Image: Melania G. Mazzucco: Tintoretto es el cerebro más terrible de la pintura

Image: Melania G. Mazzucco: "Tintoretto es el cerebro más terrible de la pintura"

Letras

Melania G. Mazzucco: "Tintoretto es el cerebro más terrible de la pintura"

La escritora italiana recrea en La larga espera del Ángel la vida del pintor italiano y la Venecia entre el Renacimiento y el Barroco

10 febrero, 2011 01:00

Melania G. Mazzucco. Foto: Antonio Moreno.

Febril y postrado en su cama, poco antes de morir, Jacomo Robusti, Tintoretto, repasa su vida. Ha sido un pintor extremado, hecho a sí mismo, que tardó varias décadas en hacerse un hueco entre los maestros -Tiziano en lo más alto- de su época. Una época a caballo entre el Renacimiento y el Barroco, entre la Reforma y la Contrarreforma. La voz se la presta Melania Mazzucco, una de las escritoras más relevantes de la literatura italiana actual, que hace apenas unos días sumaba a su laureado currículo el Premio Viareggio. Lo hace en su novela La larga espera del Ángel (Anagrama), a la que ha dedicado casi una década. Tanto esfuerzo de documentación emerge en las más de 500 páginas del libro. La Venecia cruel y, a la vez, refinada del Cinquecento aparece recreada hasta en los detalles más minimalistas. Son variados los remordimientos que le impiden a Tintoretto dejar este mundo con la conciencia tranquila. Pero hay uno que le pesa por encima de todos: la absoluta vampirización a que sometió a su hija (ilegítima) Marietta, su obra de arte más perfecta, que acabó viviendo una vida diseñada al milímetro por su padre.

Pregunta.- Reconoce que hace unos años no sabía apenas nada sobre Tintoretto. ¿Cómo surgió su interés por este pintor?
Respuesta.- El interés se me despertó cuando vi en la iglesia veneciana de la Maddonna dell'Orto su cuadro Presentación de la virgen en el templo. Me conmovió mucho cómo un pintor del Cinquecento presenta el destino de la niña y cómo se ocupa del mundo femenino, porque el cuadro está lleno de mujeres. Me desconcertó porque yo tenía una idea muy diferente de Tintoretto. En la escuela me habían dicho que eran un pintor manierista, de la contrarreforma... Nada que ver con lo que estaba viendo. Entonces empiezo a investigar más sobre él, a viajar a Venecia a menudo, y me compruebo que la niña del cuadro es Marietta, su hija ilegítima, una mujer fascinante, también pintora, de la que se había perdido su rastro, y con la Tintoretto mantuvo una relación de amor absoluto.

P.- Ha trabajado en esta historia muchos años. ¿Qué aspectos de su exhaustivo retrato de la ciudad en el Cinquecento le han costado más investigar?
R.- He estado nueve años inmersa en esta historia. Lo que más me interesaba recuperar era los detalles de la vida cotidiana de un pintor: cómo se relacionaba con los tipos que le encargaban los cuadros (nobles, ricos mercaderes...), cómo pintaba, cómo hablaba, cómo era su taller, qué objetos utilizaba, qué comía, cómo le afectaba el frío del invierno veneciano... Me han sido muy útiles los testimonios de personas de la época que he encontrado en los procedimiento jurídicos archivados. Y conseguí el diario de la suegra de Tintoretto: ¡fue como encontrar un tesoro!

P.- También peregrinaba por las iglesias de Venecia en busca cualquier anotación en sus registros sobre Marietta...?
R.- Era muy importante encontrar alguna prueba documental de su existencia, porque la leyenda decía que esta mujer había sido una invención del propio Tintoretto. El archivo de la iglesia donde se casó había desaparecido pero, por suerte, se conservaba la página donde constaba con quién había contraído matrimonio, con qué edad lo hizo, su domicilio... La búsqueda de todo estos datos fue una gran aventura para mí.

P.- La relación de Tintoretto con esta hija ilegítima que nació de su relación con una prostituta alemana trascendió lo estrictamente paternofilial...
R.- Fue una relación muy compleja; una relación entre creador y criatura, se podría decir. Tintoretto marcó casi todos lo pasos de esta hija. La obligó a casarse con quien él quería y también fue él quien le enseñó a pintar. Ella fue seguramente su mejor alumna, pero acabó renunciando a su libertad por seguir las exigencias paternas, hasta quedar prácticamente disuelta en la excesiva protección de Tintoretto. Es algo que llama la atención, porque él tuvo otras cuatro hijas legítimas, pero nunca se preocupó por ellas tanto como por Marietta. En esa época las hijas ilegítimas eran, por lo general, abandonadas a su suerte. Fue una relación de amor absoluto, en la que él deseo también estaba presente.

P.-¿Por qué decidió contar la historia con la propia voz de Tintoretto, en primera persona?
R.- Eso ha sido una de las cosas más difíciles en la escritura de la novela. Tintoretto era un pintor muy temerario, le gustaban pintar cuadros que le plantearan alguna dificultad o algún desafío. Era un hombre que se arriesgaba en sus decisiones, estéticas y vitales, y yo creía que si escribía sobre él también me debía arriesgar, para intentar estar a su altura. También lo creí necesario porque Tintoretto fue el creador de la historia de su hija Marietta, él contó y escondió lo que quiso. En realidad, fue como su biógrafo.

P.- Tiziano, el gran maestro de la época, le rechazó. ¿Temía su talento?
R.- A Tiziano le inspiró desconfianza desde el principio. Vio en él un muchacho orgulloso y con mucho talento. Todos los maestros del Cinquecento se buscaban alumnos que se limitaran a imitarles, que se anularan en sus propias enseñanzas y no fueran más allá. Tiziano percibió que Tintoretto buscaba tener su propia identidad pictórica, no ser un simple replicante. Intentó obstaculizar su carrera y difundió una especie de leyenda negra contra él que le perjudicó muchísimo, incluso hasta nuestros días.

P.- En su opinión, ¿qué cualidades hacen de él un pintor especial? Decía Sartre que fue "el primer cineasta".
R.- Fue un pintor muy avanzado para su tiempo, muy moderno. Su pintura te impacta en cuanto la ves: sus cuadros y sus personajes son los que te observan a ti, y no al revés. Además fue capaz de pintarlo todo. Ha pintado a Jesucristo y muchas escenas religiosas, la mitología griega y muchos retratos de sus contemporáneos. Pinta príncipes, nobles y obispos mirándoles cara a cara, sin intimidarse por su cargo o por su estatus social. Los miraba simplemente como a seres humanos. Fue también un pintor muy intelectual, que manejaba textos condenados por heréticos. Estaba continuamente investigando sobre la religión. Era una mente muy inquieta, siempre a la búsqueda. No en vano, se le definía como el cerebro más terrible de la pintura.