Amaneció con sol en esta Lima tan suya
Camino todas las mañanas en esta Lima tan suya, aunque Mario Vargas Llosa no haya nacido aquí, sino más bien lejos de estas costas a las que llamamos verdes sin duda alguna en un desesperado afán de optimismo que ni siquiera va bien ni hace juego, ni mucho menos, con el carácter nacional. Aquí no llueve, aquí no enverdece, muchísimo menos reverdece, aquí ni chicha ni limonada, aquí sólo la gris indiferencia, la burla sosa que sólo acierta cuando afirma que esto no es más que un territorio de desconcertadas gentes.
Candidato noble e ingenuo como pocos, engañado políticamente como ninguno, fiel a lo suyo, padre amantísimo, amigo severo, trabajador incansable, MVLL es ese peruano que, se diría, aún no se ha dado. Pero, sin embargo, los premios te los dan todos a ti, orgullo nacional, y ahora, juácate, el que más injustamente se hizo esperar: El premio Nobel de Literatura.
La tramposa política quedó tan detrás de MVLL como un tal Alan García, diz que presidente de este país incapaz de organizar ni siquiera unas elecciones municipales sin trampas ni fraudes ni vergüenzas nacionales, reino de la indecencia. Y todo mientras uno se pregunta con decencia y cariño: ¿Y cuándo regresas, querido MVLL, para librarnos del fango, para desenpantanarnos, para devolvernos de tanta cochinada a un alguito, siquiera, de dignidad?
Maestro. Fuiste, siendo joven y aún tan sólo un auxiliar de cátedra, el mejor profesor de literatura que me dio la vida entera. Fueron breves semanas, porque ya te ibas a Europa, y era peruana la literatura que enseñabas, pero qué linda era nuestra literatura salida de tus labios, de tu seriedad, de tu amor por lo nuestro.
Desapareciste un día de las aulas de la Cuatricentenaria Universidad Nacional Mayor de San Marcos, diz que la primera de América, y como tú, pocos meses después, también yo desaparecí de Lima y del Perú.
Pero allá en París, Café Danton, Carrefour de l'Odeon, un día yo caminaba y eran las 7pm y ahí estabas muy sentado con Mario Benedetti. Tu voz, “amigo Bryce”, me jaló cuando, perdedizo, yo me estaba yendo de frente. Ya existía ese libro de libros que es La ciudad y los perros, o sea, que mejor seguirse de frente. Otro “amigo Bryce”, me hizo desandar la huida y volver al Café. Sabías, sabe Dios cómo, que yo quería ser escritor y me sentaste a tu lado y me llenaste de literatura y vida y cuando finalmente logré escaparme de tanta seriedad ya tenía contigo el compromiso de mostrarte mi primer manuscrito.
Ése que no llegó nunca, por supuesto, porque lo escribí en Perugia, sí, pero que me lo robaron al regresar a París rumbo a tu casa, sí, también. Cuánto te dolió saberlo, cuánto te escuché contarme la larga lista e historia de los escritores que perdieron manuscritos, horror, o a la que, con divorcio incluido, fue la esposa la que les perdió un manuscrito. Sudabas frío con tanta pérdida y yo, el perdedor del manuscrito, pues sí que era yo quien te secaba con un paño el sudor frío y mil manuscritos bien ordenaditos en su fecha de desaparición.
Life, the main event. Ya no nos encontramos en ningún café, yo sigo perdiéndolo todo pero ya no te hago sudar ni te cuento nada. Paso por tus múltiples casas en Europa o en Lima pero no toco el timbre y más bien recuerdo con cariño y gratitud todo lo que llevo escrito aquí, hoy, en este parque en el que el sol ya declina pero que, cálido y excepcional, era purito sol esta mañana cuando el joven escritor, periodista, vecino y amigo Raúl Tola me contó lo de tu Nobel. No, eso no podía quedar así. Él se iba a buscarte por donde anduvieras y una copa de vino tinto fue alzada en tu nombre. Y con su natural bonhomía Raúl me sugirió que te enviara una tarjeta.
Era como tocarte el timbre y molestarte pero era también cariño y tanto respeto, tanto afecto, tanta admiración y amistad.
“BRAVO, MARIO, LO CONSEGUIMOS EN ESTE PAÍS… Y LO CONSEGUISTE TÚ PARA NOSOTROS Y PUNTO. BRAVO, MARIO.”