Image: Los buenos soldados. Muerte, miseria y decepción en la Guerra de Irak

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Letras

Los buenos soldados. Muerte, miseria y decepción en la Guerra de Irak

David Finkel. Trad. Enique Herrando Pérez.

3 septiembre, 2010 02:00

Soldados de EE.UU en Irak el pasado agosto

Crítica, 2010. 304 pp., 22 e.

Seleccionado por 'The New York Times' y 'Publishers Weekly' como uno de los cinco mejores títulos de no ficción de 2009. Este es un gran libro sobre la guerra y sobre los soldados. Sobre un grupo de soldados, de una edad media de 19 años, que fueron enviados en 2007 a Bagdad para cambiar el curso de un conflicto que se estaba perdiendo. David Finkel, ganador del Premio Pulitzer, se propuso ahondar en la realidad de esta sucia guerra compartiendo durante ocho meses la vida de los hombres del Batallón 2-16 y dando voz a estos "buenos soldados" para que contaran lo sucedido a través de sus experiencias, sus pesadillas y sus decepciones.

Para conocer las causas y las consecuencias, la gran estrategia y la sucia política de la guerra de Irak, hay libros mejores: el último de Doug Stanton, Horse Soldiers… (2009), la gran obra de Thomas Ricks, Fiasco (2006), o Vida Imperial en la Ciudad Esmeralda (2007), de Rajiv Chandrasekaran, entre otros. Para conocer, en cambio, los detalles más brutales de la tragedia por la que han pasado, destrozando sus vidas y las de sus familias, decenas de miles de soldados (muertos y heridos) desplegados en Irak desde la invasión de 2003, no hay nada mejor. Los buenos soldados debería ser lectura obligada para todo dirigente civil y militar antes de aprobar el envío de fuerzas a cualquier guerra del siglo XXI. Se lee como un libro de ficción, aunque su contenido no puede ser más real.

Por el relato novelado, el tono hiperrealista y la fuerza de la entrevista personal, muchos críticos han visto en el primer libro de David Finkel (1955), investigador del Washington Post, enviado especial en varias guerras y premiado con un Pulitzer por su cobertura de la intervención estadounidense en Yemen, un brillante ejemplo del nuevo periodismo de Tom Wolfe. Como los Dispatches de Michael Herr sobre la guerra de Vietnam o Sin novedad en el frente, la radiografía de Remarke sobre la primera guerra mundial, Finkel se olvida de la macropolítica y de las grandes estrategias, y nos sumerge en el horror de la guerra, en la sangre, el miedo y la desesperación, con algunas, muy pocas, ráfagas de humanidad o concesiones a la esperanza.

Tras un breve encuentro con el teniente coronel Ralph Kauzlarich (Kauz para los amigos) en el Fuerte Riley, en Kansas, a finales de 2006, Finkel pide un año de excedencia en el periódico y se une, como empotrado, a su batallón 2-16 (800 soldados, 19 años de edad media), apodado "Los Rangers" y elegido por el Pentágono como punta de lanza de la oleada anunciada por Bush el 10 de enero de 2007 para intentar salvar una guerra que parecía perdida.

"La guerra estaba al borde del fracaso", escribe. "La estrategia de lograr una paz duradera [...], de derrotar al terrorismo [...] de extender la democracia por todo Oriente Medio [...] de llevarla al menos a Irak [...] había fracasado. La mayoría de los norteamericanos [...] estaban hartos y querían que los soldados volvieran a casa".

Durante 8 de los 14 meses que duró la misión en la improvisada Base de Operaciones de Vanguardia (BOV) de Kamaliyah (Bagdad oriental, junto a Ciudad Sadr), compartió con la 2-16 patrulla, basura, obuses de mortero, aguas residuales, contrainsurgencia, bombas de carretera caseras, francotiradores, restos humanos, cuerpos quemados y mutilados, ratas, Humvees, coches bomba, traidores, niños asustados, panegíricos, oraciones, sueños, pesadillas y muros antideflagración.

A diferencia de otros periodistas que han escrito libros magníficos sobre la guerra de Irak (Evan Wright, autor de Generation Kill, o Dexter Filkins, autor de The Forever War), Finkel se hace invisible, renuncia a cualquier juicio moral sobre el conflicto, deja que hablen los soldados e ignora por completo la propaganda política y la jerga militar. Salvo en un capítulo dedicado a los traductores, ignora a los civiles y al "ejército de chiste" iraquíes. Concentra su atención en los sufrimientos atroces de los soldados que mueren y en los pensamientos de algunos supervivientes.

Autores más pudorosos o remilgados habrían limpiado un poco el lenguaje de la tropa o sustituido su adjetivo más repetido -el puto polvo, la puta locura, la puta suerte, la puta tierra, el puto viento, el puto hedor, la puta niña, el puto país y la puta guerra- por otros menos sonoros. Finkel no. Sería, piensa, distorsionar y falsear la realidad. Prefiere que veamos y sintamos esa realidad igual que la ven y sienten los rangers de la 2-16.

Cada uno de los trece capítulos se centra en los sucesos de un día y se abre con una frase de Bush. "Muchos de los que están escuchando esta noche se preguntarán por qué va a ser eficaz esta campaña si anteriores operaciones para afianzar Bagdad no lo fueron…" (Cap. 1). "La violencia en Bagdad […] está empezando a disminuir" (Cap. 2). "El cambio radical que habéis hecho posible en Irak es una fulgurante proeza" (Cap. 13).

Cada capítulo y las circunstancias de cada una de las 14 muertes sufridas por el batallón durante los14 meses del despliegue, descritas con minuciosidad casi morbosa, desmienten de forma dramática la versión oficial. Sirva de muestra la muerte del soldado Jay Cajimat, el primero de la serie, fallecido el 6 de abril de 2007: "Las postas (del IED) atravesaron el blindaje del vehículo y penetraron en el compartimento de sus ocupantes, convirtiendo todo lo que hallaron a su paso en fragmentos de metralla volantes. En su interior había 5 soldados. Cuatro lograron salir y caer al suelo, sangrando, pero Cajimat permaneció en su asiento mientras el Humvee, en llamas, avanzaba, cogía velocidad y chocaba con una ambulancia a la que el convoy había hecho detenerse. La ambulancia también estalló en llamas. Después de eso, en el interior del Humvee unas mil balas empezaron a cocerse y a estallar […] Como apuntó el médico del batallón en el informe sobre la muerte de Cajimat: ‘Quemado de gravedad', y a continuación añadió ‘irreconocible'." Fue la víctima mortal estadounidense número 3.267 de la guerra. Esa noche, Kauz, el amable, egoísta, altruista y egocéntrico coronel al mando, un auténtico soldado, de los que jamás cuestionan una orden, describió la muerte de Cajimat como "una desafortunada baja que en un sentido especial nos ha completado como organización". El buen soldado, respetuoso de Bush, con dos frases siempre en la punta de los labios para explicar y justificar hasta el peor de los infiernos: "Todo está bien", "vamos ganando".

"Menos mal que vamos ganando", matizaba siempre B. Cummings, número dos de Kauz, más introspectivo y reflexivo que su jefe, con quien compartía matamoscas y manual (Counterinsurgency FM 3-24) en el diminuto recinto de la BOV improvisado con contrachapado sobrante y que sólo un ciego habría llamado despacho.

A Cajimat le siguen, hasta el 28 de marzo de 2008, Shawn Gajdos, Cameron Payne, Andre Craig, William Crow, James Harrelson, Joel Murray, David Lane, Randol Shelton, Joshua Reeves, James Doster, Duncan Crookston, Durrell Bennett y Patrick Miller. Cada muerte es más horrenda que la anterior y los heridos graves que sobreviven -tres o cuatro por cada muerto- coinciden en que, de principio a fin la guerra de Irak ha sido y sigue siendo "una puta mierda".

"Finkel ha convertido en arte un momento histórico decisivo", escribe Doug Stanton en The New York Review of Books. "Podrás volver a este libro en muchos años y decir: esto es lo que sucedió".

Operación iraquí freedom

Fernando Aramburu

Allí estaban guardadas en cajones las armas de destrucción masiva. ¿Acaso no es posible matar uno a uno a millones de ciudadanos occidentales con un cuchillo de cocina? ¿Y quién no tenía en casa una cocina? Por tanto todos culpables. Y donde hay guerras hay héroes. Si no, oiga, los inventamos. La soldado Lynch poniendo cara de agradecimiento en las mentidas imágenes de su falso rescate. La otra pasándolo pipa en la prisión de Abu Ghraib con su iraquí desnudo y amarrado. Los soldados practicando desde los helicópteros el tiro al que pase por debajo, lo mismo sean niños que reporteros. En el fondo, ¿qué podemos reprochar a los EE. UU. si simplemente se limitan a cumplir el destino de todo imperio, consistente en sucumbir tarde o temprano? Mr. Bush, ¿se ha aprendido por fin usted el nombre de la capital de Irak? Of course, respondió, Saigón.