Azul serenidad o la muerte de los seres queridos
Luis Mateo Díez
1 octubre, 2010 02:00Luis Mateo Díez. Foto: J. Casares
Ante la muerte de dos seres familiares y queridos, su sobrina Sonia y su cuñada Charo, en menos de un año, el narrador empieza a contar la sensación de pérdida y estupor que toda muerte de un ser cercano conlleva, y poco a poco, sin dejar de reflexionar y meditar más que narrar (ya he dicho que la narración es un telón de fondo) Luis Mateo se alarga a evocarnos, hacia atrás, la muerte de su madre primero y luego la de su padre, Florencio, que pasó años tristes de inquerida viudedad. Pero es la pincelada poética y pensante la que domina el breve conjunto. Así el propio título del libro procede de una carta escrita por la sobrina fallecida, fotógrafa, que es quizá la que asume mayor protagonismo, al presentarla como un ser hermoso y lleno de íntimas turbulencias interiores, hasta quedar sugerido (nunca dicho) que la muerte de la joven pudo ser una muerte escogida, voluntaria, o que cuando menos sus problemas psíquicos pudieron tener que ver con su final. Sonia es el ser creativo y joven cuya muerte, obviamente, más ha inquietado al escritor.
Pero la idea general alcanza a todos los seres queridos, incluyendo a un lejano pariente que nunca salió del pueblo y que murió sentado en la escalera de su casa, cuando subía a dormir… De Sonia se dice: "Ella no iba a ningún sitio sin que dejase entrever la tensión de estar huyendo…" Pero es el tono meditador con pincel lírico el que más avalora este texto: "Entre la capacidad y la incapacidad de vivir también hay una línea de sombra." O : "La muerte exilia a los que quedamos vivos, leí alguna vez, porque la desaparición de los seres queridos nos deja fuera de las fronteras en que eran posibles los afectos, y es un exilio que se parece a la orfandad".
Por eso quien crea que Azul serenidad es una autobiografía, por fragmentaria que se intuya, le parecerá muy corta. También hallará cortedad quien busque un mero prontuario filosófico o llanamente un texto de prosa evocativa. De todo ello hay en el libro, pero se da mezclado, depurado y en cortas raciones que nos ayuden a entrar en lo que parece ser la intención básica de un libro tan sencillo como bello: habituarnos a la orfandad de la falta de los seres queridos, asumirla, paladearla, y que esos seres queridos (como no podría ser de otra manera) nos sigan dando ánimo o palabras, porque inevitablemente habitan en nosotros.
Por eso Azul serenidad no es una elegía ni un epicedio, es un acercamiento a la consolación, un ansia de transmutar el dolor en la fértil comprensión hacia las personas cercanas e idas. Un libro de dificil ubicación genérica -nada importante al caso-poco frecuente en los hábitos literarios españoles (se da más en Francia, verbigracia) en el que un texto cuidado y volcado al pensamiento lírico, quiere ayudarnos a reflexionar sin perder las emanaciones de lo literario, y en este caso concreto, además, a ser algo así como un manual de consuelo ante la muerte próxima y ante la muerte en sí. Pues nuestra o ajena, está en nosotros y es bueno hablarle quedo y claro, azul.