André Schiffrin

No debe de haber muchos hombres que conozcan mejor el mundo de la edición que André Schiffrin (1935, París). Su padre, Jacques Schiffrin, de origen judío, fundó la mítica colección de La Pléiade, que luego se integraría en Gallimard. Él no pretendía seguir sus pasos pero para sacarse un dinero en verano cuando estudiaba en la Universidad de Yale empezó a trabajar en New American Library, una firma que editaba volúmenes en rústica. Y ahí comenzó a encaminarse por el mundillo editorial. Luego recaló en Pantheon Books, el sello que impulsó también su padre en los Estados Unidos, tras tener que dejar un París asediado por los nazis, que sirvió de caballo de troya para que muchos autores europeos incursionaran en el mercado americano.



Esta tarde de jueves de primavera desbocada se encuentra en uno de los salones del Hotel Wellington de Madrid, afable y lúcido. Está en Madrid para hablar de su último ensayo, El dinero y las palabras, que ha publicado Península, en un mismo volumen, junto con La edición sin editores (comercializado por Destino en el 2000). Los dos conforman una radiografía del sector editorial que conviene tener presente en este momento tan incierto. "Cuando publiqué La edición sin editores me decían que era un libro demasiado pesimista, que el grave problema de concentración editorial que vivía el mundo anglosajón jamás llegaría a la Europa continental. Ahora, sin embargo, me dicen que fui demasiado optimista", explica Shiffrin.



Él encarna la figura del editor romántico: ese que se lee lo que no está escrito (valga la paradoja), porque ama la literatura. Sufrió un duro trauma cuando los contables de Random House, que había adquirido Pantheon Books, le preguntaban quién demonios era ese tal Sartre que sólo vendía 25 ejemplares al año. ¿Y Malraux? ¿Y Gide? ¿Y Beauvoir? No eran nadie porque no vendían lo suficiente. Ahí se jodió la edición, que diría el Zavalita de Conversación en La Catedral.



Pero Schiffrin, que es un hombre educado y culto (muy culto), lo dice de forma más razonada: "Durante casi todo el siglo XX el negocio editorial se mantenía prácticamente igual que durante el XIX. Apenas se produjeron cambios. Pero en los 80 comenzó el proceso de concentración que nos ha llevado a la situación actual, donde en Estados Unidos el 80% del mercado lo acaparan cinco grandes grupos, en Alemania tres cuartos de lo mismo y en España dos editoriales, Planeta y Random House Mondadori, se reparten la mayor parte del pastel".



En opinión de Schiffrin fue en ese momento cuando la edición dejó de ser un oficio para convertirse en puro negocio. "Los accionistas de las editoriales se conformaban con unos márgenes de rentabilidad del 2% y el 3%. Pero entonces empezaron a exigir unos beneficios de entre el 12 % y 15%. Cada sello del grupo tenía que ser rentable. Cada libro de cada sello tenía que dar réditos". Si Sartre no vendía, no había motivo para mantenerlo, por mucho prestigio intelectual que tuviera. Igual con Focault, o Derrida...



Los catálogos comenzaron a sufrir enjuagues por criterios estrictamente económicos. "En Estados Unidos han desaparecido casi la traducción literaria, la filosofía, la ciencia, la historia del arte", lamenta Schiffrin. "Los editores verdaderos han sido arrinconados por los departamentos financieros y de marketing". En este oscuro panorama que pinta, Schiffrin atisba, sin embargo, posibles soluciones. El sistema noruego le parece "ejemplar, un modelo para el resto de países". "Allí el Estado compra por ley dos ejemplares de cada libro editado para las 750 bibliotecas públicas del país. Es decir, 1.500 volúmenes tienen la venta asegurada", concluye.



Sobre la implantación del libro electrónico expresa un vaticinio bastante precavido. "En Estados Unidos ahora tiene un 9% del mercado. En 10 años, alcanzará un 30%. En Europa, en cambio, el porcentaje será bastante menor". Donde acelera el tempo de sus previsiones es en el ámbito de la prensa: "El hecho de que dependan más de la publicidad les hace más vulnerables. En unos diez años empezarán a desparecer". La solución frente a este negro horizonte también la encuentra en Noruega. "El Estado ayuda económicamente a los periódicos en función de sus tiradas, de forma proporcional. Es una obligación legal y por tanto un periódico no corre el riesgo de perder esa ayuda por ser crítico con el Gobierno". Y para recabar los fondos necesarios para sustentar a la prensa propone otra idea, controvertida: empezar a cobrar tasas a Google. Veremos.