romo y miope y no ve más que lo que tiene delante de sus narices. El clima moral de fines del siglo xviii, en donde co¬mienza la vida contemporánea española, era un tanto laxo.

Las costumbres de María Luisa, para la mayoría de no¬sotros, pequeños burgueses de vida austera -quizá más por falta de medios que por virtud- nos produce asombro. De todos los hijos de esta dama, ninguno es de su marido. El padrón de sus amantes oficiales llega a diez o doce, y entre ellos intercala el capricho por un granadero, por un manolo o por un fraile. María Luisa embauca a su marido. Es inte¬ligente, hábil y sagaz.


Cuando va con Carlos iv y Godoy dice con sorna: «Ya está aquí la Santísima Trinidad.»

María Luisa no es sólo libre, de un erotismo desenfre¬nado, sino que a veces intenta envenenar cuando alguno le estorba. De vieja tiene un aire de Celestina completo.

Mientras María Luisa convierte en un burdel el pala¬cio, Carlos iv caza. Es un infeliz, buena persona, de genio apacible, y en su reinado se llega, parte por su influencia, a una gran dulzura de costumbres.

Sería curioso averiguar quiénes fueron los padres de los hijos de María Luisa y sus condiciones, porque esto explica¬ría su carácter histórico.

Hay varios cuadros de la familia de Carlos IV, uno célebre de Goya. Hay también un grabado de la época en que están los reyes con tres hijos y dos hijas, todos de perfil. La madre y el padre oficial tienen la nariz corva. De los hijos, Fernando VII es narigudo («Narizotas, cara de pastel», le llamó el pueblo); una de las princesas y don Carlos Isidro tienen la nariz recta; dos infantes, los más jóvenes, niño y niña, la nariz remangada.

Fernando VII ofrece aire borbónico seguramente por su madre.

María Luisa no tenía estimación por el carácter de su hijo; lo consideraba, falso e hipócrita y decía que era un marrajo cobarde.

Otra vez parece que afirmó refiriéndose a él: «Eso no es hijo de rey. Es el regalo de un fraile de El Escorial.»

Así lo cuenta el padre Salmón en el Resumen histórico de la Revolución de España. (Cádiz, 1812-1814; seis volúmenes).

Si Fernando VII fue hijo de fraile, eso sólo lo podía saber su madre. Lo que sí es cierto es que era solapado, hipócrita y de un ingenio frailuno. No se parecía nada en el carácter a Carlos IV. Fernando era hombre inteligente y chistoso.

Carlos Le Brun y Michael y Quin publican de él muchas anécdotas.

Cuando vio a los voluntarios realistas en la parada de Palacio substituyendo a los milicianos nacionales dijo: «Son los mismos perros con diferentes collares.»

Sabido es que al entrar los franceses del duque de Angulema las Cortes quisieron incapacitar a Fernando y declararle loco. Al invitarle a marchar a Sevilla preguntó en broma: «¿Así que ya no estoy loco?».

Otra vez, en una época en que los palaciegos estaban esperando con ansia el embarazo de la reina Amelia, que asegurase la sucesión del trono, fue la Corte a La Isabela un día de agosto con un tambor y un polvo horrorosos.

«De este viaje salimos todos preñados menos la reina» -dijo Fernando VII con sorna.

Muchas anécdotas hay suyas que demuestran su humor. Hay un paralelismo de estilo y de época entre los chistes de este rey y las frases de Goya en sus Caprichos.

Fernando no sólo demostró humor, sino también crueldad, ingratitud y cobardía.

La infanta María Isabel y el infante don Francisco de Paula, que en el grabado de la familia real aparecen de niños con las narices remangadas, tenían, según los diplomáticos de la época, un «indecente parecido» con Godoy.

La infanta María Isabel -al parecer, hija de Godoy y de María Luisa, a quien llamaban en la familia «bastarda paralítica»- casó con Francisco I de Nápoles. Esta María Isabel tuvo varias hijas, una de ellas Luisa Carlota, que fue la mujer de don Francisco de Paula, tío suyo por la mano derecha y por la izquierda.

La infanta Luisa Carlota derivó hacia la ambición. Conspiró contra su hermana Cristina constantemente. En ella la pasión de toda su vida fue la ambición. Quiso, ya que no podía ser reina, ser madre de reyes.

En 1839 encargó un folleto contra su hermana a un libelista: Pedro Martínez López, perfecto granuja, que puso a la gobernadora por los suelos.

Cristina consideraba a su hermana como a una víbora.

María Cristina, de otro tipo que Luisa Carlota, ya antes de casarse con Fernando vii tenía aventuras en Nápoles. Fernando con su cuarta mujer se mostró celoso. Así lo dice García de León Pizarro en sus Memorias.

María Cristina, según los rumores de la época, antes de la muerte de su marido se entendía con Muñoz, hijo de una estanquera de Tarancón y que había estado de mozo en una barbería.

Ronchi, Teresa Valcárcel y otros intrigaban en Palacio y andaban con Cristina en asuntos de tercerías. Garcia Pizarro, a pesar de su monarquismo, tiene en sus memorias notas como ésta:

«Marzo, 6, 1834. Se cuenta que, en efecto, la reina, de pronto, quiso llevarse a la casa a un oficial de provinciales; estaba de facción, Pero se le reemplazó y fue, y dicen que sigue ahora; si con Muñoz o sin Muñoz, no se dice. Aseguran que es aún más bruto. ¡Mejor!»

A María Cristina, que tiene una moral de cupletista, ya de vieja se le acusa de emplear el veneno. Como a su abuela.

Otra hermana de María Cristina y de Luisa Carlota fue la duquesa de Berry, María Carolina, hija también del rey de Nápoles Francisco I.

María Carolina casó con el duque de Berry, heredero del trono de Francia, que fue muerto por Louvel. En 1832, María Cristina, viuda, apareció en la Vendée, al principio del reinado de Luis Felipe, a soliviantar a los legitimistas. Fracasada la intentona, se escondió en Nantes, en donde la denunció al Gobierno el judío convertido Deutz, nuevo Judas, que la vendió, no por treinta dineros, sino por doscientos mil francos.

Llevada la dama al castillo de Blaye y encerrada allí, se encontró que estaba embarazada de un conde italiano, y dio a luz ante los notarios que mandó Thiers, con lo que quedó humillada e inutilizada para su campaña realista.

En la rama mayor de los Borbones, por ser de línea de varón, los productos no fueron más excelsos. Don Carlos María Isidro, el primer pretendiente y el heredero auténtico del trono, según la ley Sálica, era hombre de cortos alcances, egoísta y torpe.

Maroto, en una nota autógrafa, escrita al margen de un libro de Mitchell -El campo y la corte de don Carlos, libro que yo guardo-, habla de lo sospechosos que eran para él los abrazos de don Carlos a su secretario y ministro, Arias Teijeiro.

De Isabel II todo el mundo sabe que tuvo amantes: desde Serrano y el cantor Mirall hasta Marfori. Se sabe, además, que se mostraba cruel, liosa, supersticiosa y de gran perfidia.

Don Carlos, llamado vii por los carlistas, era un patán acromegálico, rijoso y cínico, y Alfonso XII, señorito insignificante, no lo era menos.

Doña María Cristina de Habsburgo ya tenía otras condiciones diferentes a los Borbones. Se manifestó correcta, roñosa y mediocre. Su hijo no era tampoco hombre de grandes desordenes.

El que intentara superar el punto de vista de moralidad burguesa, arraigado por hábito y tradición, podría quizá explicarse la conducta desordenada de una familia como la de los Borbones, colocada en lo alto, de una manera casi científica.

Cierto que la cuestión de la herencia no está aclarada. Lo que sí parece evidente es que el individuo no hereda de una manera completa y armónica los elementos (los genes) de sus ascendientes. Ya Mendel demostró que unos cromosomas se destacan sobre otros que quedan anulados. Así, por ejemplo, si el individuo A está engendrado por 10 cromosomas, hay en él un predominio del 1, del 3, del 5 y del 7, y los demás están anulados. Es como si una persona que heredase un guardarropa no usara todas las prendas, sino sólo el pantalón del padre, el chaleco del abuelo y la levita del bisabuelo. En el caso de las reinas María Luisa, María Cristina e Isabel II hay lo que se podría llamar el erotismo filogénico. Las tres son mujeres uterinas. En las tres existe la misma tendencia a la prole. Desde un punto de vista puramente biológico, son tipos normales: genotipos.

A estas mujeres sus maridos respectivos no les ofrecen garantías de fecundidad y buscan el macho fuera del hogar. En las dos primeras aparece una supervivencia del carácter italiano antiguo, y llegan, según la voz pública, a ser envenenadoras.

En el caso de don Carlos María Isidro, de la infanta Luisa Carlota y de don Francisco de Paula, estos dos últimos descendientes de Godoy y que heredan sus condiciones, no se ve el erotismo filogénico, sino la ambición.

La ambición personal como el instinto de gloria y el sentido artístico no son de naturaleza filogénica; están más adscritos al individuo que a la especie; son ontogénicos. Estos tipos, sobre todo el de la infanta Luisa Carlota, son los desviados, los desvirtuados, los que tienen una tendencia a salir de su cauce natural. Algunos les llaman, en contrapo¬sición a los genotipos, los paratipos. Son como el galgo en la zoología y la oenothera lamarckiana, creada por Hugo de Vries, en la botánica.

Mirada la cuestión de la familia borbónica desde un punto de vista político, se ve que los reinados de las tres reinas eróticas y alborotadas (María Luisa, María Cristina e Isabel II) representan épocas de agitación, de fermentación, de desordenes, de posibilidades, de cierta originalidad.

La Regencia de María Cristina de Habsburgo y el reinado de Alfonso XIII son ya la anemia, la regresión de un país que pierde la vitalidad y termina en una República retórica y jurídica, repetidora de gestos viejos y amanerados; República que ha hecho perder la penúltima esperanza de los españoles; y no dice uno la última para no parecer de¬masiado pesimista.