AL ALBA VENID...

non traigáis gran compaña



QUÉ voz en esa que me habla

en la hora solemne y sacra

con el acompañamiento de los montes

lejanos, de la luz que viene, que

no viene, que comienza...?

¿De qué Alba habla, qué Amigo?

Ah luz, entre la luz, ambigua!

¿Quién me habla en esta hora

como si ya me hubiera muerto?

¿Quién me ha dicho: amigo,

con esa voz que arrasa el corazón?

Ha dicho que me amaba.

¿A quién dejé por otras compañías

que me reclama con tan triste voz?

Ah, ligera, ligera,

honda, honda!

¿Me has tocado, rocío?

¿Caes, asciendes?

Como la oveja hallada

al perdido pastor

¿no saldrás a mi encuentro

si no huye el can lejos,

si no voy solo?

¿Quién está diciendo en esta hora

lo que calla la luz?



E S P A Ñ O L



ME rodea aquí el idioma, como a mi isla

el mar. No cual lo oyera, aislado,

entre otras voces. Me envuelve ahora

por todas partes: tropiezo con su roca

de salud, cortada a pico

de eternidad: hínchame, tómame,

me vuelve a no sé qué tiempo inmemorial

y ya no huyo: méceme, la gran habla madre,

sentencia y centro de gravedad y arrullo

de las criadas Teresas olvidadas.

¿Cuándo, insegura, trémula,

niña aún, sin memoria,

busqué tu pecho de firmeza,

como se hunde la cabeza sollozante del hijo

en el regazo innumerable? Cuántas veces

las marchas y oberturas, los dúos

de la zarzuela briosa que escuchaba

a mi madre, en las tardes habaneras

de distinta nostalgia, me sacaron

de mi secreto huir, me devolvieron

al desafío alegre, el dar a lo hecho pecho,

rompiendo las visiones nocturnas

con el bregar de la casa, la limpieza

del atareo matinal? Desde mi lumbre vaga

miré tu sol cayendo a plomo,

tu consejo de contentarme con lo poco

y contemplarnos sin contemplaciones.



¡Qué energía de soles recorría

por dentro tus palabras, todas órdenes

de no dejarse caer! Y ahora braceo

en tu oro vivo, mar, idioma,

y esa desconocida que conversa

me deja un vidrio hondo, un regañar

de madre, un vuelo blanco... Ahora

son dos niños españoles que juegan

a la pelota como si le hablasen

a la dicha. "Tómalá!" "Déjalá!"

¡Esdrújulos agudos, soleares de bella,

intensa entonación final! He vuelto

a ver aquí las bocas recias, puras,

que nada saben de manjares frívolos,

las que han alimentado por milenios

las materias de los sacramentos,

trigo, vino y aceite: habla nutricia.

Tu encontronazo noble

topa con mi memoria viva,

como la santa cabeza de un mulo

con la yerba: brama mi origen, lengua,

poesía: criandera de mi infancia.

Oigo tu canturreo

entre azulejos blancos de cocinas

soleadas, en el verdor que tiembla

en la luz: sol y calor primeros.

¡Y en ese asedio casto de palabras

que no son palabras, sino un pueblo

blanco de casas, un tajo de luz,

una incomprendida dignidad que escapa

por las filas de los árboles solos,

junto a esas parameras del alma

siento que amo y creo

en el lleno total de tu sustancia

lanceando los fantasmas, sola,

clamando en los desiertos

nuevos, que están llenos

los cielos y la tierra! Y te creo

capaz de arremeter contra la misma nada

como se echa a un extranjero invasor!

¡Creo en ese gran espacio abierto

no vacío, sí libre, que he visto columpiarse

en la parte superior del tapiz,

más allá de los juegos

de luz y sombra! ¡En todo

lo que tu habla llana acoge en su honda pausa,

y en esa transparencia única que abraza

a lo alto y lo ancho,

al arriero que se pierde

dando tumbos, en la hora final, contra las piedras

que roza apenas el oro bermellón!



J U A N R A M Ó N

Erguido chopo español, ardiente y solitario!

J.R.J.



¿SON acaso distintos

ese chopo español y tu alma de ascua

fija, llameante en la cima?

Tu palabra, zarzal heridor

tantas veces, ¿distinta

a la esbeltez del agua en los jardines

del Generalife?

Más allá de toda

voluntaria virtud o inconsciente

hermosura ¿no ampara

al hijo el primigenio brío?

¿Cómo creer que la tumba

tuya, en tu cementerio de Moguer,

te guarda bajo su lápida

mejor que el ciprés allí plantado,

con su cimero verde

profundo y melodioso?

Y tu voz ¿no es como su copa,

sobresaliendo del cercado de los muertos,

fogueando alta y atada

al amor de esas cuatro tapias pobres

y blancas?

¿Es que los dos vigilan otra cosa

que el sol de lo real,

riqueza única de la pobre

España, -su solo y fiero

corazón?