Galaxia Gutenberg, 2011. 176 páginas, 17 euros

Dada la naturaleza normativa del nuevo libro que ofrece hoy Javier Gomá (Bilbao, 1965), nada más lógico que su tono provocativo y libre de no pocas de las usuales cautelas gremiales. Sin que deba entenderse que su autor dé la espalda, con su opción por una filosofía "mundana" renovada, a lo mejor del pasado. El filosofar de Gomá opta, en las nuevas condiciones históricas, por ponerse, como sus antecesores, al servicio de la causa de la civilización. Y de hacerlo además a conciencia de que hoy está llamando a la puerta una civilización nueva, cuyas raíces en la Modernidad y en la ya casi apagada Postmodernidad Gomá no sólo no desprecia sino que caracteriza con rara finura. Y lo hace atendiendo a los propios esfuerzos que durante siglos hizo la modernidad por entenderse a si misma, a través de la mirada de figuras tan culturalmente decisivas como Tocqueville, Marx, Nietzsche o Weber.



Si algo habría quedado claro en el estadio final de estos esfuerzos autocríticos es una disyuntiva a la que deberán hacer frente cuantos deseen hoy pensar el presente. Una disyuntiva en cierto modo trágica entre dotar de un sentido a la Modernidad, rescatando algún tipo de validez actual para sus contenidos normativos, o socavar ("desconstruir", si se prefiere) sus cimientos. No hará falta insistir demasiado en que el proyecto intelectual de Gomá se inserta vibrantemente con los primeros. De ahí su objetivo central: descifrar las condiciones necesarias para que la democracia prevalezca como un proyecto civilizatorio viable en el que la ejemplaridad, igualitaria y secularizada, fuera elevada a principio organizador de la misma.



En la economía general de este libro ocupa un lugar especialmente relevante el desarrollo de los conceptos de filosofía mundana y de ingenuidad aprendida. Todo ello, claro es, desde la optimista perspectiva de una buscada emancipación moral del ciudadano que le llevaría a optar por la virtud y no por la vulgaridad, por la civilización y no por la barbarie. Por la ejemplaridad moral, en suma. Con ello traza una línea de demarcación entre el viejo paradigma de la liberación personal, hijo de la pleamar del subjetivismo moderno y sus "derechos infinitos", y el de la "emancipación", en el que lo importante para el filósofo sería más bien preguntarse por cómo "vivir juntos en el mundo" que por "cómo llegar a ser nosotros mismos ese yo absoluto, constructor del mundo y suspecto, en ocasiones, de arbitrariedad".



Las eras de la crítica -a la que, según Kant, todo debía someterse- y de la filosofía de la sospecha habrían quedado, pues, definitivamente atrás. Tomando pie en ello Gomá invita a la domesticación del yo "como paso previo a la formación de éste en pleno ciudadano". ¿Un nuevo viaje, con retorno o sin él, al arcádico reino de la virtud? No es precisamente a la filosofía entendida como disciplina especia- lizada, técnica y codificada -a la que una minoría de académicos dedica su vida-, a la que incumbiría en este fatigado estadio de la historia aceptar el reto, sino a la filosofía mundana, seductora, urbana, ética antes que epistémica, fiel al universalismo igualitario.



Tal filosofía irrenunciable sería hoy generadora, como con un conmovedor optimismo opina Gomá, de constelaciones ideales "mucho más razonables, sociables y propensas a la amistad cívica entre los hombres". Pero es posible que las cosas sean algo más complicadas. ¿Es tan rígida la línea de demarcación entre ambas filosofías como propone Gomá? Para Kant, creador del término, a la filosofía mundana incumbiría pensar los grandes fines de la razón humana. A saber: el fin de un dominio eficaz del mundo natural y el de una organización racional de la práctica humana. Puestas así las cosas, va de suyo que la filosofía mundana encontró siempre, aunque no sin fricciones, apoyo intelectual en la academia. Recuérdese el caso de Ortega ¿cuántas de sus más brillantes páginas mundanas habrían sido lo que son sin el substrato categorial de su ontología de la vida? Valdría la pena debatirlo. Es posible que lo que aquí está en juego sea sólo una cuestión de estilo. O de ambición categorial.



En cuanto a la ingenuidad, que Gomá opone en cierto modo a la lucidez hipercrítica y paralizante de los viejos tiempos, no parece fácil dejar de considerarla de otro modo que como una audaz variante de la clásica docta ignorancia. Los filósofos llevan siglos intentando dar sentido real y operativo a este sueño. Como decía Goethe, toda mirada atenta al mundo es ya teoría. Y está teóricamente cargada. Y nuestro lenguaje rezuma información semántica generalizada que guía esa mirada. Sería de lamentar que esta obra no alentara una de esas polémicas que revelan el pulso de la correspondiente sociedad cultural. En cualquier caso, el proyecto de Javier Gomá, mucho más clasicista de lo que a primera vista parece, dará que pensar. Esperemos que a no pocos.