Dejar la noticia en los huesos, con sólo lo imprescindible, hizo de Félix Fenéon un pionero del Twitter

"Los tiempos están cambiando", cantaba Bob Dylan por los clubes del Greenwich Village a principios de los años sesenta, profetizando que los tiempos cambiarían de manos. Entre el público rulaban canutos y el humo sagrado subía hasta la cabeza del nuevo profeta. Por aquellos días de flores y porros, mientras Dylan soltaba arengas sobre los escenarios del Greenwich Village, mientras tanto, en los cuarteles blindados de los Estados Unidos, los militares experimentaban con una red de información que nos acabaría fichando a todos: la Internet.



Los tiempos llegaron a cambiar tanto que, al día de hoy, por obra y gracia de esta red de información, cualquiera con vicios de artista puede expresar lo mismo que expresó Bob Dylan sin necesidad de llamarse Bob Dylan. La era de la informática nos ha igualado a todos. Ningún tiempo pasado nunca fue mejor a este y quien diga lo contrario, es que desea las cadenas. Nunca el artista lo tuvo tan fácil. Ahora lo que vale es el talento. Ya no hay que estar esperando la respuesta humillante de ningún mediador. Los tiempos han cambiando de tal forma que todo el mundo tiene acceso a publicar un libro, a plantar su música, a tener un espacio donde mirarse, en fin, esas cosas que hacen que se participe, que se forme parte de un todo que hasta hace poco era exclusividad de unos pocos.



El mercado dio la vuelta y con la llegada de Internet toma importancia la demanda.
Desde que se implantaron los mercados modernos y en los despachos se impuso la dictadura del marketing, se acabó la libertad para elegir. Pero ahora, con la aparición de los cacharritos, y con sólo un golpe de ratón, podemos escuchar las canciones de Bob Dylan o las de cualquiera, o leer un artículo de inmediato y sin mediaciones. También se puede apostar dinero al póker, comprar unos zapatos y cosas más difíciles, asuntos tales que nunca hubiéramos sospechado que existían. Se ha establecido un diálogo entre computadoras, una comunicación tan eficaz que puede traernos de seguido una carta recién escrita desde la otra cara del mundo, por ejemplo. Los electrodomésticos han estrechado las relaciones entre los humanos, de eso no hay duda. Para darse cuenta sólo hace falta visitar algunos foros o darse de alta en uno de esos clubes, sitios que hoy cumplen la misma función que cumplían los baretos y cafés de antaño donde se hacía tertulia y el humo revoloteaba sobre la cabeza de los nuevos profetas.



Los clubes de ahora se llaman redes sociales y son lugares donde la gente se reúne en puntos concretos del ciberespacio para comunicarse, intercambiar datos sólidos, líquidos y gaseosos, etcétera. El Twitter, por ejemplo, es una red de mensajes de texto mínimo donde la esencia es lo que importa. Un lugar donde te puedes encontrar desde televisivos hasta actrices del porno duro anunciando sus últimos trabajos, todo esto pasando por curanderos, publicistas y demás tropa, incluidos los escritores pues ya se sabe que esto de la escritura deja mucho tiempo libre y no hay que perder comba. Por decirlo de alguna manera, la alta cultura y la cultura popular se cruzan en este club que, como todo club que se precie, tiene unas reglas. La más importante es que el texto no ha de pasar de ciento cuarenta caracteres, por lo cual, la economía de espacios ha llegado a crear nuevos signos y así, por ejemplo, los dos puntos y cerrar paréntesis equivalen a una cara sonriente, "acuerdo", mientras que los dos puntos y abrir paréntesis, corresponden a un enfado o "desacuerdo". Un sencillo código gráfico que se ha hecho universal.



Por lo que respecta a algunos twitteros, ya sean cantantes de moda o escritores célebres, resulta curioso comprobar cómo sus comentarios quedan convertidos en contenido de otros soportes. Se trata de un efecto rebote que hace que, lugares como el Twitter, vayan cogiendo su importancia. Celebridades que han sido asimiladas por el sistema y que, a su vez, sirven de relleno para la maquinaria informativa, provocan un curioso bucle y muchas preguntas ¿Por qué ahora es tan importante una opinión en Internet como para hacerse eco de ella en otros soportes informativos? ¿Por qué algunas opiniones rebotan a favor del opinador y las mismas opiniones pueden rebotar en contra si el que opina es otro? ¿Es necesario ser Bob Dylan para que, lo que se opine, no sea utilizado en tu contra? Estas son algunas de ellas pero aún hay más y puede que tal vez sean las mismas que un día se hizo Félix Fenéon, anarquista y escritor que hace un siglo se dedicaba a informar en corto para el periódico Le Matin y cuyo sentido del humor y sintaxis le hicieron peculiar en sus tiempos.



Aquí va un ejemplo:

Scheid, vecino de Dunkerke, disparó por tres veces contra su mujer. Como siempre fallaba, apuntó a su suegra :el tiro acertó.

Otro ejemplo:

Una joven morena con traje chaqueta negro y ropa interior muy fina marcada con las iniciales M.B.F. ha sido extraída del agua en el puente de Saint-Cloud.

Otro más:

El párroco de Monceau tiene un grave impedimento para decir misa. Unos ladrones le han robado sus objetos de culto.



Dejar la noticia en los huesos, con sólo lo imprescindible, hizo de Félix Fenéon un pionero del Twitter antes de que se inventara el cacharrito. Los de Impedimenta acaban de editar una recopilación de sus artículos titulada Novelas en tres líneas con traducción de Lluís María Todó y no tiene desperdicio. Fibra para contar en corto.



El Facebook es otra cosa. Se trata de un club más publicitario que el Twitter debido al tema multimedia y por consiguiente con más posibilidades de juego. Un escaparate donde igual puedes ver fotos de primera comunión de un vecino como encontrarte a tus compañeros de colegio. Pero claro, las reglas son más severas y en este club no está permitido poner ciertas obras en el escaparate. Casos como el de Mapplethorpe o Ceesepe son ejemplos. Aún así, hay buenos ejemplos de propaganda en Facebook. Desde editoriales independientes como Atalanta, Global Rhythm, Blackie Books, hasta dependientes como Backlist de Planeta o Mondadori, estas últimas aprovechando las posibilidades del formato y haciendo concursos, sorteando libros, dándose al rollo participativo. Porque Internet es participación.



En el caso de Mondadori se riza el rizo con la novela titulada El tiempo que querría, donde el italiano Favio Volo escribe sobre esas emociones que rara vez se expresan pero que son comunes a todos los mortales y con tal asunto, los de su editorial se lanzan a hacer un certamen de microrelatos en su página de Facebook. Los que más gusten formarán parte de un volumen que la editorial publicará en breve.



Iniciativas para el fin de unos tiempos que dejan paso a otros más participativos. Cosa que está muy bien aunque algunos todavía lo nieguen, poniendo como ejemplo los tiempos de Félix Fenéon cuando las personas llamadas "de ideas avanzadas" celebraron la llegada del automóvil porque, entre otras cosas, iba a traer limpieza al sustituir las caballerías por el nuevo medio de transporte. Pasó al revés. Argumentos parecidos saltan a la primera de cambio pero ni con esas. La Internet es más veloz que un automóvil y más limpia, lo que ocurre es que, de su pasado como red de iniciativa bélica, conserva la eficacia necesaria para hacer la guerra. Una guerra que está cambiando los tiempos. Sin ir más lejos, tanto los ha cambiado que, al día de hoy, todos los discos de Bob Dylan caben en un cacharrito del tamaño de una caja de cerillas.