José Álvarez Junco
Historiador de intereses centrados en temáticas identitarias e ideológicas, José Álvarez Junco (Viella, Lérida, 1942) ha estudiado al detalle la evolución histórica de la idea anarquista en España o la de nación, tan presente hoy en el debate político y que ha irradiado sus última obras, especialmente Mater dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, premio Nacional de Ensayo 2002. Tal línea de investigación le ha llevado a estudiar la evolución histórica del sentimiento nacional que, ya en el siglo XXI, describe como "postnacional", tal y como explicará esta tarde a las 19.00 horas en una conferencia extraordinaria durante los cursos de verano del Escorial. Porque, como adelanta a continuación, hoy la identidad viene mucho más marcada por la edad, la profesión, o la opción sexual, que por la adscripción a una patria difusa. Salvo cuando gana la Roja, claro...PREGUNTA.- ¿Por qué define a la España del siglo XXI como una "realidad postnacional"?
RESPUESTA.- No solo es España. Todo nuestro mundo, especialmente el euroamericano o, como antes se decía, "occidental", tiende a ser post-nacional en el sentido de que las identidades y las culturas nacionales no son ya la referencia fundamental para los ciudadanos. Además de ser españoles, franceses o alemanes, los ciudadanos son catalanes, bretones o bávaros; y son, en un sentido cada vez más importante, europeos. Más aún: aparte de las referencias o identidades geo-políticas, en sus vidas pesa cada vez más su edad, su profesión, sus preferencias sexuales... Hacia 1850, 1900 o incluso 1950, lo esencial era ser alemán, británico o italiano. Hoy, lo es ser joven o ser jubilado, ser médico o abogado, católico o protestante, mujer u homosexual... La nación ha perdido el protagonismo casi exclusivo del que disfrutó en la etapa anterior, perdida en medio de una miríada de identidades colectivas.
P.- Usted, que dedicó su Mater Dolorosa a la idea de España en el siglo XIX. ¿Diría que hay una idea de España compartida en el XXI?
R.- Los sondeos de opinión nos dicen que la mayoría de la gente siente una identidad española, aunque es cierto que en muchos casos compartida con otras. Hay, desde luego, sectores que rechazan esa identidad, sobre todo en Cataluña y el País Vasco, pero incluso en esas zonas son minoritarios. Y los hay, muy amplios, que tienen fuertemente interiorizada la idea de España. Si la nación se define por su asunción subjetiva por parte de un colectivo de ciudadanos, España existe como nación.
P.- ¿Qué futuro le da al encaje autonómico español?
R.- Predecir, ya sabe usted, es muy difícil. Sobre todo el futuro. Lo más racional sería que la situación española evolucionara hacia un sistema formalmente federal, como es en la práctica, con recursos y competencias bien delimitados entre el Estado central y los Estados federados. Pero tiene sus dificultades (por asimetrías de lengua o de conciertos fiscales) y los procesos históricos, además, raras veces tienden a culminar en su salida más racional. Otra posibilidad es, sin duda, la fragmentación a la balcánica, lo que probablemente daría lugar a nuevos e inacabables conflictos por las minorías lingüísticas que quedarían en territorio ajeno en la nueva organización de fronteras. Y lo más probable es que continuemos en la situación actual, de indefinición, negociación constante y tensiones; estas últimas, aunque afortunadamente no violentas en los últimos años, son peligrosas, porque producen una angustia difícil de soportar para muchas gentes, que las considera agresiones contra una identidad sagrada, con la que se identifican. Pero se puede vivir con eso.
P.- La victoria de la selección española en el Mundial dio lugar a una expresión de patriotismo desconocido en nuestro país. Se dijo entonces que era el despertar de un sano patriotismo por parte de una joven generación sin complejos franquistas. ¿Le interesó el fenómeno como historiador?
R.- Sí, claro, fue muy significativo. Es lo que Samuel Billig llama el "nacionalismo banal", un fenómeno diario, sin aparente significado político pero que deja honda huella. En el caso español, sobre todo, porque salió a las calles una nueva generación, que no solo expresaba su júbilo deportivo con el grito "España, España", sino que utilizaba la bandera rojigualda, lo cual significa que esta última ha perdido para ellos sus connotaciones franquistas. Una seria ruptura con mi generación.
P.- En estos tiempos convulsos para la Unión Europea, ¿la solución vendrá de una mayor integración o, al contrario, del "sálvese quién pueda"?
R.- La UE es el gran proyecto utópico, el más apasionante que tienen ante sus ojos las generaciones actuales. Espero que la crisis lleve a un gobierno económico más fuerte, a una reducción de las áreas de soberanía nacional exclusiva y a una mayor homogeneización fiscal.
P.- Como historiador, ¿qué interés le merece el 15-M? ¿Se convertirá en un fenómeno reseñable?
R.- Es un fenómeno muy interesante y muy significativo. Expresa el malestar de una generación juvenil (o no tanto; de hasta 40 años o más), que se siente excluida de la dirección de la sociedad, de las tomas de decisión críticas (que están en manos, desde hace ya más de treinta años, de quienes dirigieron la Transición). Y tienen razón. Hay que oírles y ver qué hay de aprovechable en sus propuestas. El problema, que puede que haga de este fenómeno algo pasajero y sin consecuencias, es que sus propuestas son demasiado etéreas, demasiado moralistas, carentes de sentido práctico. Eso es lo que podría condenarles a la irrelevancia.