Bernard Malamud. Foto: Archivo

Traducción de Damià Alou. El Aleph. 792 pp., 29'95 euros.



El cuento y la novela corta gozan de una popularidad en EE.UU. desconocida entre nosotros. La afición por la lectura de textos que ofrecen pequeños fogonazos de verdad humana se afianzó en los años 50 y 60 del pasado siglo, cuando las revistas recogían las firmas de un grupo muy especial de escritores, entre los que se encuentran Bernard Malamud (Nueva York,1914-1986), Saul Bellow y Philip Roth. Tocaban temas del día; en especial, la dura vida de los judíos en la Norteamérica recién terminada la segunda guerra mundial, cuando los mejores barrios residenciales y las universidades privadas se reservaban el derecho de aceptarlos como vecinos o estudiantes. Esa fisura existente entre la aceptación política y la discriminación social sirvió a los mencionados hijos de inmigrantes para redactar páginas inolvidables.



Esta colección se abre con un relato, "Armisticio", que nos sitúa en el centro conceptual del volumen. Morris Lieberman, inmigrante de Rusia, recuerda con horror cuando vio en su tierra natal a un herrero aplastar con una rueda a un pobre judío, que quedó tumbado en el suelo con la espalda rota, mientras su casa ardía en llamas. La ansiedad sentida entonces le asaltará todavía treinta años después en su tienda de comestibles y charcutería de Brooklyn al escuchar en la radio boletines informativos sobre los avances de los nazis en Europa, la invasión de Francia. Uno de sus proveedores, Gus, admirador de los hitlerianos, gustaba de asustarlo comentando los triunfos alemanes, pues la simbología nazi le hacía soñar con intrépidas acciones y atropellos de víctimas inocentes.



La habilidad de Malamud para cincelar una historia en ese estrecho y duro filo de las relaciones humanas, donde la generosidad, la empatía, no existen, revela una inusual maestría literaria. "Cliente habitual" cuenta cómo las camareras de un café, destrozadas al conocer la muerte de una compañera, una joven de 28 años que perdió la vida en la mesa de operaciones, se preparan para contarle el suceso a un cliente habitual, al que sólo la muerta atendía. El cliente ni siquiera notará que le atiende una camarera distinta. Otro tema habitual de su narrativa es la fragilidad de los logros en que se apoya la ilusión de una persona. El protagonista de "La vida literaria de Laban Goldman" se siente realizado cuando una carta suya al director de un periódico aparece publicada, un logro pasajero que contribuye enormemente al bienestar emocional del aprendiz de escritor. Además, los personajes malamudianos resultan siempre incapaces de relacionarse con calor humano. Una frase, que aparece en "El negro es mi color favorito" lo dice con claridad: "el lenguaje del corazón o está muerto o nadie entiende su manera de expresarlo" (pág. 416). Esta historia narra la frustración de un hombre blanco ante la imposibilidad de despertar el afecto de una asistenta, de un amigo de color y de una amante negra. Un muro invisible le separa de ellos.



Malamud resulta asimismo conocido por sus numerosos retratos de personajes débiles, gente desgraciada, desmañada (schlemiel), a lo José Ido del Sagrario de Galdós. En "El coste de vida", Sam Tomashevsky descubre que en la puerta de al lado van a poner una tienda de ultramarinos, que le hará la competencia directa. En vez de actuar decididamente, arreglar su comercio para defender su negocio, se encierra en una defensa indolente, mientras al lado los operarios comienzan a montar una tienda moderna, llena de colores y productos.



Los cuentos fechados en sus dos últimas décadas ofrecen un aire distinto, la conducta de los personajes se complica, las explicaciones basadas en los valores tradicionales aparecen cuestionadas. Por ejemplo, "Mi hijo el asesino" o "El ruido de Zora" presentan inquietantes enigmas. En el primero, el padre intenta comunicarse con su hijo, sin éxito. Sus seguimientos, el abrirle las cartas, ayudan poco, pues son conductas tan aberrantes como la mudez filial. En el segundo, Zora escucha un ruido, imperceptible para su marido, un violonchelista fanático. Su entrenado oído no detecta sonido alguno. Finalmente, el matrimonio se ve obligado a mudarse, cuando él detecta una presencia en la casa que bien pudiera ser de Ella, su primera mujer.