Francisco Ayala. Obras completas
Volumen II. Autobiografía(s)
3 noviembre, 2010 01:00Carolyn Richmond, la viuda de Francisco Ayala, ayer en el Circulo de Lectores. Foto: Sergio Gónzalez
Círculo de Lectores-Galaxia Gutenberg
Para culminar las actividades programadas, el día 5 se presentarán dos monografías, una recuperada para la ocasión, Introducción a El jardín de las delicias de Ayala, de Emilio Orozco, publicada en 1985 y reeditada ahora con las necesarias revisiones; y una segunda, de la investigadora Amelina Correa, que analiza La familia de Francisco Ayala y su infancia a través de un relato cronológico de los ascendientes del escritor como su madre o su abuelo, Eduardo García Duarte. Se trata de los dos primeros títulos de los Cuadernos de la Fundación Francisco Ayala, una colección de las mejores críticas ayalianas y de ediciones del texto del autor.
También ha aprovechado estos días la editorial Círculo de Lectores-Galaxia Gutenberg para publicar el segundo volumen de sus Obras Completas, de las que publicamos a continuación el prólogo del poeta Luis García Montero.
PRÓLOGO
Memoria, realidad y ficción
por Luis García Montero
ESCRIBIR LA VIDA
La memoria es la piel de la realidad. Ella nos define, nos reúne con nosotros mismos, elabora la personalidad que necesitamos para defendernos, entender el mundo y negociar con la vida. La memoria fabrica un yo en perpetuo cambio porque necesita dar respuesta a las transformaciones de la realidad. El lector de las páginas en las que Francisco Ayala hace memoria de sus pasos en la tierra se encuentran de lleno con el siglo XX. Todas las vidas son una novela, la novela de un tiempo. Algunas forjan sus argumentos con detalles de significado particular, y cuesta trabajo encontrar los vínculos que unen una ilusión, un miedo, un viaje, unas frustraciones o unos sentimientos amorosos con la historia colectiva. Otras veces los recuerdos pasan con más facilidad de los ámbitos íntimos y privados a la escena pública donde se fraguaron los acontecimientos y los aires de una época. Éste es el caso de la prosa autobiográfica de Francisco Ayala, un balcón abierto al siglo XX, con vistas a la experiencia personal, a las imágenes de España y a las razones del mundo.
El lector atento a la historia encontrará la experiencia en primera persona y el testimonio de un ciudadano que vivió por dentro las costumbres provincianas de la Restauración, el Madrid cultural y político de los años 20, los deseos renovadores de la República y la vanguardia literaria, la violencia y el conflicto ético de la guerra civil, la labor transformadora del exilio español en Latinoamérica, la metrópoli neoyorquina en un momento que ya evidenciaba con claridad las consecuencias de la unificación tecnológica del mundo y de la posmodernidad y, por fin, la hora oportuna del regreso a España, cuando el país se acercaba a la democracia y al capitalismo desarrollado en medio de muchas tensiones, nostalgias, renuncias, pactos y sueños compartidos.
El lector más atento a la anécdota y a la evocación literaria disfrutará de la Granada de Ayala y de García Lorca, de las aulas y los maestros de la vieja Universidad Central, con las últimas lecciones del krausismo y un permanente esfuerzo europeístas, de los cafés gobernados por Manuel Azaña y Ramón Gómez de la Serna, de la tertulia más selecta de Ortega y Gasset en la Revista de Occidente, del Madrid de la generación del 27, del Buenos Aires de Jorge Luis Borges y Victoria Ocampo, una ciudad que editoriales como Losada o Sudamericana habían convertido en la capital literaria del mundo hispánico, del Puerto Rico de Juan Ramón Jiménez, de la Norteamérica de los grandes hispanistas y escritores como Saul Bellow y, también por fin, de los rituales literarios (premios, suplementos culturales, congresos, debates) de la España dispuesta a consolidar su democracia.
La buena prosa de Francisco Ayala y su pulso de narrador pasan del detalle concreto (el miedo de un niño, el carácter de un profesor, los imprevistos de un viaje, las manías de un amigo) a las reflexiones abiertas sobre los debates políticos o culturales del país que habita y, utilizando el gran angular, a la toma de conciencia de la realidad internacional que sostiene en sus manos el destino de cada nación o de cada personaje. Es lógico que esto suceda en las páginas de un escritor que, como se ha repetido tantas veces, reúne en su palabra la dimensión histórica de una figura pública, la lucidez del ensayista, la sabiduría del sociólogo y la creatividad del novelista. La capacidad de pasar, en un camino de ida y vuelta, de lo concreto a lo general, del detalle más íntimo o más cotidiano a la meditación abstracta sobre la realidad, es decisiva en los libros de memorias.
La mirada de Francisco Ayala era especialmente apropiada para estos ejercicios de literatura autobiográfica. Como escritor de novelas, buscó siempre el momento crucial en el que un personaje, envuelto por las circunstancias, debe encararse con su propia conciencia para dar una respuesta singular y ética a las interpelaciones del mundo. Éste fue el mejor camino que encontró Ayala para defender la libertad integral y la dignidad de la condición humana, siempre rodeada por las degradaciones carnavalescas del servilismo y la usurpación. Como ensayista, supo que esta condición humana y las conciencias individuales nunca flotan en el limbo, sino que nacen y viven en unas situaciones ideológicas, económicas y políticas muy concretas, muy influyentes, pero no eternas, porque cambian con la historia, se transforman, hacen y deshacen las costumbres de una sociedad, las identidades personales y el significado no sólo del futuro, sino también de la memoria con sus olvidos y sus recuerdos. El paso del tiempo significa también el paso de la historia para quien no cree en las restauraciones o en la quietud de lo sagrado.
Esta comprensión de la figura del Francisco Ayala integral, novelista, ensayista, crítico literario, sociólogo, nos permite invitar al lector curioso a que tome conciencia de que en sus páginas destinadas a la memoria puede encontrar, además de la información única y discreta sobre un tiempo ido, muchas razones para replantearse lo que entra en juego cuando hablamos de la educación sentimental, la formación de la personalidad, o cuando intentamos entendernos a nosotros mismos y explicarnos con los demás ¿Qué decimos al decir soy yo? ¿Cómo nos construimos una identidad? ¿Qué diferencias se establecen entre nuestra intimidad, nuestras relaciones privadas y nuestro comportamiento público? ¿Cómo nos ven los demás? ¿Qué imagen procuramos dar a los demás? ¿Qué imagen intentamos darnos a nosotros mismos? Son preguntas, claro está, que tienen mucho que ver con la memoria, con lo que recordamos y olvidamos, con lo que decidimos contarles a los otros.
Si se piensa bien, son preguntas decisivas al mismo tiempo para la literatura y, por supuesto, para Ayala, que a la hora de mirarse al espejo y elegir una razón de vida siempre admitió que, sobre todos los trabajos, los días y los accidentes, quiso ser antes que nada autor de obras literarias, de obras poéticas capaces de dar cuenta de la condición humana. Un personaje literario y una voz narrativa se elaboran con mecanismos muy parecidos a los que utiliza la memoria para tejer sus recuerdos y a los que mueve la realidad para conformar las costumbres de sus habitantes. Vida, memoria y literatura se reúnen, con sus matices y sus diferentes responsabilidades, en una pregunta doble: ¿de qué materia estamos hechos y con qué procedimientos nos hacemos? Después, de forma inevitable, se añadirá otra pregunta desdoblada: ¿cómo podemos hacernos dueños de nuestra conciencia y responsables de nuestros actos o nuestras palabras? Queda, finalmente, una última pregunta que enlaza con la primera: ¿de qué procedimientos debemos servirnos para contarle a los demás eso que hemos sido y que somos? Son preguntas que están muy presentes en los tres libros de prosa memorialista compuestos por Francisco Ayala: Recuerdos y olvidos. 1906-2006 (2006), El tiempo y yo, o El mundo a la espalda (1992) y De mis pasos en la tierra (1998). [...]