La periodista Pilar Cernuda. Foto: Begoña Rivas

Abriendo Google Earth, ese sencillo prodigio de la técnica, y poniendo Palacio de la Moncloa en el buscador, se le aparece enseguida al navegante un edificio contundente rodeado de verde y de nada. Como casa oficial de los presidentes, ese inmueble tiene la peculiaridad de estar alejado del pueblo, abrazado sólo por ese entramado de edificios setenteros que albergan varias facultades de la Complutense. Tal vez este factor físico tenga algo que ver en lo que, desde tiempos de Adolfo Suárez, ha dado en llamarse Síndrome de la Moncloa, un mal que afecta a los presidentes del Gobierno cuando llegan al cargo y cuyos síntomas se manifiestan en la falta de escucha y en el no reconocimiento de los errores.



Desde Calvo Sotelo hasta Zapatero, todos nuestros presidentes han pasado por este mal que cursa cuando empiezan a creerse indispensables, a cometer errores, con varios síntomas de paranoia ("quien no está conmigo está contra mí") y, finalmente, con depresión al cerciorarse de que están más solos de lo que pensaban. Es la tesis de partida del libro El síndrome de la Moncloa, de la periodista Pilar Cernuda, testigo directo de las altas cumbres de la democracia que en este volumen trata con ingenio y humor esa soberbia que padecen los jefes de Gobierno una vez que cruzan el umbral de nuestra Casa rojiza.



¿Cómo se le ocurrió? Ella no quería, pues había dado por finalizada su etapa de autora de libros políticos, pero Espasa se lo puso en bandeja: "Me dijeron que yo los había conocido a todos y que por ello tenía la posibilidad de contar lo visto y vivido", cuenta tras presentar este libro que es "cortito", pues se circunscribe a una cuestión muy concreta y se basa en la narración de historias que dan apoyo y soporte a la idea principal.



"He presentado los aspectos más negativos de los presidentes, pero esto no significa que yo tenga una pésima opinión de ellos, es sólo que el título me obligaba", se justifica la autora, que cree que este síndrome está íntimamente relacionado con la democracia española y no con otras: "Hay un dato clave que es el cambio tan tremendo que experimentó Adolfo Suárez tras dejar de trabajar en Castellana, 3, donde había empezado como presidente, e instalarse en la Moncloa. Todos cuentan que fue tan brutal que se produjo a las 20 horas de estar en el palacio. Dejó de ser un hombre lleno de proyectos y de buenas intenciones... al llegar allí, la crispación entró por la puerta". Con Suárez, el término quedó acuñado, recuerda la periodista, que también fue testigo del cambio de un hombre "cálido, extrovertido y afectuoso" a una persona "retraída, centrada en sí misma y que rompe con muchos de sus amigos".



De todos, Calvo-Sotelo fue el que tuvo menos posibilidades de sentirlo y durante el tiempo de residencia allí continuó yendo al cine y a restaurantes del centro con su mujer. Pero, con todo, en él también se aprecia especialmente el mal cuando empieza a apropiarse de las ideas de sus colaboradores haciéndolas pasar por suyas, señala Cernuda. En efecto, el ex presidente se jactó de haber logrado que el lehendakari Garaicoechea asistiera a las exequias de dos policías asesinados por ETA, cuando en realidad la idea fue de su equipo.



El cambio en Felipe González, comenta la escritora, fue más sutil, pues venía "trabajado" y ya sabía "desde tres años antes" que iba a ser presidente. Además, enumera, tenía muy buenos contactos internacionales con gentes de la cultura, de la ciencia, del empresariado, de la banca y también de la política. A su juicio, González hizo un esfuerzo enorme por contactar con la gente, entre otras cosas acondicionando la famosa bodeguilla, un lugar para refugiarse de la solemnidad del palacio y en el que reunirse con amigos. Pero el síndrome se le manifestó cuando dejó de escuchar: "Felipe hablaba mucho y no escuchaba nada".



Los casos de Aznar y Zapatero se definen por la vanidad, en el caso del primero, y por "la prepotencia y la soberbia" en el actual presidente. De todas las anécdotas del libro -algunas tan divertidas como la que narra que Ana Botella mandó a su marido a El Corte Inglés para darle una ocupación al día siguiente de finalizar su mandato-, la periodista destaca aquellas vacaciones de Zapatero en Doñana, cuando se apropió de un ferry para volver a Jerez de la Frontera dejando en tierra al resto de turistas de la zona. Al presidente, cuenta uno de sus ex ministros en el libro, le gusta mandar y demostrarlo...



Pero hay muchas más historias (¿o no recuerdan la gran boda de la hija del presidente?), todas sucedidas antes de que sus protagonistas abandonaran el poder para recuperar, eso sí, la calidez inicial, su aspecto más llano y cercano. ¿En serio? Al menos eso es lo que opina Cernuda, que cree que de Moncloa para afuera recobran rápidamente la relación con la calle. "Aznar recuperó a los amigos, Calvo-Sotelo, que no llegó a perder su sentido del humor, se tornó aún más divertido e irónico...", expresa la periodista.



Otra cosa es la soberbia: ¿Qué significa que Aznar pretenda tener las claves para salir de la crisis y que incluso se plantee volver al Gobierno porque España le necesita o que un periódico nacional dedique buena parte de sus páginas a una entrevista a un Felipe González convertido en demiurgo? Cernuda lo tiene claro: "Han sido personas que han seguido moviéndose en las alturas desde el punto de vista político y empresarial tras abandonar la presidencia. Tienen todo el derecho a hablar así, pero en realidad no veo a Aznar con ganas de dar consejos a nadie, sino de apoyar a los suyos con lealtad. Él dijo que sólo volvería al poder en caso de catástrofe", concluye.