Miguel Delibes

El sábado 12 de marzo se cumple un año de la muerte de Miguel Delibes. 365 días huérfanos de uno de los más grandes novelistas que ha dado la literatura en español. Un año en el que se han vendido 300.000 ejemplares del autor, y en el que los lectores se decantaron sobre todo por El camino, El hereje y El príncipe destronado. Un año que en el mes de octubre concluyó con la edición de sus Obras Completas en siete volúmenes, coeditadas por Destino y Galaxia Gutemberg.



También la Feria del libro extrañó a Miguel Delibes a pesar de la omnipresencia de sus títulos en las casetas, de la iniciativa de recaudar fondos para colocar un busto del escritor en el Parque del Retiro -de la que a día de hoy no se ha concretado nada-, y del homenaje que reunió a sus fieles para recibir De Valladolid, una antología de textos del escritor sobre su ciudad y Miguel Delibes, de cerca, la biografía de Ramón García Domínguez, de la que publicamos aquí un fragmento de su introducción, en la que habla de la vocación del novelista.



Vocación



[...] Cualquier biografía humana, y por ende la del novelista Miguel Delibes, se configura en torno a una existencia única, intransferible, cuyo núcleo y razón de ser, cuyo fundamento no es otro que la propia y personalísima vocación. Encontrarla, descubrir la verdadera razón de ser de nuestra existencia y de nuestra temporalidad concreta constituye, sin duda, el acierto supremo y el soporte más firme de la satisfacción personal. ¿Incluso de la «felicidad»? Miguel Delibes menciona expresamente esta palabra cuando habla, en el prólogo a su libro infantil Mi mundo y el mundo (1970), de la importancia que supone para él atinar con la propia vocación u oficio a desempeñar en la vida.



«Seguramente es la elección de oficio -dice Delibes a sus jóvenes lectores- la cuestión más importante con la que vais a enfrentaros. Tan importante, que acertar con el oficio es acertar con la vida. La felicidad no consiste en ganar mucho dinero sino en que la tarea que se hace se haga con gusto. El día en que cada niño, al llegar a hombre, pueda ser aquello que desea y para lo que está dotado, habremos conseguido un mundo feliz.»



¿Cuál ha sido el oficio definidor, la vocación de Miguel Delibes? ¿Escribir novelas? ¿Novelar Castilla? Sin duda. Pero junto a la intención estética y testimonial del novelista, campea una intención ética. Ética y estética van en Delibes indefectiblemente unidas, y yo diría que la primera marca y caracteriza su «vocación» de escritor. «A mi aspiración estética -hacer lo que hago lo mejor posible- he enlazado siempre una preocupación ética: procurar un perfeccionamiento social. Sé que la novela que quede para la posteridad, quedará por sus valores literarios, al margen de la preocupación moral de su autor. Pero, a pesar de esa convicción, yo no he podido desprenderme de ella e, incluso, estoy por asegurar que sin una norma ética como guía, es muy posible que mi obra literaria, buena o mala, no se hubiese realizado.» Y este compromiso ético, además, se condensa en una genuina concepción de la novela como un mundo habitado por criaturas, por personajes de carne y hueso. Delibes es un poderoso creador de personajes, que por su condición y común denominador de «perdedores» sustentan mejor que nadie esa aspiración de «perfeccionamiento social» que proclama el escritor castellano.