Francesc Serés. Foto: Antonio Galeote
La idea de crear unos textos y atribuirlos a ciertos autores inexistentes de los que se ofrecen datos biográficos hará pensar inmediatamente en el juego de los heterónimos y en autores como Fernando Pessoa. No habría que olvidar, sin embargo, experimentos como el de las Vidas imaginarias (1896), de Marcel Schwob, sucintas biografías en las que, incluso cuando se centran en sujetos reales, la ficción suplanta a la realidad. Y, más cerca aún de nosotros, aquellos "doce poetas que pudieron existir" del Cancionero apócrifo que creó Antonio Machado -y que en realidad son catorce-, cada uno de ellos con su nombre, algunos datos y una representación mínima de sus textos. Una dilatada tradición, con textos deliberadamente embaucadores, que incluye nombres como el de Jorge Luis Borges, respalda, pues, el planteamiento de estos Cuentos rusos, donde tampoco se ha pretendido parodiar estilos narrativos ni nada que sugiera experimentos como el de las Seis falsas novelas, de Ramón Gómez de la Serna.
Aunque los personajes y las acciones se sitúan en Rusia, e incluso hay en ellos referencias explícitas a sucesos de la historia rusa, desde la revolución bolchevique hasta la descomposición de la URSS, lo cierto es que todo sería transferible a otros lugares y otros momentos históricos, y que en el hallazgo de situaciones o conflictos universales reside lo más valioso de estos relatos. Un cuento como "La vida pequeña en la M-18", delicadísimo esbozo de un amor infantil, podría situarse en cualquier marco geográfico. Y lo mismo puede afirmarse, por otras razones, en "El camino ruso", donde la inutilidad de la revolución política y sus sacrificios se manifiesta en el hecho de que los mismos privilegiados de antaño continúan dominando la sociedad, tras un cómodo abandono aparente de sus antiguos principios. Aquí, ni el tiempo ni la historia cambian nada esencial. Los amores primeros sobreviven por encima de las circunstancias (como en "La casa de muñecas rusas" o "La campesina y el mecánico") y las despóticas costumbres del señor feudal se reproducen en los nietos de aquellos que sufrieron sus humillaciones ("Los gemelos").
La variedad de los cuentos permite esbozar varios motivos posibles. En "Teatro de sombras" asistimos a la práctica de ciertos usos encaminados a falsificar la historia y tergiversar sus restos documentales. "La guerra contra los voromianos" es una fábula a escala reducida de la persecución de las minorías, y "La última cena de Serguéi Aleksandr" tiene mucho de parábola acerca del poder sustentador del relato y de la ficción, sobre el fondo doble -exclusivamente literario- de las predicaciones evangélicas y del artificio narrativo de Sheherezade en las Mil y una noches.
Frente a la antología convencional, donde el compilador nos impone unos textos que antes se le han impuesto a él, ésta de Serés -excelente en invención y escritura- da un paso adelante: la ficción no se halla sólo en los textos, sino que alcanza al compilador y a la traductora, tan ficcionalizados como el resto. Es el triunfo de la literatura como mecanismo ideal para crear mundos autónomos. Libro recomendable, sin duda.