Escena del ataque inglés sobre Tenerife (arriba). Momento en el que el almirante Nelson, herido en su brazo, es socorrido por sus compañeros (abajo)
La próxima vez que vayan a Londres miren mejor la estatua de Nelson que campea sobre Trafalgar Square, a casi 50 metros de altura. Si se enfoca bien la vista puede apreciarse que al legendario almirante le falta el brazo derecho. "Yo creo que lo han puesto tan alto para que no vea ese detalle", afirma Jesús Villanueva Jiménez, el autor de El fuego de bronce (Libros Libres), una novela que brinca las 700 páginas y en la que se cuenta dónde y cómo el marino británico perdió su extremidad superior.Fue en Tenerife, el 25 de julio de 1797. La Royal Navy pretendía hincarle el diente a la isla pero sufrió una derrota humillante. Es una mancha en el expediente -casi- inmaculado de Nelson, que la historiografía inglesa ha tratado de minimizar e, incluso, escamotear de los documentos oficiales. Si se conocen los pormenores de la batalla puede entenderse mejor el porqué de esta necesidad de borrar de la historia este capítulo. Sobre todo por la descompensación entre las fuerzas combatientes. Los ingleses pusieron toda la carne en el asador. "Desplegaron un total de nueve buques, con un total de 393 bocas de fuego, y dos mil soldados, todos ellos profesionales y perfectamente armados", explica Villanueva.
En el otro lado las cosas no estaban tan boyantes. Para repeler el asalto Santa Cruz disponía de 89 cañones, "muy agotados", como se dice en la jerga artillera. "Uno incluso reventó matando a un artillero", apunta Villanueva. La tropa de tierra estaba compuesta por unos 300 soldados profesionales (incluidos 110 franceses) y unos 900 milicianos, en su mayoría campesinos que no tenían otra cosa para luchar más que sus aperos de labranza. Tenerife tenía su destino marcado y, por extensión, todas las Islas Canarias. "En una carta enviada por el almirante Jervis a Nelson le indicaba que, una vez tomada la plaza de Tenerife, debía requisar todo aquello que no fuera estrictamente necesario para la manutención de la población. Y que lo mismo debía hacer con Gran Canaria, el Hierro, La Palma, la Gomera...". Los planes estaban claros y no se circunscribían pues a la toma de la isla del Teide.
"De haberla tomado hoy las Canarias vivirían muy probablemente bajo soberanía británica, como Gibraltar, porque difícilmente se podrían haber reconquistado. Hay que tener en cuenta que la flota española, tras la derrota en la batalla de San Vicente, estaba cercada en la Bahía de Cádiz", concluye Villanueva, que con Fuego de bronce debuta en la novela, tras haber publicado el poemario Bajo la nube gris. Este empresario nacido en Ceuta pero empadronado en Tenerife desde hace años le ha robado muchas horas a sus negocios para narrar la Gesta del 25 de julio, muy conocida en el archipiélago pero ignorada en la península. En las más de 700 páginas de la obra entrelaza personajes ficticios y reales en hechos históricos rigurosamente contrastados. Como los tres factores claves que obraron el milagro de la resistencia.
El primero fue el desconocimiento de Nelson de las mareas en la zona. Eso provocó que el primer intento de desembarco fracasara. Las lanchas de asalto fueron botadas de madrugada del día 22, en la oscuridad y a tres millas y media de la costa, para que no fueran avistadas. Pero las mareas contrarias ralentizaron el avance demasiado. Cuando estaban llegando a la isla empezó amanecer. Fueron divisados y fogueados a placer. El segundo fue el magistral plan de defensa urdido por el teniente general Antonio Gutiérrez Otero, marino experimentado que ya había derrotado a los ingleses en la Gran Malvina y en Menorca. Gracias al sistema de atalayas se pudo ver el 19 el reflejo en el agua de una vela inglesa, lo que puso en alerta a su regimiento.
Y tercero, y quizá más importante, fue el papel jugado por el cañón de bronce (de ahí el título) llamado El tigre (era común entonces bautizar estas piezas). Fue apuntado hacia la playa, en lugar de hacia el mar. Así barría en sentido horizontal todos aquellos botes que tomaban tierra. Causó muchísimas bajas, entre ellas la del almirante Nelson. El impacto de su metralla le dejó el brazo derecho reducido a jirones sanguinolentos por debajo del codo. No hubo manera de salvarlo. La amputación se practicó con la máxima urgencia. La caída de Nelson tuvo un efecto demoledor en la moral inglesa.
Tenerife había resistido heroicamente. En el museo militar de la ciudad se conservan las dos únicas Union Jacks (las célebres banderas del Imperio Británico) capturadas en combate a la armada inglesa. Una de ellas, enorme, estaba destinada a izarse en el castillo de San Cristóbal. Antonio Gutiérrez y sus subordinados consiguieron evitar el desastre: para la corona española perder las Canarias hubiera supuesto renunciar a un enclave estratégico en la comunicación con América. Pero España es un país ingrato y paradójico. "Gutiérrez Otero da nombre hoy a una callejuela de 30 metros en Tenerife, mientras que Nelson hace lo propio con una gran avenida de la isla", concluye Villanueva, contrariado.