Biz Stone, cofundador de Twitter. Foto: Mark Ralston

Península. Barcelona, 2011. 236 páginas, 21'90 euros



El avance de las nuevas tecnologías está dejando gente en la cuneta. Bolsas de pobreza, grupos marginados y mucha gente mayor no ha podido subirse al carro de la informática. Los sociólogos saben que no todo el mundo es capaz de obtener en un aeropuerto la tarjeta de embarque con un teléfono móvil en la mano. Ni eso, ni otras muchas cosas. Se han creado microrroturas sociales y brechas generacionales que hace tres décadas no existían. Pese a estos inconvenientes, la evolución, el desarrollo de la sociedad de la información se ha percibido, en su conjunto, como algo beneficioso.



Con este horizonte cognitivo, con la creencia en la revolución científico-técnica como algo estrictamente beneficioso para la humanidad, entra el lector en este sorprendente libro. Pero ya en el prólogo el reputado paleontólogo y antropólogo Eudald Carbonell advierte: el avance tecnológico está creando tensiones culturales. Los procesos de socialización de la cultura y la educación están creando situaciones de incertidumbre sobre nuestro futuro.



Tras este aldabonazo, seis sólidos profesores universitarios, Joan Campàs, Daniel Innerarity, Ferran Ruiz, Marina Subirats, Gonçal Mayos y Antoni Brey, estos dos últimos ejerciendo de editores, tejen, con sus correspondientes contribuciones, una sólida argumentación destinada a poner en evidencia los aspecto negativos de la sociedad de la información.



La idea compartida de base es que la humanidad ha evolucionado en dos direcciones. Por un lado la biológica. Por otro, la cultural y tecnológica. Dichas evoluciones se han ido desplegando con cierta simetría durante millones de años hasta que la cultural, en sus dimensiones tecnológicas y cognitivas, ha pegado un salto hacia arriba y ha generado una masa increíble de conocimiento.



Al crecer el saber exponencialmente a lo largo de las últimas décadas, la base biológica y genética de la humanidad comenzaría a sufrir una asimetría peligrosa para sus miembros. Los límites biológicos y neuronales de la condición humana serían, en opinión de los autores, incapaces de asumir el crecimiento hiperbólico de la información disponible. "Dada la creciente desproporción entre la capacidad colectiva para generar saber y la capacidad individual para asumirlo e integrarlo en nuestra experiencia vital, parece justificado y quizás inevitable pensar en el advenimiento de una 'sociedad de la ignorancia o de la incultura'".



Dicho de otra manera, para los autores nos encontramos ante una tremenda paradoja. Una potente y exitosa sociedad del conocimiento edificada en las sociedades postindustriales más avanzadas cuyo éxito deriva en la creación de una sociedad de incultos: los nuevos analfabetos funcionales generados por las nuevas tecnologías.



La base de la tesis expuesta en este volumen radica en considerar que la sociedad del conocimiento requiere una especialización cada vez mayor. Dicha especialización laboral y académica habría dejado de ser una elección libre para transformarse en una necesidad impuesta por la lógica del mercado. Es decir, el saber de la "sociedad del conocimiento"se especializa en manos de expertos cada vez más hundidos en sus ámbitos particulares. El sabio generalista quedaría como un residuo del pasado.



El gran éxito de las TIC e Internet, el crecimiento "hiperbólico" generado por la humanidad, quedaría muy por encima de las posibilidades de procesamiento del individuo. Sus capacidades cognitivas serían incapaces de orientarse entre tanto exceso de producción especializada. El ciudadano corriente podría encontrarse intoxicado ante tanta información. De este modo, la gobernanza y el empoderamiento que caracterizan a la sociedad democrática actual peligrarían. Cuestiones complejas como el cambio climático global o el uso de la energía atómica exigirían un tiempo, un saber y una capacidad de reflexión cada vez más escasos. Quedaría una ciudadanía recluida en sus particularismos, con una vida reducida a su privacidad y a la mera alternancia entre el ocio para el consumo y el trabajo para la producción.



Pese a que los autores tienen una visión convergente, sus perspectivas no son idénticas. Subirats subraya el papel de la educación para hacer más racional el comportamiento social. Innerarity busca cruzar los límites de los paradigmas explicativos de los distintos saberes. Campàs destaca los aspectos conflictivos del mercado, y Ruiz Tarragó aboga por transformar las TIC en espacios abiertos a los procesos educativos.



El texto de Brey, ingeniero de telecomunicaciones, destaca que en el siglo XXI ha quedado obsoleta la comunicación entendida como un proceso de toma de turnos "uno a uno". La hora del teléfono o el servicio postal ha dejado paso a las comunicaciones "uno a todos", representada por una topología en forma de árbol y a la comunicación "todos con todos" asociada a una compleja forma de red. Lo que representa una verdadera revolución, "comparable a la aparición del habla, la escritura o la imprenta". Dicha revolución ocasionaría una gigantesca producción de conocimiento que podría estar contaminado por un bajo "contenido reflexivo". Así, las tecnologías que hoy contribuyen a conocer y ordenar el mundo podrían estar convirtiéndonos en individuos cada vez más ignorantes.



El camino hacia la ignorancia quedaría facilitado para Brey porque las connotaciones negativas de la ignorancia han ido desapareciendo. Incluso al contrario, cierta ignorancia actuaría como un facilitador social capaz de producir simpatía en el resto de la gente. En una sociedad de ignorantes fascinados por la tecnología quedaría, eso sí, una casta de expertos en los resortes financieros de un modelo insostenible a la larga.



Mayos cierra este original y tenso volumen con un texto en el que de un modo minucioso va desgranando "las paradojas constitutivas de la posmodernidad". Encuentra curiosas concomitancias entre la banalidad de la sociedad del consumo y el espectáculo y la imaginación desbordada de la sociedad de la información y del conocimiento: "La sociedad del conocimiento no sólo se solapa con la sociedad de la incultura, sino que la crea o al menos la muestra en toda su evidencia". Y la incultura, añade, es un peligro para la democracia.



La lectura de libros de la altura del reseñado harían imposible la sociedad de la ignorancia.